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Batman vuelve (1992)


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SÚPER FREAK

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Si hoy el cine de superhéroes es uno de los pilares fundamentales de la industria del cine norteamericano, pilar que se ha permitido además reconstruir los mitos clásicos y muy especialmente el sentido cristiano y evangelizador del cine, seguramente haya sido Tim Burton el que -de manera inconsciente- permitió vislumbrar esa posibilidad. Y decimos “de manera inconsciente”, porque si uno analiza sus dos películas de Batman, poco tienen que ver con las formas que el -digámosle- subgénero ha alcanzado en el presente, básicamente un concepto reconstruido por Marvel y que hoy DC Cómics desarrolla, por oposición.

Las películas de superhéroes del hoy, pongamos de Iron-Man hacia el presente, usan al cine como herramienta, pero no son necesariamente cinematográficas. Por el contrario, se cimientan en el conocimiento enciclopédico de los fanáticos del cómic y en la acumulación de referencias, las cuales están puestas en función de estirar el concepto al serial y a la industrialización en serie de películas. Casi que no podríamos entender Los vengadores sin haber visto Iron-Man, Thor o Capitán América. Eso lleva, entonces, a una unidad estética que de alguna manera debe sostenerse más allá de los diferentes directores que se pongan tras las cámaras: y este es un fenómeno histórico de la televisión, donde una serie que consta de múltiples capítulos y directores debe tener una unidad que no despiste al espectador. Claramente, cualquiera de estas películas de Marvel o DC Cómics, de las muy buenas a las muy malas, carecen de imágenes potentes o de momentos iconográficos: achican lo cinematográfico, lo atomizan, desarticulan las singularidades de los directores, poniendo siempre por delante un concepto superior que entroniza el poder del cómic.

Pero Batman vuelve, de la que se cumplieron recientemente 30 años, es otra cosa diferente a todo esto, incluso diferente a la misma Batman que el director había dirigido unos años antes. Y Burton pudo hacer esto, básicamente, porque el concepto instalado por Marvel (y seguido por DC Cómics a partir de El hombre de acero, continuación estética lúdica del Batman de Nolan) no existía por aquel entonces (lo que había eran unas Superman que terminaron en una saga ridículamente kitsch). Batman vuelve es una película decididamente autoral (algo de eso se puede encontrar en la segunda de Spiderman que dirigió Sam Raimi), con imágenes potentes que se impregnan en la memoria del espectador (la secuencia de inicio es memorable), con grandes momentos operísticos, con interpretaciones metódicas (por “método”) como la de Michelle Pfeiffer y una irrespetuosa reescritura del cómic original. Esto último es fundamental para apreciar las virtudes de las dos películas de Burton, gesto libertario dentro del subgénero que se puede hallar también en el Hulk de Ang Lee.

Decíamos que Batman vuelve es incluso diferente a Batman. Es difícil que el público de hoy lo entienda, pero para quienes en los 80’s atravesábamos la infancia y desconocíamos el universo que se plasmaba en los cómics, para todos nosotros, Batman no era ese tipo atormentado y gris y con dejos de expresionismo alemán en la arquitectura de Ciudad Gótica, sino ese colorinche de la serie televisiva de los 60’s, el pop y la lisérgica (aunque desconociéramos qué era “la lisérgica”). Para Burton, entonces, instalar su concepto de Batman, hacernos entender que tipos disfrazados vagando por la ciudad no tenía por qué ser sinónimo de ridículo, fue complicado, más allá de que algunos elementos kitsch florecían como homenaje a la serie entre el verismo dark y noir de la película. Por eso que Batman, más allá de sus grandes aciertos, aparezca como un borrador de lo que estalló deliberadamente en Batman vuelve, verdadera obra maestra del subgénero. Burton necesitaba instalar una idea, por eso que no se permitía arriesgar, ir a fondo, ensayar y errar en el primer film.

Batman vuelve es un circo de fenómenos andante (de hecho el Pingüino administra una banda de delincuentes que son un troupe circense), porque a la anomalía de ese tipo disfrazado de murciélago vagando por las calles y haciendo justicia, le suma la anomalía de una mina disfrazada de gata, y la presencia ominosa de una criatura que es mitad humana y mitad pingüino, que emerge de entre las cloacas para mostrarle a la sociedad todo aquello que desecha, la podredumbre sobre la que se erige. Por diseño, pero fundamentalmente por espíritu, Batman vuelve es una película hiperbólicamente burtoniana: exuberante en sus formas, retorcida en su interior, triste y melancólica por la manera en que finalmente el freak mayor es desterrado de la sociedad por otros freaks, tal vez más normalizados y protectores de una justicia institucionalizada. Antes que sobre la justicia, tema de la primera película, este segundo es un film sobre el poder (cultural, religioso, político, económico, sexual -¡ay esa Gatúbela!-) y sobre cómo éste relega a quienes se apartan: la reflexión sobre el freak se hace explícita y divertida -incluso- en aquella fiesta en la que suena una versión orquestada de Súper freak de Rick James. Seguramente el mayor gesto libertario de Burton en este film sea ese Pingüino enorme, grotesco, aberrante de Danny DeVito, un personaje con un conflicto que arrastra múltiples referencias al judaísmo y al cristianismo, que tiene a la identidad como eje central de sus motivaciones. Y que demuestra que la comicidad, aún en sordina y oscurísima, es una de las herramientas más felices para retratar el horror cotidiano. Porque si algo es esta obra maestra firmada por Burton, además de una película inigualable para el subgénero, es una desaforada y gigantesca sátira sobre la sociedad en la que habitamos.


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