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La Cenicienta (1950)



LOS RATONES Y EL GATITO DE DISNEY

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Entre tanto manoseo al pasado de su propia producción, Walt Disney Company finalmente tomó una decisión deslumbrante: Agarró el clásico La Cenicienta, de 1950, y lo remasterizó para subirlo al catálogo de su plataforma Disney+ en una fulgurante versión 4K. El resultado, un apabullante destello de luz y colores que potencia la calidad audiovisual que la película -uno de los clásicos más queridos de la propia empresa-, ya tenía en el momento de estreno. No es muy difícil pensar que esta copia, que ya se había visto en la reciente edición del Festival de Berlín, nos hace ver la película dirigida por Clyde Geronimi, Hamilton Luske y Wilfred Jackson como nunca se vio ni se escuchó anteriormente.

Hay detrás del cariño que Disney tiene hacia La Cenicienta una cuestión monetaria. Luego de algunos fracasos comerciales y del involucramiento del propio Walt en la Segunda Guerra Mundial, más las consecuencias que este conflicto generó en mercados europeos, Disney se encontraba en una posición límite, con enormes deudas y un rumbo artístico que no terminaba de definirse. Pero fue la adaptación de este cuento de Charles Perrault lo que le devolvió el liderazgo a la compañía de cine animado y le mostró el camino: Luego llegarían Alicia en el País de las Maravillas, Peter Pan, La dama y el vagabundo y La bella durmiente, para cerrar una década de 1950 de gran influencia estética y artística para Walt Disney Company. En La Cenicienta se involucraron los principales artistas con los que contaba la empresa y el resultado fue no sólo un éxito comercial, sino además una recomposición con la crítica.

Cuando uno piensa en La Cenicienta, se acuerda de la pobre chica reducida a servidumbre por su malvada madrastra, las irritantes hermanastras, el hada madrina, el carruaje que se convierte en calabaza, el príncipe y el zapatito de cristal, pero no recuerda otros aspectos que sobresalen en un nuevo visionado. Y es que básicamente La Cenicienta es sí el cuento de hadas (y la película es explícita en ese sentido) sobre la pobre piba que tiene un sueño y que finalmente lo alcanza, pero es mucho más la historia de un grupo de ratones que lucharán contra el villano gato Lucifer para ayudar a la muchacha, con la ayuda de algunos amiguitos como unos pájaros y un perro que aparece por ahí. Es como si la película que convirtiera en un capítulo estirado de Tom y Jerry. Hay grandes momentos de suspenso, como la secuencia final, en la que los ratones tienen que alcanzar la liberación de la protagonista -encerrada en el altillo por la madrastra- mientras las hermanastras se prueban el zapato de cristal para quedarse con el príncipe. Y hay algún momento un tanto violento, como cuando las hermanastras, celosas, le arrancan el vestido a una Cenicienta que queda casi desnuda.

A diferencia de Bambi -una de las películas emblema de la empresa en la década anterior-, que era parte de una búsqueda de realidad mimética, todos los animales que aparecen en La Cenicienta lucen un aspecto claramente caricaturesco, como aceptando desde el diseño una necesidad expresiva que la animación requería en ese momento, en el que el cine de Hollywood se disparaba hacia cierta evidencia del artificio. Hay un corrimiento de la lógica verista también en los rasgos de los personajes humanos, mientras los espacios alcanzan una recreación monumental, algo que Disney terminaría por definir en la espectacularidad de los castillos en La bella durmiente. En todo caso Disney reseteaba el pasado y comenzaba de nuevo el camino, replicando algunas fórmulas (no es difícil ver en la relación de Cenicienta con los pájaros y los ratones el mismo vínculo que mantenían Blancanieves y los enanos) y apostando a cierta economía de recursos: Por ejemplo, más allá de la derrota que significaba para la madrastra y sus hijas el triunfo de Cenicienta, narrativamente la películas nos niega el castigo por sus actos villanescos, algo que no pasa con el pobre Lucifer, al que no volvemos a ver luego de su caída desde lo alto de la casa. La Cenicienta posee muchos menos de esos detalles de época de esos que se le cuestionan en miradas revisionistas (el príncipe es un personaje sin mayor identidad ni peso narrativo; el romanticismo idealizado tiene una evidente superficie de cuento de hadas) y sí una apuesta por la diversión slapstick de su conjunto de animales. Tanto, que por momentos parecen dos películas en una.


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