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Sobrevivientes: después del terremoto

Título original: Konkeuriteu yutopia
Origen: Corea del Sur
Dirección: Tae-hwa Eom
Guión: Tae-hwa Eom, Lee Shin-ji, Kim Soong-nyung
Intérpretes: Park Seo-joon, Lee Byung-hun, Park Bo-young, Kim Sun-young, Park Ji-hu, Na Chul, Kim Do-yoon, Kim Hak-sun, Nam Jin-bok
Fotografía: Cho Hyoung-rae
Montaje: Han Mee-yeon
Música: Kim Hae-won
Duración: 130 minutos
Año: 2023


6 puntos


LOS LÍMITES DE LA FÓRMULA SURCOREANA

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

El cine surcoreano encontró hace ya un tiempo largo una forma de combinar las estructuras típicas de género con la lectura sociopolítica, logrando un tipo de entretenimiento que, como diría el gran Homero Simpson, “funciona en varios niveles”. Allí tenemos los éxitos de, por caso, The Host, Invasión zombi y hasta Parasite, que consiguieron aceptación, masividad e incluso prestigio de carácter global. Claro que esa fórmula, aunque efectiva, empieza a mostrar algunos límites, como muestra Sobrevivientes: después del terremoto, que fue seleccionada por el país para la carrera por el Oscar, aunque se terminó quedando afuera.

Nuevamente, las maravillas de la distribución llevan a que un film nos llegue con un título totalmente diferente y hasta engañoso respecto al original. Es que la traducción más precisa para la película de Tae-hwa Eom sería Utopía de concreto, que pone más en evidencia su mirada sociológica, aunque el punto de partida es ciertamente apocalíptico. Hay una especie de terremoto de enorme escala y de Seúl solo quedan los escombros, con la excepción de un complejo de viviendas que se conserva casi intacto. El alcance real del desastre es desconocido, no hay noticias de otras latitudes y, frente a esa situación, los habitantes del lugar deciden restringir el ingreso y permanencia solo a los que son propietarios. El objetivo es asegurar su seguridad y mantener un cierto orden frente al caos de afuera, donde las hordas de otros supervivientes acechan. Para asegurar ese “orden”, surgen un puñado de líderes encargados de establecer las reglas, asignar tareas, encabezar las expediciones al exterior, repartir los víveres, solucionar problemas y dirimir conflictos. Y, por un tiempo, ese pacto social funciona, aunque, a medida que pasa el tiempo, los desafíos son cada vez mayores y los acuerdos empiezan a crujir.

Si todo suena un poco orwelliano, es porque en buena medida lo es. Sobrevivientes: después del terremoto cuenta cómo, después de la caída de toda referencia estatal y gubernamental, los individuos se reagrupan y crean una nueva forma de gobierno, con sus respectivas jerarquías. Ese proceso adquiere inicialmente un carácter utópico, donde todo parece funcionar a las mil maravillas, pero, después, las pujas de poder, los secretos y mentiras llevan a que se entre en una dinámica definitivamente distópica, donde quedan en evidencia todas las miserias grupales y personales. Todo este abordaje político e ideológico el film lo fusiona con el imaginario del cine catástrofe -hay un puñado de secuencias muy bien manejadas desde el impacto audiovisual- y también, en menor medida, con esos relatos de supervivencia extrema al estilo The walking dead. Y lo hace con fluidez, casi sin pozos narrativos.

Sin embargo, Sobrevivientes: después del terremoto no puede evitar unos cuantos lugares comunes, lo cual le impide sorprender y hacer reflexionar al espectador. Por eso es que puede señalar cuestiones interesantes sobre cómo los líderes no son necesariamente los más inteligentes y capacitados, sino los que están dispuestos a tomar las decisiones que nadie más quiere tomar, pero esas conclusiones se ven venir a la distancia. Hay una previsibilidad de la cual el relato no consigue escapar y eso contribuye también a que todo se sienta un poco estirado -otro mal de parte del cine surcoreano actual-, con un metraje que supera las dos horas, pero que podría haberse contado con media hora menos. De ahí que Sobrevivientes: después del terremoto sea una película correcta, pero también algo recargada y subrayada, que a pesar de su dramatismo no logra conmover.


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