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Chicas pesadas

Título original: Mean Girls
Origen: EE.UU.
Dirección: Samantha Jayne, Arturo Perez Jr.
Guión: Tina Fey, basado en su propia puesta teatral
Intérpretes: Angourie Rice, Reneé Rapp, Auli´i Cravalho, Jaquel Spivey, Avantika, Bebe Wood, Christopher Briney, Jenna Fischer, Busy Philipps, Tina Fey, Tim Meadows, Jon Hamm, Ashley Park, Connor Ratliff, Mahi Alam, John El-Jor, Brian Altemus, Lindsay Lohan
Fotografía: Bill Kirstein
Montaje: Andrew Marcus
Música: Jeff Richmond
Duración: 112 minutos
Año: 2024


5 puntos


EL LEGADO DE LA ERA WOKE

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

La versión original de Chicas pesadas, estrenada en el 2004, es un ejemplo sólido de clásico moderno: ya con veinte años encima, se sostiene como una película de su tiempo, pero también como un relato capaz de interpelar las experiencias de las generaciones actuales. A partir de un libro que no tenía estructura narrativa, pero sí algunos apuntes con potencial, Tina Fey confeccionó desde el guión un relato que presentaba ciertas dinámicas del mundo de la escuela secundaria en versiones extremas, pero aún así creíbles. Y contó como aliados indispensables a una puesta en escena ajustadísima del director Mark Waters, además de un elenco donde nombres como Lindsay Lohan, Rachel McAdams, Lacey Chabert, Lizzy Caplan y Daniel Franzese estaban en estado de gracia. Pero, además, era un film que sustentaba buena parte de sus logros en el hecho de que mostraba, a cada minuto, que no tenía miedo de ofender a nadie.

Por lo último dicho previamente es que esta reversión musical sorprende un poco para mal, aunque lo visto no deja de tener lógica. Es que la nueva Chicas pesadas está basada en una puesta teatral estrenada en el 2017, pero que la propia Fey comenzó a gestar en el 2013. Es decir, estamos ante un proyecto atravesado por la oleada woke y la corriente dominante del feminismo más reciente, lo que lleva a que haya sido una especie de corrección de la obra original. Incluso hasta un pedido de disculpas por haber ofendido o ignorado a minorías desde su relato cómico. Por eso es que ahora nos encontramos ante una película que intenta ser una comedia que no ofenda, incomode o genere suspicacia en casi nadie, o por lo menos a un supuesto público objetivo que va al cine para ver confirmado su pensamiento. Lo cual, en el fondo, es un oxímoron: ¿cómo demonios se puede hacer humor sin ofender, incomodar o poner al espectador en lugares por fuera de su zona de confort? Fey trata de lograr esa innecesaria hazaña, y obviamente fracasa en su intento.

Hay un problema un tanto elemental, pero al mismo tiempo complejo, que el musical de Chicas pesadas no consigue resolver, que está dado por la relación entre el metraje y el desarrollo de los conflictos. Para que quede más claro: si en el film original había planteos que se enunciaban con apenas un par de líneas de diálogo en veinte segundos, en esta reversión se hace necesaria una canción de un par de minutos. Eso produce un hueco en el desarrollo de los personajes, así como en ciertos eventos, que suele ser un desafío que enfrenta cualquier musical, en el que se busca que entendamos lo que les pasa a los protagonistas a través de lo que cantan. Esos saltos de sentido se intentan compensar en buena medida a través del tiempo: la película del 2004 dura algo más de hora y media, la del 2024 algo menos de dos horas. Pero no alcanza: hay sucesos que, definitivamente no llegan a tener explicaciones consistentes, y en eso, llamativamente, la más perjudicada es la protagonista, Cady Heron (Angourie Rice), la outsider que debe adaptarse a las reglas sociales de la escuela secundaria, y de quien no termina de entenderse cómo pasa de ser una joven dulce e ingenua a un ser entre superficial y despiadado. La música, en vez de aclarar, oscurece, no suma capas de sentido, sino que las resta.

Pero la principal falencia de esta Chicas pesadas es la forma en que busca borrar con el codo lo que había hecho su predecesora. Eso se puede apreciar, por ejemplo, en una secuencia musical donde uno de los personajes principales, luego de destapar algunas cuestiones ocultas y saldar cuentas con una adversaria, dice (o más bien canta) que en verdad hay un sistema que fuerza la hipocresía en las mujeres, que las obliga a pretender ser bondadosas y a que todos sus conflictos pasen por debajo del radar. Esa aseveración no solo es discutible a nivel general -ya cansa un poco cómo el feminismo actual patea la pelota afuera y elude responsabilidades propias, culpando siempre a una coyuntura social difícil de explicitar-, sino también en la particularidad de los eventos de la película. Porque todo lo visto previamente no está dado tanto por un sistema opresor, sino por decisiones y reacciones individuales y grupales. Y el contraste se agrava cuando hacemos la comparación con la película del 2004, que hablaba de esquematismos y estereotipos, pero también de gente que aceptaba cumplir con esas convenciones.

En la nueva Chicas pesadas, se puede intuir que hay gente involucrada que no es tonta, que conoce su oficio. Por eso se nota un trabajo astuto con el montaje y la puesta en escena, que diferencia al film de muchos exponentes recientes del género. Pero también es patente el miedo a ofender y la necesidad de quedar bien, lo cual hasta lleva que el film, en muchos pasajes, solo pueda limitarse a repetir las fórmulas del original que probaron ser efectivas. ¿Para qué entonces entregar una versión actualizada de un material que se había sostenido en el tiempo? Quizás sea la culpa, y/o el deber autoimpuesto de pedir disculpas por lo que se hizo hace veinte años, aunque eso lleve a una traición de la escritura propia. Ese es otro -de los peores- legado de la era woke, ahora en declive a nivel global, aunque Hollywood continúe siendo uno de sus refugios más fuertes.


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