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Marchioli, camino al Festival

Título original: Idem
Origen: Argentina
Dirección: Diego Campessi
Guión: Diego Campessi
Teestimonios: Mario Marchioli, José Antonio Martínez Suárez, Juan José Campanella, Fernando Castets, Fernando “Pino” Solanas, Félix “Chango” Monti, Juan José Jusid, Rómulo Berruti, Pablo Baldini, Carlos Hugo Aztarain, Julio Gallo, Nicolás Scarpino, Ricardo Darín
Fotografía: Daniel Ring
Duración: 84 minutos
Año: 2022


7 puntos


UNA CENA ENTRE AMIGOS

Por Franco Denápole

(@fdenapole)

Cuando uno se plantea llevar adelante una crítica de una película suele dejar de lado el contexto en el que la vio, pero en el caso de Marchioli, camino al Festival no solo sería difícil sino que constituiría probablemente una deshonestidad intelectual. Es un tema interesante para abordar el rol que juega la situación de visualización de un producto audiovisual a la hora de intentar juzgarlo, porque si bien suele ser omitido en la mayoría de las críticas, lo cierto es que influye siempre en la opinión que uno se genera de un trabajo.

Saco este tema a relucir porque tuve la suerte de ver Marchioli, camino al Festival en una función especial con participación no solo del director, Diego Campessi, sino también del propio protagonista del documental, Mario Marchioli, a quien tuve sentado a una butaca de distancia durante toda la función. Resulta una experiencia singular para un espectador (al menos lo es para mí) compartir la proyección de una película junto a sus protagonistas, sus creadores. Se trata, diría el teórico del teatro Jorge Dubatti, de compartir el convivio, que no es otra cosa que el encuentro entre personas sin que medie ninguna tecnología, es decir, en presencia física simultánea, en un mismo lugar y tiempo. Y si bien suelo criticar el modo en el que muchos autores y teóricos del teatro enarbolan este concepto a la hora de idealizar las llamadas “artes conviviales” y demonizar las “tecnoviviales” (dentro de las que entra, lógicamente, el cine, aunque en la sala el convivio existe incuestionablemente), lo cierto es que es innegable la potencia que puede tener el convivio cuando se da, por ejemplo, en las condiciones en las que se dio para mí en la proyección de este documental.

Marchioli, camino al Festival es una suerte de compendio de anécdotas, contadas por el propio Mario Marchioli y por un grupo de amigos y colegas, algunos más famosos que otros, que forjaron una parte de la historia del cine nacional. En el inicio del largometraje, estos entrevistados participan de un juego ficcional humorístico en el que hacen como si no recordaran quién es esa persona por la que se les están preguntando. Este recurso define el tono y el devenir estético del documental, que enmarca las narraciones fragmentarias a partir de una mueca de autoconciencia y del gesto de reírse de uno mismo.

Los colegas de Marchioli desfilan a lo largo de los 85 minutos de duración contando, como si estuvieran en una mesa con amigos, algunas historias que comparten con Mario. Gran parte de estas micro-narraciones están vinculadas a las figuras imponentes de “Pino” Solanas y José Martínez Suárez, con los que Mario tuvo una relación laboral pero también de amistad. Las anécdotas que componen la película pueden agruparse en dos partes: la primera se dedica a la vida y la carrera de Mario, desde sus inicios, su participación en el rodaje y la exhibición de Tangos, el exilio de Gardel, su participación de las famosas tertulias de Martínez Suárez por las que pasaron figuras como Castets, Campanella y Lucrecia Martel, su trayectoria en el mundo teatral y otros proyectos, algunos realizados, algunos exitosos, y algunos inconclusos. La segunda parte se dedica al rol que Mario tuvo en el regreso del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, y retoma otro de los temas del documental que es la relación del protagonista con nuestra ciudad y, especialmente, el Bosque Peralta Ramos, “su lugar en el mundo” como dice él mismo.

Hay una decisión que resulta central a la hora de pensar por qué Marchioli, camino al Festival funciona: su duración. El largometraje va tejiendo una red narrativa compuesta por esa serie de microrelatos que son las anécdotas, en la que los distintos narradores se interconectan de diferentes formas. La naturaleza de este rizoma es infinita: la recreación y resignificación del pasado permite la apertura constante de la palabra, por lo que la selección y el recorte del material resulta una tarea esencial, que Campessi lleva adelante correctamente.

Pero lo que realmente hace que la película sea algo más que un trabajo anecdótico es la forma en la que se conjugan, en las palabras de los vínculos de Mario, el cariño que le tienen. La autenticidad de las entrevistas, que es yuxtapuesta a la cara del protagonista, en la que se adivina más de una vez una emoción que aflora a partir de un recuerdo, hace que el largometraje se convierta en una cena entre amigos en la cual el espectador es bienvenido a participar. Resulta algo irónico decirlo justo acá, pero es difícil no sentir que la pantalla de cine, una forma de mediación tecnológica, pareciera estar reuniendo de nuevo a estas personas al darles un espacio en el que volver a encontrarse. Tal vez, es cierto, en esta sensación haya tenido algo que ver el hecho de que lo tenía a Mario al lado, y podía ver la mirada de sus amigos atravesar la pantalla y encontrar la de él, haciendo realidad lo que de otra manera sería un simple cuento.


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