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El hombre de dos reinos (1966)



DILEMAS ÉTICOS Y ESTÉTICOS

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

A la Academia de Hollywood siempre le gustaron los biopics y esa es una razón más para que no sorprenda que Oppenheimer se haya llevado el Oscar a la mejor película en la última entrega. Hay una larga tradición de films biográficos triunfadores, que arranca en los treinta con películas como El gran Ziegfeld (1936) y La vida de Emilio Zola (1937), y que continuó en décadas posteriores. Un ejemplo interesante, aunque algo olvidado, es El hombre de dos reinos, que en su momento ganó seis Oscars, incluyendo mejor película, director, actor y guión adaptado.

El film de Fred Zinnemann -un artesano que ya había conseguido un aura de prestigio considerable, a partir de A la hora señalada (1952) y De aquí a la eternidad (1953)- es bastante representativo de ciertas tendencias de gusto de la Academia durante los sesenta, cuando ya había pasado la era dorada de Hollywood. Es que había un contexto donde, por un lado, la televisión amenazaba la supervivencia de muchos estudios y esquemas de producción, mientras que, por otro, surgían o ya se consolidaban corrientes estéticas alternativas como el Neorrealismo italiano o la Nouvelle Vague francesa. Frente a eso, principalmente durante la primera mitad de la década, la respuesta pasaba por un refuerzo del artificio y el gran espectáculo, lo cual explica los triunfos de films como Lawrence de Arabia (1962), Mi bella dama (1964) y La novicia rebelde (1965), pero también la interacción con otras expresiones artísticas, como la literatura y el teatro. Y ahí tenemos entonces a El hombre de dos reinos, que adaptaba la obra teatral de Robert Bolt (quien también se desempeñó como guionista) sobre los últimos años de Tomás Moro, teólogo, político, escritor y varias cosas más, que, siendo lord canciller del Reino Unido, se opuso al divorcio del rey Enrique VIII de Catalina de Aragón y no aceptó el Acta de Supremacía que declaraba al rey como cabeza de la nueva Iglesia anglicana.

El relato es, esencialmente, sobre un hombre que se debate entre dos lealtades: la que tiene hacia su rey y la que le corresponde hacia la Iglesia católica, o más bien, hacia el catolicismo, frente al aluvión protestante que se daba en el Siglo XVI. Podemos decir que, en cierta forma, lo que vemos es la historia de un sujeto que está en el momento y el lugar equivocados, y cuyos únicos instrumentos de defensa son sus convicciones. Más que la fe, el tópico central de la película es la ética como parámetro identitario del individuo, y cómo se pone a prueba cuando se debe mantener frente a un poder gigantesco, que no solo tiene recursos económicos, políticos y legales, sino también culturales. Por eso es que el centro absoluto es Moro, que aparece en casi todas las escenas, aunque no para erigirlo en un pedestal indestructible, sino para retratar su camino hacia ese pedestal, que vendrá con la posteridad, porque en sí lo que se cuenta es una tragedia, la de alguien que sabe que sus elecciones lo llevan a una muerte segura, pero que está convencido de que no puede proceder de otra manera.

La principal virtud de El hombre de dos reinos está en aprovechar los huecos indicados para salir de la teatralidad y dejarse llevar por el movimiento de los personajes, además de los espacios gigantescos que los rodean. Desde ahí es que se delinean con habilidad las intrigas palaciegas que enfrenta Moro, aunque tampoco es que haya tanto vuelo visual y lo cierto es que son los diálogos, abundantes en retórica y didactismo, los que más peso tienen en el film. En esa estructuración, la mejor aliada con que cuenta la película es la actuación de Paul Scofield como Moro, que tiene componentes puramente teatrales (principalmente desde el uso de la voz), pero también cinematográficos, a partir de cómo incide su mirada y algunos gestos puntuales en el espectador. Precisamente, en esa línea fina entre el teatro y el cine, es que El hombre de dos reinos se constituía en una película disfrutable para cierto público ansioso por indagar en “grandes temas”, aunque también fácilmente olvidable. En eso, se parece a muchas ganadoras del Oscar.


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