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Tiburón (1975)


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LOS DIENTES AFILADOS DEL CAPITALISMO

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Es curioso ver cómo en sus primeras películas, Steven Spielberg demostraba una solidez que era tanto narrativa como argumentativa. Reto a muerte, Tiburón o Los cazadores del arca perdida, amén de incubar alguno de los temas recurrentes del realizador a posteriori, todavía carecían de esa ambición que generaría algunos conflictos en sus películas de los 80’s y 90’s. Aquellos son relatos perfectos y puros, de aventuras, suspenso o acción, donde los personajes se definen decididamente por sus acciones y donde lo que está más claro es la intención del director por contar historias con un fuerte vínculo con el pasado. Si bien a lo largo de toda su filmografía hay una evocación de la moral americana tradicional y de los métodos narrativos del cine clásico, son sus primeras obras donde la esencia del homenaje aparece más pura. Tiburón es una película de monstruos, un film de un terror mucho más espiritual que físico, donde la maestría de Spielberg para la puesta en escena permitía que esos géneros banalizados por la crítica pudieran ser tomados en serio, ejercicio que profundizaría y llevaría a un nivel más amplio con Los cazadores del arca perdida.

Pero más allá de la actualización de mitos terroríficos -como en el cine de ciencia ficción de los años 50’s-, la utilización de recursos como el fuera de campo y la música climática (las enseñanzas de Alfred Hitchcock son notables), y de las referencias intelectuales a Moby Dick, el mayor valor evocativo de Tiburón en el presente tiene que ver con un tipo de cine capaz de convocar a la masividad aún desde la rigidez del relato y la oscuridad de personajes y situaciones, y que hoy -salvo excepciones- parece imposible. Un Spielberg que todavía estaba lejos del melodrama que llegaría con ET – El extraterrestre, y que lograba un film con una mirada inusitadamente adulta. Tal vez, por qué no, Tiburón sería el último gran referente de ese tipo de entretenimiento dentro del cine estadounidense. Y es curioso cuando el propio Spielberg fue uno de los máximos referentes de ese cambio de diseño del mainstream norteamericano: la toma del poder de la taquilla por parte de la adolescencia, hecho que sería clave a partir de la década de 1980, pero que comenzaría a cocinarse por aquellos años setentas.

De todos modos la dinámica de Tiburón es compleja, incluso por sus problemas de producción es hasta curioso que se haya convertido en un gran suceso como fue. El film contó con una enorme campaña de difusión y hasta el concepto de merchandising se instaló fuertemente con él: elementos que hoy son vinculables con el consumidor adolescente, pero que en aquellos años mostraba a un público adulto como generador principal de los fenómenos culturales. Tiburón no tiene en sus protagonistas actores jóvenes. Salvo Richard Dreyfuss (que tenía 28 años), Roy Scheider y Robert Shaw eran figuras maduras. Y más allá de los momentos de tensión efectivos, Tiburón se convertía en su segunda parte en un relato de una oscuridad creciente, donde la obsesión de sus personajes por atrapar ese monstruo marino se apoderaba de la narración. Pensar hoy en que una película así se convierta en la más vista de todos los tiempos (como ocurrió en aquel 1975) es una locura. Y todo esto nos habla mucho de la circulación del dinero, de cómo son los mecanismos de consumo y como ellos van modificándose a lo largo del tiempo.

Por eso Tiburón, que mezclaba tópicos indisimulablemente adolescentes (la muerte de jóvenes en la playa, el entretenimiento veraniego) con otras cuestiones más adultas y oscuras y vinculadas con los miedos de la adultez (lo desconocido, la pérdida de la familia, el paso del tiempo), representa esa película de transición que Hollywood construyó de modo inconsciente. Película experimental en su materialismo, porque los métodos de difusión estaban probándose y sus resultados eran inciertos, la sabiduría narrativa de Spielberg se posicionaba por encima de evidentes riesgos como el carácter sensacionalista que alimentaba el motor del film. Es seguramente su presencia, su talento supremo, lo que encausó un proyecto complejo. En todo caso, equivocado o no, el director siempre ofició como el componente humanizante del dinero que moviliza a Hollywood, ese tiburón de dientes mucho más afilados que los de cualquier bestia. Con sólo 28 años, Spielberg lograba su primera obra maestra.

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