Por Mex Faliero
En los 90’s leíamos con fruición las novelas de John Grisham, que no tardaron en llegar al cine y fueron casi un subgénero hasta más o menos dos mil y algo, en que se estrenó Tribunal en fuga y -llamativamente (para mí, porque fue la adaptación que más me gustó)- se discontinuó en la gran pantalla. Ver El abogado del Lincoln nos lleva un poco a esos universos, aunque ya lo había hecho la muy buena adaptación de 2011 dirigida por Brad Furman, que habrá tenido la intención de comenzar una franquicia (Michael Connelly, el autor, tiene varios libros con el mismo personaje), pero no lo logró. Un poco más de una década después, y con el furor de las plataformas, es Netflix quien toma la posta y, claro, con esa posibilidad serial de las temporadas, el terreno es más que rico para avanzar en la adaptación del personaje y trasladar todas sus aventuras, si la experiencia es positiva. Y digamos que lo es. Un detalle no menor, uno de sus creadores y productores es nada más y nada menos que el experimentado David E. Kelley, quien como guionista y productor tiene experiencia en los thrillers tribunalicios con series como L.A. Law, Los practicantes, Ally McBeal, Boston Legal, Harry’s Law, algunas de ellas icónicas y fundamentales. No será el caso de esta El abogado del Lincoln, aunque tiene su encanto. Uno de los puntos fuertes es la presencia del mexicano Manuel García-Rulfo, quien interpreta a Mickey Haller un poco con el pesar de sus dilemas existenciales, pero también con la gracia trágica de quien está en una suerte de comedia negra, que por momentos lo es. Y lo negro se extiende hasta los límites del policial, en una serie que mezcla todos sus ingredientes con inteligencia. Cada temporada tiene un caso central y varios laterales, que a veces le sirven a Haller, personaje de gran inteligencia, para algún objetivo del caso principal. La inteligencia de Haller está un poco construida por su herencia (su padre fue un gran abogado), sus conocimientos sobre la ley, pero fundamentalmente por su conocimiento de una ciudad extensa que recorre en su Lincoln/oficina. Lo urbano es clave en estos relatos. El abogado del Lincoln tiene un poco el aspecto de esas series autoconclusivas que hemos visto mil veces, tipo La ley y el orden, Criminal minds o Cold case, pero se sostiene primero por el mundo un poco más complejo que Connelly le da a su obra y luego por un grupo de personajes que rodean al protagonista, que tienen su riqueza y gracia: empezando por la querible Lorna (Becki Newton), siguiendo por el osito de peluche convertido en matón de Cisco (Angus Sampson) y cerrando por la chofer traumada Izzy (Jazz Raycole), uno de los cambios más notorios que hace la serie respecto de las novelas. El abogado del Lincoln se asume como un entretenimiento repleto de giros, que va de lo policial detectivesco a la intriga judicial con casos imposibles que Haller remonta siempre a último momento con inusual solvencia. En ese ir y venir, hay algo de la ética leguleya que la serie explora sin complicarse demasiado, y cae por momentos en ciertos didactismos sobre cómo funciona el sistema. Pero en su formato episódico hay algo que le sirve a la serie a los fines de mostrar las diversas instancias judiciales y sabe sacar provecho de eso. Más allá de una repetición que es síntoma (la forma en que Haller termina siendo burlado por sus defendidos), El abogado del Lincoln sabe convertirse en un entretenimiento adictivo, de esos a los que le queremos dar play al siguiente episodio. No está mal, entre tanta serie que quiere revelarnos el mundo.
NdR: Las dos temporadas de El abogado del Lincoln están disponibles en Netflix.
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