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Napoleón

Título original: Napoleon
Origen: EE.UU. / Reino Unido
Dirección: David Scarpa
Guión: Michael Lesslie, Michael Arndt, basado en la novela de Suzanne Collins
Intérpretes: Joaquin Phoenix, Vanessa Kirby, Tahar Rahim, Rupert Everett, Mark Bonnar, Paul Rhys, Ben Miles, Riana Duce, Ludivine Sagnier, Edouard Philipponnat, Miles Jupp, Scott Handy, Youssef Kerkour, John Hollingworth, Sam Troughton, Ian McNeice, Richard McCabe
Fotografía: Dariusz Wolski
Montaje: Sam Restivo, Claire Simpson
Música: Martin Phipps
Duración: 158 minutos
Año: 2023


4 puntos


LOS PROBLEMAS MARITALES DE NAPOLEÓN Y JOSEFINA

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

En un punto no deja de ser admirable cómo Ridley Scott sigue filmando con constancia, además de cómo se las arregla para conseguir financiamiento para proyectos de gran escala. El problema es que, más allá del qué (filmar y acumular películas en su filmografía), no se termina de divisar un para qué, es decir, un sentido tangible en esas obras, un rumbo formal o hasta temático en lo que pretende contar Scott. Esto ocurre a pesar de que el realizador ha abordado últimamente eventos reales: Todo el dinero del mundo (2017), La casa Gucci y El último duelo (ambas del 2021) son películas que parten de historias apasionantes, pero a las que Scott no consigue sacar de la mecanicidad y superficialidad. Y eso se potencia en Napoleón, que se da el lujo -caro, porque costó 200 millones de dólares, aunque Apple los puso sin despeinarse- de desperdiciar no solo a una figura histórica de enorme importancia, sino también a una sucesión de cambios de época que definieron buena parte del Siglo XIX e incluso el siguiente.

Es cierto que algunas objeciones de índole histórico (provenientes principalmente de historiadores y opinadores franceses) sobre Napoleón, referidas más que nada a verosimilitud o contrastación con lo que ocurrió realmente, son bastante improcedentes, porque no tienen en cuenta algo elemental como es el hecho de que no estamos ante un documental, sino frente a una interpretación ficcional de la Historia. De ahí que las reacciones de Scott (“consíganse una vida”, “a los franceses no les gustan ni ellos mismos”) no solo son simpáticas en su incorrección política, sino hasta atinadas. Más aún porque los mismos que ahora buscan el pelo en el huevo, no parecían muy preocupados por las arbitrariedades hilvanadas para sostener un discurso feminista de El último duelo. El problema es que Scott vuelve a evidenciar un desgano llamativo al momento de narrar, como si no le interesara el protagonista y su época, o solo le resultaran atendibles cuestiones que podría analizar con cualquier otra personaje, real o ficcional.

Desde ese desgano y superficialidad en la mirada de Scott es que Napoleón se enfoca más que nada en los líos maritales entre el militar francés y su esposa Josefina, mientras las intrigas políticas y los choques bélicos, además de las implicancias sociales a lo largo de las décadas, quedan en buena medida en un segundo plano. Desde el momento en que ambos personajes se encuentran y comienzan su relación, todo en el film pasa por ese vínculo entre tortuoso y caprichoso, al que ojalá se retratara con pasión y arrojo. Pero no, lo que tenemos en cambio es un relato arbitrario y anodino, donde las escenas de sexo son una forma más que la película encuentra para manifestar su desprecio por el protagonista y su mirada sobre el mundo. Para Scott, esa coyuntura en plena ebullición, donde las diversas potencias europeas (no solo Francia, sino también Inglaterra, Rusia, Prusia y Austria-Hungría, entre otras) ponían en juego no solo sus territorios, sino también sus culturas, es apenas un decorado para los problemas de cama de la pareja protagónica.

Por eso que Napoleón es más que nada una sucesión de postales de época, un desfile de vestuarios de todo tipo, de bellos paisajes, grandes locaciones y batallas gigantescas, que se presumen importantes, aunque no se sabe por qué. En ese contexto, lo que hace Vanessa Kirby es un tanto desbordado, pero digno, mientras que lo de Joaquin Phoenix como Bonaparte lo confirma como un actor que, cuando entra en su pose habitual -entre melancólico y concentrado, pero siempre insufriblemente intenso-, está perfecto para esas películas argentinas repletas de gente triste. Así, no es de extrañar que haya unos cuantos pasajes que convoquen al sueño, a la necesidad de que todo termine pronto porque no hay nada atractivo en pantalla.

Posiblemente el único tramo con cierta potencia, a pesar de su alternancia entre momentos de espera y de acción -y de entregarnos a un Rupert Everett pasado de rosca como el Duque de Wellington-, es todo el correspondiente a la batalla de Waterloo, porque ahí se nota mínimamente lo que se juegan cada uno de los involucrados. Y también porque, para variar, Scott filma todo con algo de ganas, energía y algunas ideas visuales interesantes. Pero es apenas un respiro dentro de un film pesado y aburrido, que roza el agobio. A pesar de su vocación de masividad, Napoleón es una película que se mira el ombligo y que falla por completo en convocar al interés del espectador. O quizás ni siquiera lo intenta realmente.


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