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Los límites para el feminismo en Hollywood

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

En este artículo publicado por Télam hay una verdad sustentada con datos: hay efectivamente una reducción del porcentaje de directoras entre las 100 películas más taquilleras de Hollywood. O, dicho de otra forma: los hombres tienen mayor participación en la dirección de tanques y films exitosos. También hay otra verdad a medias, siendo generosos: que hubo éxitos resonantes dirigidos por mujeres, como las películas dirigidas por Jane Campion, Chloé Zhao, Nia DaCosta y Maggie Gyllenhaal. Si nos ponemos a indagar, el primer caso (El poder del perro) es una candidato fuerte de cara a los Oscars, aunque no ha tenido tanta repercusión en la conversación cultural; el segundo (Eternals) tuvo un desempeño mediocre para el estándar de Marvel, tanto a nivel de crítica como de público; el tercero (Candyman) tuvo un paso aceptable por la taquilla pero fue rápidamente olvidado; y el cuarto (La hija oscura) ha sido elogiado pero todavía lucha por posicionarse en la discusión futura por los galardones. Lo cierto es que todo esto es un síntoma de una realidad que choca con las expresiones de deseo de buena parte del feminismo instalado en la industria hollywoodense: los premios (como el otorgado a Zhao por Nomadland), reconocimientos y discursos altisonantes evidentemente no alcanzan para cambiar las estructuras de fondo y no pasan de la mera gestualidad. Era, convengamos, algo que se veía venir, si tomamos en cuenta experiencias previas: por caso, los Oscars para Sidney Poitier, Denzel Washington, Halle Berry y 12 años de esclavitud -con toda la discursividad sobre el racismo que trajeron a cuestas- tampoco habían alterado demasiado el panorama para la cultura afroamericana. Si la discursividad vinculada a la inclusión amenaza con entrar en una rutina estanca e improductiva, lo mismo pasa con la exclusión: continúan apareciendo denuncias de acoso y abuso contra actores, con sus correspondientes rituales expulsivos, con cada vez menos impacto. El caso más reciente es el de Chris Noth, con el cual se siguió el procedimiento habitual: varias denuncias simultáneas, repudio automático de todo Hollywood, alejamiento de su representante, rescisión de su contrato en la serie The equalizer (donde tenía un papel de reparto) y supresión de su cameo en el revival de Sex and the city, acompañado del comunicado de rigor de las protagonistas manifestando su apoyo a las denunciantes. No hay discusión ni reflexión, solo sentencias y cancelaciones veloces, para clausurar rápidamente toda especulación o asociación con el denunciado, que rápidamente deja de existir para el entramado social del que previamente formaba parte. En cuestión de días, el acusado ya no existe (de hecho, ni siquiera tiene derecho a expresarse, o si lo hace, nadie le cree), nunca estuvo, y si estuvo, todos se ponen de acuerdo en que ya no está ni va a estar nunca más. Y si alguno amaga con defenderlo, hay una nueva y contundente lluvia de repudios que lo obligan a pedir disculpas y aclarar que nunca ha acosado a nadie, que es feminista y que les cree a las víctimas. Así, cuestiones complejas y hasta terribles como el acoso, el abuso, la misoginia y el machismo -que forman parte de una cultura de trabajo violenta- pasan a ser tratadas como problemas burocráticos, sin una búsqueda de soluciones de fondo. De la mano de corrientes como el MeToo, todo -desde el aplauso a los discursos biempensantes hasta el horror frente a los delitos sexuales- ha pasado a ser rápido, clínico, efímero y banal. Por eso no sorprende que a cada rato aparezca una nueva denuncia: la corriente feminista de Hollywood -y también de otros sectores audiovisuales de buena parte del mundo- se compró a sí misma un personaje, un acting, que se repite como un loop y que está encontrando límites muy tangibles frente a problemáticas y eventos que siguen ahí, latentes, por más que se las intente anular con las palabras.


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