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Caballeros del Zodíaco: De la tragedia a la farsa

Por Patricio Beltrami

(@Pato_Beltrami)

NdR: Este artículo contiene spoilers.

Más allá de su escaso valor artístico, el estreno de Dragon Ball: Evolution abrió una herida que aún no cierra en los seguidores del animé. Si bien pasaron 14 años desde el lanzamiento del film, esta adaptación poco fiel al material de origen continúa despertando un repudio unánime entre el público objetivo del género. No obstante, con Los Caballeros del Zodiaco: Saint Seiya – El inicio este año ha quedado comprobado que la historia ocurre dos veces: la primera vez como tragedia y la segunda como farsa. Por este motivo, la producción pasó sin pena ni gloria por los cines y, en consecuencia, estará condenada al ostracismo audiovisual.

Una de las más grandes críticas que había sufrido Dragon Ball: Evolution fue la elección de actores con rasgos occidentales para la personificación de sus principales figuras: Goku (Justin Chatwin) y Bulma (Emmy Rossum). En ese sentido, la estética de los personajes (las versiones del Maestro Roshi y de Piccolo Daimao rozan lo criminal) derivó en caracterizaciones que parecían más cercanas al cosplay que al cine mainstream. Sin embargo, es absurdo cargar contra la occidentalización de ciertos aspectos de esta historia en acción real producida en Estados Unidos. Algo similar ocurre con Los Caballeros del Zodiaco: Saint Seiya – El inicio, cuyo protagonista (el japonés Mackenyu) es el único oriental entre las figuras del elenco. Igualmente, esta decisión de ninguna manera impacta en la calidad del film, que encuentra otros tantos atenuantes que atentan contra sus posibilidades.

Al igual que la maldita película de Dragon Ball, esta versión de Los Caballeros del Zodíaco presenta un importante caudal de libertades en lo narrativo. Y aunque ambas se basan en los manga y animé de origen, fallan estrepitosamente como adaptaciones cinematográficas. En este sentido, Los Caballeros del Zodiaco: Saint Seiya – El inicio se basa en el primer arco de la serie animada, tomando en cuenta sólo un breve (y transcendente) conflicto de la extensa producción: la consagración de Seiya como el Caballero Pegaso. Sin embargo, no hay rastro de los aspectos más relevantes de un caballero de bronce: ni honor, ni sacrificio, ni humildad, ni compromiso. El Seiya de la película es un centennial conflictuado por los traumas de su pasado (la pérdida de su hermana), con una visión cínica y desesperanza del mundo que sobrevive literalmente a las piñas en un turbulento club de peleas. Claro está que la reivindicación del héroe se produce súbita y arbitrariamente durante la última media hora, pero eso no alcanza para generar simpatía o interés por parte del espectador.

Si la película falla en la construcción del héroe, quien literalmente es el Caballero del Zodíaco que se anuncia en el título, los problemas se repiten en varias aspectos del film (Rodrigo Seijas analiza estas cuestiones en su crítica). En primer lugar, los villanos y su plan no sólo resultan poco atractivos, sino que acumulan giros previsibles y fallidos con ciertas subtramas que, más allá de la libertad artística de esta adaptación, no tienen relación con el material de origen. Concretamente, la creación de un ejército de cyborgs liderados por Cassius (Nick Stahl), primer rival de Seiya, representa un obstáculo que nada se relaciona con la mitología que sustenta la historia original. Asimismo, el abuso de la tecnología también se manifiesta en la doble cruzada de Guraad (Famke Janssen): drenar el cosmos interior de los guerreros para sobrevivir a diario (decisión insólita) y el de su propia hija adoptiva, Sienna (Madison Iseman), para evitar que destruya el mundo cuando se convierta en la diosa Athena. No obstante, a Guraad también le llega su forzada posibilidad redención sobre el final del relato, aunque no provoca más que indiferencia y desconcierto por los motivos de su acto heroico.

Más allá de estas decisiones fallidas, que traicionan al relato original, hay que admitir que el título en plural es adecuado. Además de Seiya, otro de los emblemáticos Caballeros del Zodíaco aparece en la película, aunque de manera deslucida. A lo largo de gran parte del film, Nero (Diego Tinoco) se presenta como la mano de derecha de Guraad. No obstante, a mitad de la historia demuestra habilidades extraordinarias y, de forma poco sutil, se exhibe que porta un amuleto similar al de Seiya. Por ese motivo, en la previa del enfrentamiento final no sorprende que se trata del Caballero de Fénix, como así también su resurrección resulta previsible.

En materia de acción, las secuencias de peleas oscilan entre coreografías de danza (hay una mención sin autoconsciencia) y resoluciones expeditivas con abuso de golpes letales y armas de fuego. Como si fuera poco, la batalla final entre los caballeros, momento cúlmine de la producción, evidencia todo el artificio visual de una secuencia diseñada para videojuegos. No hay sangre, sudor, ni lágrimas, sólo dos cuerpos que se arrojan de un lado hacia el otro, destruyendo todo a su paso mientras brillan de distintos colores. Lamentablemente, no sólo no se supo representar visualmente todo lo relacionado con el cosmos, esa energía vital que sustenta el poder de estos guerreros elegidos, sino los autores tampoco comprendieron cómo plasmar la idiosincrasia de la historia original en esta adaptación cinematográfica.

En este marco, Los Caballeros del Zodiaco: Saint Seiya – El inicio nunca encuentra el tono melodramático de la serie animada, que humanizaba a los protagonistas dándole sentido al heroísmo a través de la superación de las adversidades y de sus propios traumas y miserias. Al mismo tiempo, Sienna (originalmente Saori) nunca deja de ser una frágil damisela en peligro que no sabe ni puede controlar sus poderes superiores, al punto de representar una excusa para poner la historia en movimiento. Para colmo, la película cierra con la ilusión de generar, por lo menos, una secuela para profundizar la vasta mitología de los guerreros. Más que una ilusión o una intención, claramente se trata de una farsa.


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