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Honor Society

Título original: Ídem
Origen: EE.UU. 
Dirección: Oran Zegman
Guión: David A. Goodman
Intérpretes: Angourie Rice, Gaten Matarazzo, Christopher Mintz-Plasse, Armani Jackson, Amy Keum, Ben Jackson Walker, Kelcey Mawema, Avery Konrad, Michael P. Northey, Kerry Butler, Andres Collantes, Danny Wattley, Candice Hunter, Arghavan Jenati, Jason Sakaki, Zoë Christie
Fotografía: Topher Osborn
Montaje: Anita Brandt Burgoyne
Música: Daniel Markovich, Ben Zeadman
Duración: 98 minutos
Año: 2022
Plataforma: Paramount+


5 puntos


EL LÍMITE ENTRE EL APRENDIZAJE Y EL CASTIGO

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

El cine norteamericano ya tiene en el subgénero de comedias estudiantiles un molde prácticamente indestructible y a la vez muy flexible. De ahí que sea muy difícil hacer una comedia estudiantil realmente mala si se conocen mínimamente las normas genéricas. Lo que sí pueden darse son apuestas fallidas, que no terminan de ensamblar del todo bien sus piezas o se exceden en ciertos posicionamientos. Es un poco lo que sucede con Honor Society, que está disponible en Paramount+.

El film de Oran Zegman se centra en Honor (Angourie Rice), que es el prototipo de la joven perfecta: excelente estudiante, excelente hija, excelente compañera, un modelo a seguir por cualquiera que tenga su edad. Claro que eso es más que nada una superficie, lo que queda explícito en sus verdaderas ambiciones: básicamente, ir a la mejor universidad posible y asegurarse de no tener que retornar al pueblo donde vive, del cual quiere huir lo más rápido posible. La oportunidad para concretar ese sueño es clara y concreta: el consejero escolar (Christopher Mintz-Plasse) tiene un contacto en Harvard, al cual le recomienda un alumno por año para que obtenga una beca. Para su sorpresa, Honor se encontrará con que tiene tres rivales en la contienda por el codiciado lugar: Kennedy (Amy Keum), una excéntrica apasionada de las artes; Travis (Armani Jackson), consumado deportista y buen alumno; y Michael (Gaten Matarazzo), un freak que siempre está tratando de eludir el bullying de sus compañeros. Honor diseñará entonces un plan para sacarlos de la cancha que tendrá algunos resultados previstos y otros inesperados, que la interpelarán sobre su propio carácter y ambiciones. En especial en el último caso, porque ahí irá surgiendo una historia de amor para la que no estaba preparada.

Para representar esta serie de conflictos un poco enredados, Honor Society apela a un recurso ya visto pero efectivo: la narración autoconsciente, con mirada a cámara incluida, de la mano de un montaje vertiginoso. Eso le permite delinear su mundo plagado de tensiones y apariencias con bastante dinamismo y que el espectador pase por alto algunas arbitrariedades e instancias de trazo grueso. Por ejemplo, con el personaje de Mintz-Plasse, que es entre incómodo y subrayado en su desborde. Y, de paso, consigue generar empatía con una protagonista que toma unas cuantas decisiones cuestionables, pero siempre de un marco relativamente coherente. Incluso da la impresión de que el film, aún con sus desniveles, aprende las lecciones correctas de hitos recientes del subgénero, como Se dice de mí.

Ese ensamblaje narrativo un poco forzado y a la vez flexible le permite a la película transitar más de dos tercios de su metraje sin sobresaltos. Eso hasta incluye un amague de diferenciación interesante: contrariamente a otros relatos similares, el dispositivo montado por Honor no queda en evidencia a la vista de todos, con lo que su existencia no vuela por los aires, obligándola a una reconfiguración de sí misma. En cambio, hay una progresiva toma de consciencia que la hace reflexionar sobre su mirada al universo que habita y al que es capaz de transformar virtuosamente, desviándose de sus expectativas iniciales.

Sin embargo, Honor Society no se muestra capaz de redondear por completo sus planteos y atreverse a distinguirse. Sin consciencia de sus propios logros, se fuerza a sí misma a dar un volantazo en los últimos quince minutos que reformula las intenciones de un personaje clave, para así incorporar una lección adicional a su protagonista. Esa decisión tira por la borda buena parte de sus méritos y la coloca en un lugar casi cruel respecto a lo que venía contando. A veces, hay que saber dónde el aprendizaje termina y dónde empieza el castigo. Honor Society no termina de hacer esa distinción y por eso ejecuta un movimiento de más, que, en vez de sumar, le resta.


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