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Gustavo Noriega, El Amante y el recuerdo parcial sobre el triunfo de los aficionados

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

El último domingo, Gustavo Noriega publicó en la revista Seúl una nota (la cual puede leerse acá) a propósito de los treinta años de la aparición de El Amante, aquella revista de crítica de cine cuyo recorrido es casi legendario. El texto es bastante atractivo, principalmente por cómo utiliza el surgimiento de El Amante para reivindicar la idea de que la crítica de cine -así como otros campos y disciplinas- puede y debe ser un ámbito donde intervenga gente que no tenga necesariamente una formación especializada. Es una noción con la que no puedo estar más que de acuerdo, porque siempre cuestioné la vocación de encierro y el ombliguismo de muchos ámbitos académicos. Otro elemento que Noriega describe -y con el que estoy de acuerdo, otra vez- es cómo un medio de comunicación (en este caso, una revista) puede convertirse en un lugar de encuentro y discusión no solo para los lectores, sino también para sus propios hacedores. En Funcinema (tanto desde el sitio web, como el programa de radio y el festival de cine), también conviven personas que provienen de diferentes ámbitos y formaciones, y en muchos casos con opiniones muy disímiles no solo en lo que respecta al cine y la televisión. Esas argumentaciones, muy valiosas, contrastan con ciertos silencios y omisiones cuando se adentra con mayor profundidad en lo que fue la experiencia de El Amante, porque ese triunfo que pretende retratar no fue tal. O más bien, fue temporal: el éxito de la revista fue en su primera década de vida, porque dio una batalla cultural en la que salió triunfante, revitalizando el panorama de la crítica local, acompañando al naciente Nuevo Cine Argentino y ganando legitimidad desde los márgenes. El problema surgió, paradójicamente, en buena medida por ese triunfo, que implicó también la progresiva llegada de diversos integrantes a lugares de poder en la gestión cultural pública. Ya entrado el nuevo milenio, El Amante dejó de estar en los márgenes para pasar a ocupar el centro del campo cinematográfico argentino, a tal punto que podía darse el lujo de armar una escuela de formación propia. Ese tipo de cambios introduce toda clase de tensiones -discursivas, metodológicas, sociales, políticas, incluso afectivas- que, mirando un poco desde afuera (pero también habiendo conocido a muchos integrantes de la redacción), creo que no se supieron manejar apropiadamente. Noriega intenta hacerse cargo de esa crisis que puede generar la creación de una “respetabilidad propia”, pero solo a medias, dedicándole apenas un párrafo, y, cuando debe arribar a una explicación del por qué del final de la revista, se queda con la respuesta más fácil de todas: la irrupción de Internet y los cambios en las pautas de consumo cultural. Es una explicación lógica pero también muy simplista, y más si tenemos en cuenta que la despliega desde una publicación como Seúl, que posee un formato de revista con similitudes al que tenía El Amante, aunque usa Internet a su favor. Es cierto que El Amante no pudo encontrar a tiempo las herramientas para sobrevivir a los nuevos tiempos tecnológicos y culturales (les pasó a muchas publicaciones gráficas), pero las explicaciones no se agotan ahí, aunque Noriega así pareciera preferirlo. Hay, de hecho, razones que interpelan y desafían a ese espíritu aficionado y amateur que Noriega reivindica: ¿cómo balancear los tiempos y energías al momento de llevar adelante un emprendimiento que no busca necesariamente el rédito económico o laboral? ¿A qué vías recurrir para tener una mínima sostenibilidad económica, pero sin que eso transforme al proyecto en algo puramente laboral? ¿Cómo liderar y mantener encendida la llama amateur en un grupo de personas donde las prioridades pueden ser muy distintas? ¿Cómo manejar los conflictos comunicacionales, culturales, personales y hasta partidarios a lo largo del tiempo? ¿Qué hacer cuando un emprendimiento alcanza tal nivel de notoriedad que, para muchos integrantes, puede pasar de ser un fin en sí mismo (“tener un espacio donde escribo con amplia libertad”) a un instrumento de ascenso personal (“escribir acá un par de artículos para ganar visibilidad y luego poder conseguir ese ansiado trabajo rentado”)? Despliego también esas preguntas porque también me las hago un poco a mí mismo como uno de los líderes de Funcinema, un medio que ya arrastra unos cuantos éxitos, pero también varios fracasos de los cuales hay que hacerse cargo, además de muchos proyectos a futuro, pero también numerosas incertidumbres. Igual creo que también entiendo un poco a Noriega: la memoria es antojadiza, uno recuerda lo que quiere y lo que puede. Por eso quizás el despliegue de fotos viejas (todas de la primera etapa y posiblemente ahora irrepetibles), que procuran terminar de imprimir la leyenda. Pero claro, una cosa es lo legendario, y otra lo histórico.


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