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Citizen Ruth (1996)



UNA PROMESA

Por Guillermo Colantonio

(@guillermocola)

En Citizen Ruth se advierte el confuso movimiento que singulariza la carrera de Alexander Payne, una tensión pocas veces resuelta entre momentos de gracia cinematográfica e ideas poco convincentes si se analiza el sustrato que las sustentan. Cuando la balanza se inclina hacia el primer lugar, la cosa va bien. En este primer largo, Laura Dern es un personaje descomunal (por lejos, la mujer que mejor llora, se droga e insulta en pantalla). Cada una de sus intervenciones devela el aura que tiene la actriz, acá devenida en una adicta embarazada que se disputan dos grupos, a favor y en contra del aborto. Hay pasajes de comedia y unas buenas dosis de ironía que funcionan, sobre todo cuando se muestra el ridículo accionar del fanatismo por avalar o impedir la decisión que la protagonista debe tomar. Y aquí aparece uno de los pilares temáticos del director, la cuestión de la elección. El problema radica en su tratamiento. El mundo que retrata Payne en Citizen Ruth está dominado por el trazo grueso y el estereotipo (un vicio que corregiría y depuraría con el tiempo), pero, además, pone en evidencia un defecto: su voluntad por construir un pensamiento moral ambicioso para caer en la trampa inevitablemente. Cuando Ruth se mueve a sus anchas en el terreno de la comedia dramática y prevalece su picaresca concepción de la vida, absorbida por un incesante pragmatismo, la película se disfruta y confirma la virtud del realizador para dar vida a personajes fuertes y empáticos. Al mismo tiempo, la riqueza que el guión le confiere al personaje hace posible la magistral exploración de sus múltiples facetas, las cuales sostiene Dern con enorme talento (los arrebatos continuos, los gestos, las delirantes formas de drogarse con pegamentos y detergentes), incluida la física, con el rostro visible y ridículamente afectado por las inhalaciones. Por el contrario, más allá de ciertos fragmentos discursivos interesantes sobre el aborto en una sociedad como la norteamericana, el exceso de autoconciencia y una mirada retrógrada que concibe a la mujer como sujeto pasivo atentan contra las estructuras genéricas de la comedia de observación (un registro del cual Payne puede enorgullecerse) y la incorrección política que parece predominar en esta ópera prima. El conservadurismo del director en torno al personaje femenino como víctima de dos bandos patéticos y corporativos, se redime hacia el final y es corregido, tal vez, en su siguiente film, La elección. Mientras tanto, como todo embrión, Citizen Ruth es más una promesa que una gran película, con dos apariciones sacadas de la galera, dos verdaderos bonus, las de Burt Reynolds y Tippi Hedren.


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