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24 líneas por segundo: Usted preguntará ¿para quién escribimos?

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Como aquella canción que se preguntaba retóricamente “¿por qué cantamos?”, a veces me genera dudas saber (o tratar de entender) para quién escribimos lo que escribimos cuando escribimos sobre cine; a quién le hablamos; cómo pensamos que es el mundo que está más allá del monitor o de la hoja. Y esta duda me asaltó nuevamente a partir de un texto del colega Oscar Cuervo titulado Licorice Pizza: la apoteosis de lo insulso (lo pueden leer acá). Y no tiene que ver con que a mí la película de Paul Thomas Anderson me haya encantado y a él no, porque en definitiva los gustos son incuestionables (pero a la vez cuestionables, de ahí el debate) y cuando se argumentan, como lo hace él, son bienvenidos (aunque eso de decir que Anderson no tiene una mirada podemos discutirlo). Ahora bien, el problema del texto de Cuervo, y lo que motiva mi berrinche de esta semana, no es su percepción sobre Licorice Pizza sino algo que dice en el último párrafo y que muestra un poco el lugar de donde se escribe. Cito textual del final del texto (y disculpen el spolier): “Licorice Pizza encuentra su razón de ser en las nominaciones para el Oscar. Es indiferente si ganará alguno: será materia tuitera durante dos días si sacó menos premios que los merecidos. Nadie la recordará en dos años como hoy sí se sostiene la relevancia artística de films juveniles de décadas anteriores a esta: Antoine y Colette, Soplo al corazón, La luna, Paranoid Park. Yo mismo ya la estoy olvidando”. Es curiosa la puntualidad de Cuervo para elegir como forma de rechazo a Licorice Pizza cuatro películas que, perdonen la irreverencia, hoy por hoy no le importan a nadie. Habrán sido relevantes en su tiempo, pero no han trascendido como han trascendido otras obras, incluso de esos mismos autores (Truffaut, Malle, Bertolucci, Van Sant). ¿En el recuerdo de quién se sostiene esa “relevancia artística”? Esto me hizo acordar a una vieja encuesta del staff de El Amante, que eligió a La ciénaga como la película Argentina que se considerará en el futuro. Todo bien con la película de Lucrecia Martel, que me parece realmente una de las mejores del cine nacional del Siglo XXI. Pero en serio, ¿quién la considerará? ¿El público? ¿Cinco críticos en una mesa de debate de algún festival mientras se soban el lomo y se recuerdan lo lindos que son? No se trata de construir un discurso que seduzca al gran público a costa de perder autenticidad, pero en ocasiones caemos en lugares tan esnobistas que nos olvidamos en definitiva que el público (y mucho menos el cine) no son lo que nosotros queremos, sino lo que es. Estamos cada vez más cerca del abuelo Simpson gritándole a una nube.


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