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24 líneas por segundo: Las armas las carga el diablo… ¿o Hollywood?

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Cada vez que sucede una masacre como la ocurrida semanas atrás en una escuela norteamericana, surgen los debates acerca de la influencia de la violencia en la cultura popular, especialmente en el cine y las series. Habitualmente los cuestionamientos vienen desde afuera del sistema y caen, ocasionalmente, en generalidades varias. Era chico allá por los 80’s y ya se discutía la influencia de los dibujos animados: particularmente en mi educación sentimental están Tom & Jerry y nunca se me dio por pegarle un martillazo a nadie, aunque sí recuerdo a un amigo de mi hermano que se creyó Superman y se tiró de una terracita pegándose flor de porrazo. Pero como estamos viviendo tiempos culposos, donde todo debe ser vivido con una mochila que lleve el peso de siglos y siglos de inequidades (como si uno pudiera hoy, con un hashtag y dejando de tomar Coca-Cola, solucionar lo que pasaba en el sur de los Estados Unidos en el Siglo XIX), la propia industria de Hollywood parece estará tomando la posta y queriendo hacerse cargo. Porque son sensibles, claro que sí, y además le tienen miedo al qué dirán de las redes sociales. Se conoció que una serie de celebridades, entre las más conocidas Julianne Moore, Amy Schumer, Judd Apatow, Jimmy Kimmel, Mark Ruffalo, llevan adelante una iniciativa para controlar el uso de las armas en la industria audiovisual norteamericana. Dicen que no piden que se deje de mostrar armas en la pantalla, pero sí que “modelen las mejores prácticas de seguridad con las armas”. No sé, me suena a convertir las películas en un instructivo. Lo imagino a John McClane explicando a cámara cómo ponerle el seguro al revólver antes de meterse en el Nakatomi Plaza y matar a balazos a todos los malos. También me acuerdo de la zoncera spilberguiana de reemplazar armas por walkie-talkies en la reedición de ET. Sinceramente creo que el ambiente artístico se cree más importante e influyente de lo que realmente es y, temo decirles, la violencia en la sociedad existe desde tiempos inmemoriales, incluso mucho antes de que existan las películas de Sam Peckinpah. No creo que Torquemada haya mirado Kill Bill antes de organizar sus planes. Y hasta estimo que estamos viviendo uno de los tiempos más pacíficos de la historia de la humanidad, aunque el noticiero de la tarde-noche nos quiera decir todo lo contrario. En todo caso el cine surge como catarsis y recrea la violencia que está en nosotros, no al revés (no aprendieron nada de Hitchcock). Que puede haber emulación en algunos casos, es cierto, pero también es cierto que emula quien tiene algo que resolver de antemano. El quilombo es ese “antemano”. El problema es social y sistémico, y excede a las películas y las series. De hecho, este mismo colectivo se contradice cuando en un comunicado afirman que “las armas ocupan un lugar destacado en la televisión y las películas en todos los rincones del mundo, pero solo Estados Unidos tiene una epidemia de violencia armada”. El problema es otro, claramente, y radica en asuntos culturales afincados por otros medios. Con el tema de la violencia social me gusta recordar siempre un texto de Hernán Casciari titulado A mí me decían El Gordo Boludo (se puede leer acá), donde el escritor reflexiona sobre algunas masacres escolares ocurridas hace varios años y dice: “Es necesario, sospecho, que la educación moral (la que brindan sobre todo los padres) aporte herramientas útiles, y no valores de un mundo que ya no existe. Junto a la solidaridad, habría que inculcarle al niño un poco de ironía. A la vez que honestidad, algo de malicia. Al mismo tiempo que amor por la verdad, pasión por la fábula y la exageración. A los hijos y a los alumnos no sólo hay que educarlos: también es preciso curtirlos. Nadie que sepa reírse de sus propias desgracias se suicida o mata porque le digan ‘rengo’, ‘narigón’ o ‘cuatroojos’ durante doce años ininterrumpidos. A mí me decían ‘El Gordo Boludo’, y nunca intenté, por eso, coquetear con la muerte”.


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