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Mundo grúa (1999)


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INICIOS EXPERIMENTALES

Por Rosana López

(@rousisattack)

Pablo Trapero es uno de los directores que surgió en la llamada -de manera un tanto arbitraria- generación del segundo nuevo cine nacional allá por los noventa, junto a realizadores como Martín Rejtman (Rapado); Esteban Sapir (Picado fino); Israel Adrián Caetano (Pizza, birra, faso); entre otros. Su ópera prima, Mundo grúa (1999), responde a la línea de su cortometraje Negocios (1995), donde la clave era contar una historia simple con personajes reales jugando con una ficción documentada -cuyos actores no son profesionales o sí lo son salidos del teatro under- y una narrativa por demás sencilla y aparentemente descuidada.

Esa simpleza responde a un movimiento de jóvenes realizadores que buscaban romper con el arquetipo academicista de los 80 y recuperar el expresionismo de los 60/70 que supieron impulsar grandes directores como Leonardo Favio, José Martínez Suárez y Manuel Antín, pero utilizando la tecnología del momento y la fórmula descontracturada que implicaba en Mundo grúa la utilización del fuera de campo, fotografías “poco cuidadas” donde prevalecen los granulados en blanco y negro y en apenas un parámetro de cinta de 16 mm. Situación que no responde caprichosa y aisladamente al sello de autor, sino que expresa una sugestión y un dramatismo implacable mezclando ese aire de conurbano de manera magistral para acompañar a estos personajes borders con problemas socioeconómicos precrisis 2001.

Una poética que sin dudas Trapero supo volcar en este primer film, siendo parte de esta neo gestación cultural y a la vez, adelantándose a la miseria social, ciudadana y atomizadamente indivualista, producto de políticas neoliberales que estaban presentando sus primeros estragos ¿Acaso tanto Trapero como Caetano fueron visionarios de la Argentina que se venía o portadores de esa sensibilidad estética y social que sólo los artistas pueden intuir? Tal vez no venga al caso tener una respuesta o capaz que tampoco exista.

Mundo grúa, experimental como ella sola y tesina primordial de Trapero, cuenta cómo el Rulo interpretado por Luis Margani -quien tendría posteriormente una pequeña pero firme carrera actoral-, un tipo cincuentón común y corriente desocupado, separado de su mujer y con algo de sobrepeso, se las rebusca para realizar changas y poder “subsistir” en una Argentina cíclica. Una época signada por las incertidumbres financieras, una pobreza rayante y una desocupación que crecía a pasos agigantados, donde se condicionaba laboralmente por la edad y la presencia estética sobre la calidad operativa que podía ofrecer un empleado. También se sustenta este paradigma de desolación en el personaje de Claudio, el hijo del Rulo, un joven sin un futuro estable que no encuentra cómo insertarse productivamente a la sociedad pero tampoco se lo ve muy preocupado ya que, puede notarse cierta pérdida de madurez por falta de oportunidades, algo típico de la generación X y posteriormente Y.

Trapero logra trasmitir esa desesperanza, la humillación laboral que en algún momento el Rulo soporta ante una ART que no considera avalar su incapacidad. Pero el director al menos regala algunos momentos felices entre un posible porvenir lejos de los afectos: los hobbies del protagonista que en sus tiempos mozos fue bajista de una famosa banda de rock de los 60′; la ceremoniosa juntada entre amigos que comparten el asadito y el vino; y la aparición de una compañera de su edad que lo contiene pero que no negociará su propia independencia.

También Mundo grúa explota al máximo el elemento amateur actoral para darle más veracidad al relato, algo que por aquel entonces no se utilizaba y que tanto se le agradece a un director que fue perdiendo con su consagración nacional e internacional algunas herramientas creíbles que sí supo conseguir en esta película. Por suerte, este es un film donde Trapero juega con la ciclotimia sencilla, y a veces cruel, de la vida misma.

Mundo grúa queda en retrospectiva como una representante cabal del nuevo cine argentino que estaba recién explotando, apoyado por un importante sector de la crítica y dos festivales de relevancia como el Internacional de Mar del Plata y el BAFICI (donde se llevó los premios al mejor director y actor). Sin embargo, Trapero ya no es más ese director y ha tomado otros rumbos, para bien y para mal.

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