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Porco Rosso (1992)



ANTES CERDO QUE FASCISTA

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Dentro de la filmografía de Hayao Miyazaki, que recientemente salió del retiro para estrenar El niño y la garza, son pocas las películas en las que el elemento fantástico no toma protagonismo, no se revela. Porque el elemento fantástico siempre está, pero a veces de manera solapada o, tal vez, metafórica. Se podrá decir que lo fantástico es siempre una metáfora, pero cuando obra de manera material es indudable que trasciende ese nivel de interpretación. Se cree en los fantástico como un mundo para habitar, no solamente como un espacio que es reemplazo de otro. Porco Rosso, entonces, es una de esas películas. Si bien hay algo fantástico, por ejemplo el hechizo que convirtió al aviador protagonista en un cerdo, nunca se nos termina de explicar y se mantiene todo en un gran misterio. Por eso, y por otros detalles que surgirán luego, aquí lo fantástico obra más como metáfora.

Si el cine de Miyazaki siempre ha tenido una consistencia ideológica y está plagado de comentarios sociales, Porco Rosso es deliberadamente una película política. De ahí, tal vez, que descrea más que en otras ocasiones del elemento fantástico. Ha contado el director que si en un comienzo el proyecto estaba pensado para darle lugar a una de sus obsesiones, como son los aviones, con el devenir de sucesos como la guerra de Yugoslavia, el aspecto antibelicista y antifascista se terminó apoderando del relato hasta convertido en una historia extraña, plagada de humor y aventura, pero con una innegable amargura en el personaje de Marco Pagot (el piloto convertido en chancho) que lo acerca un poco al Ricky Blaine de Casablanca. Ahí lo podemos ver al atribulado protagonista fumando, caminando enfundado en su gabán y su sombrero, entregado a amores imposibles o trágicos. Ambientada en la Italia de entreguerras, con la figura de Benito Mussolini haciendo sombra, Marco es un personaje que está en constante movimiento, en huida permanente.

Porco Rosso es, además, una de las pocas películas de Miyazaki en la que el protagonista es un personaje masculino. Piloto de un hidroavión, lucha en los mares para detener el accionar de los piratas mientras escapa de las autoridades italianas que le han puesto un precio a su cabeza. En ese contexto, está claro que los temas de la película pasen por el honor y la caballerosidad, cuestiones más universales y menos folklóricas que las del resto del cine del autor. Así, la maldición que padece el personaje es también una forma de huida a la vida melancólica que lleva adelante: “Prefiero ser un cerdo que un fascista” le dirá a uno de sus oponentes en un cine donde ven una película que parece un homenaje al Disney de los orígenes mezclado con Godzilla. Por lo demás, la película es bellísima, con algunos momentos realmente subyugantes como esa estela de aviadores que en el cielo parecen formar un cementerio.

Porco Rosso, por tanto, fusiona la belleza formal del cine de Miyazaki con sus temas habituales, pero también con fugas que muestran otras posibilidades narrativas y discursivas en su cine. Es Miyazaki, pero a la vez no es representativa de lo que estereotipadamente se supone sobre cómo son las películas de Miyazaki. Es aventura juvenil y gesto adulto, con algún rasgo de sexualidad extraño en la relación de Marco con Fio Piccolo, la nieta del tallerista preferido del protagonista. Miyakazi estaba por esos tiempos cumpliendo 50 años, que es la edad que señala Brian De Palma en el documental de Jake Paltrow y Noah Baumbach como la que los directores hacen sus mejores películas. No sé si Porco Rosso es la mejor, pero sí que lo muestra en un estado de curiosidad singular.


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