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24 líneas por segundo: ingenio mata inteligencia

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Con el ruido positivo alrededor de Todo en todas partes al mismo tiempo, que se estrenó esta semana pero ya andaba dando vueltas por ahí hace tiempo, surge nuevamente la imposición del ingenio por sobre la inteligencia, uno de los males del cine contemporáneo. Primero, una lección: Ya es momento que dejemos de esperar películas por el ruido que hacen en las redes, las más de las veces es un puro engaño de gente que gusta fascinarse semanalmente con algo que les dé motivos para seguir viviendo. Supongo que debido a que ya está todo contado, incluso las formas de contar parecen agotadas, el ingenio es algo que cada vez se utiliza más en el cine para llamar la atención. Pienso en Memento de Christopher Nolan y la sorpresa por un policial contado al revés: si a Memento lo pasamos en el sentido correcto, no deja de ser un policial discreto más (por cierto Nolan ha hecho de los truquitos del ingenio un sostén importante en su filmografía, puro fuego de artificio, con El origen como la mayor gesta de la ramplonería camuflada como inteligencia). El problema en todo caso no es del ingenio, que incluso hay películas divertidas que se sostienen nada más que en esa habilidad para mezclar cosas de forma que parecen novedosas (de hecho la citada Todo en todas partes al mismo tiempo un poco lo es), sino en la manera en que el ingenio logra engañar y disfrazar la vulgaridad. Si bien el ingenio, según las definiciones de los diccionarios, es la “capacidad que tiene una persona para imaginar o inventar cosas combinando con inteligencia y habilidad los conocimientos que posee y los medios de que dispone”, se contrapone a la inteligencia debido a que en ocasiones no es necesario ser demasiado riguroso, más bien todo lo contrario. En concreto, la intelitencia requiere trabajo y esfuerzo, mientras que el ingenio es como una salida facilista. Pasa mucho en la ciencia ficción, donde lo ingenioso fuerza todo a riesgo de romper las reglas internas del relato, que aunque más “todo vale” que sea; incluso en ese “todo vale” hay reglas que lo delimitan y son funcionales al verosímil. El ingenio en el cine piensa más en los mecanismos, que en los relatos. Es un truquito para llamar la atención, cuyo efecto es como el de los fuegos artificiales. Quiero creer que con el tiempo uno tiende a ordenar sus recuerdos y en la memoria pesan más las películas que nos emocionaron genuinamente, que aquellas que apelaron a bastardos truquitos de puesta en escena y guion. Aunque puede que esté viejo y no vea que para una generación alimentada a sopitas de Matrix, las emociones genuinas sean otras bien diferentes, y las mías sean sentimentalismos de viejo choto. Es posible. Que sea un viejo choto, digo…


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