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Dos extraños amantes (1977)


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UN ALLEN DEFINITORIO

Por Matías Gelpi

(@matiasjgelpi)

La carrera de Woody Allen no ha tenido ascenso, caída, decadencia, redención y resurgimiento que podamos demarcar con facilidad, básicamente porque, nos guste o no, nunca se detiene. Difícilmente volvamos a ver un realizador más inquieto y prolífico, cuya abrumadora obra nos impida encasillarlo en nuestras categorías sentenciosas. De todas maneras, podemos pensar la trayectoria de Allen como un continuo de equilibrio puntuado, es decir, una serie de películas de calidad pareja marcada, de vez en cuando, por algunas que destacan positiva o negativamente. Por ejemplo: luego de las equiparables Conocerás al hombre de tus sueños (2010) y Medianoche en París (2011) filma la flojísima A Roma con amor (2012), y al año siguiente, su última gran película (hasta el momento), Blue Jasmine. En este contexto, Dos extraños amantes es de las que destacan, en principio, por su solidez argumental, actoral y como artefacto de comedia; y también por ser una película de esas que fijan temas, continuidades y esos elementos medio intangibles que llamamos rasgos autorales.

Todavía es posible que algunos distraídos piensen inmediatamente en hombrecillos judíos, neuróticos, intelectuales y un poco graciosos que viven en Nueva York y que tienen problemas para relacionarse con otros seres humanos, cuando se les habla de Woody Allen. Bueno, seamos justos, todo eso se puede encontrar en Dos extraños amantes. No por primera vez, pero sí de manera definitoria, esa parte del universo del realizador llega a un máximo de expresión que tendrá su eco década tras década.

Estamos ante un film destacable por su precisión para la comedia, incluso para un tipo que ha dedicado casi todo lo que tiene para dar como artista en convertir a la comedia en una cosmovisión integral. Cada diálogo entre el personaje de Allen (Alvie Singer) y el de Diane Keaton (Annie Hall) es una brillante muestra de la química que había entre ellos dos y del potencial verborrágico de ambos, y un ejemplo perfecto de cómo expresa Allen su visión del mundo: todo lo que dicen condensa melancolía y burla. De hecho cada vez que Alvie entra en escena nos hace sonreír porque parece ser incapaz de decir una cosa sin sarcasmo o burla; tal vez recién en Los secretos de Harry (1997) vuelva a repetir esta calidad y cantidad de tag-lines.

Casi todos los artistas, incluso aquellos que nunca dejan de producir como Woody Allen, tienen una etapa de ebullición o explosión, y luego una de estabilización o maduración del lenguaje propio. En la segunda mitad de la década de los 70, Allen termina de encontrar su voz y todo lo que vendrá después serán ecos y variaciones. El carácter definitorio de Dos extraños amantes la vuelve una de las mejores y de las más relevantes del director, y es una muestra de un momento perfecto de esos que mientras se viven parecen que no van a terminar nunca. Luego sucede la vida.

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