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Fabricantes de sombras (1989)



LA FUERZA Y EL CONOCIMIENTO

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

El Proyecto Manhattan, tan de moda por estos tiempos gracias a la Oppenheimer de Christopher Nolan, tuvo en los 80’s un acercamiento a cargo de Roland Joffé, uno de esos directores (La misión, Los gritos del silencio, La letra escarlata) que en aquellos tiempos tenía cierto prestigio por abordar temas importantes en relatos un poco estándar pero envueltos para la temporada de premios: por ejemplo, logró ser nominado al Oscar por La misión y Los gritos del silencio, y se podría decir que esta Fabricantes de sombras era otra producción preparada para seguir ese camino, algo que finalmente nunca sucedió. Ni siquiera le alcanzó con tener a Paul Newman en el protagónico como el general Leslie R. Groves, el militar que organizó el plan para llevar adelante el proyecto que culminaría con la invención de la bomba atómica.

A diferencia de Nolan, a Joffé no lo seduce exclusivamente la figura de Oppenheimer, ni siquiera busca darle un tono místico o un camino martirológico al científico, aquí interpretado por Dwight Schultz, nuestro recordado Murdock de Brigada A. Fabricantes de sombras es una película que busca en aquel proceso que mezcló la inteligencia militar con la inteligencia científica un vaivén entre la fuerza y el conocimiento. Groves es un general que a regañadientes se tiene que hacer cargo de coordinar el Proyecto, tironeado entre sus propias dudas, las obligaciones jerárquicas de la estructura castrense y las indecisiones éticas del científico. En la primera escena, sus colegas le preparan a Groves una torta de cumpleaños con la forma del Pentágono. “Lo he construido y me alegra poder comérmelo”, dice el general mientras hunde el cuchillo en el pastel y antes que lo llamen para darle la responsabilidad de liderar el Proyecto: “¿Es esto lo que me asigna, un despilfarro sin sentido?”, cuestiona Groves a su superior, cierra la puerta de un golpe y tira lo que sobró de torta al suelo. La torta queda ahí, estratégicamente, con la banderita norteamericana izada. Desde ese mismo momento la película elige un tono alejado del sentido patriótico; la invariable historia de un proceso exitoso cuya consecuencia fue un hecho atroz. La película y la despedida final entre Groves y Oppenheimer lo saben.

Por su parte, Oppenheimer es también un personaje tironeado, en este caso entre su deseo por el logro científico, sus secretos (una relación extramatrimonial, su vínculo con el comunismo) y sus reservas éticas y morales con el Proyecto en sí mismo. Lejos de los vericuetos químicos y físicos de la película de Nolan, Fabricantes de sombras baja al llano los conflictos, preocupándose mucho más por mostrar ese espíritu bifronte que alimentó la invención de la bomba atómica. La secuencia de la prueba en medio del desierto carece de la pericia audiovisual del director de El origen, pero ubicada estratégicamente como clímax, sirve como síntesis de la fascinación ineludible y como cierre de los conflictos en juego: sin recurrir a diálogos, apenas con miradas y gestos, Joffé resuelve de manera bastante inteligente y decide con precisión dónde está el cierre de su historia. No de la misma manera incluye una subtrama un poco bobalicona con un romance entre un científico interpretado por John Cusack y una enfermera interpretada por Laura Dern, que no sólo no suma nada, sino que reproduce de manera excesivamente simplista y burda los peligros que el Proyecto significaba. Intuyo, un desvío por el lado del melodrama para explicar lo que el resto de la película dice de modo algo más distante.


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