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El arte de gestionar un festival de cine (tercera parte)

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Una de las primeras cuestiones fundamentales a la hora de realizar un festival de cine es tener claro qué perfil artístico va a tener: es decir, qué tipo de programación va a delinear, qué recursos va a manejar, hacia qué espectadores va a apuntar y qué modelo organizativo va a seguir, entre otras cuestiones. En la medida de lo posible, debe poseer una cierta dosis de originalidad, que le permita distinguirse de otros eventos similares y desde ahí ganar visibilidad. Esto es mucho más difícil de tener claro y llevar a cabo de lo que puede parecer, ya que en muchos aspectos no solo está explicado por deseos y búsquedas artísticas, sino también por limitaciones económicas, organizativas y económicas. Eso lo podemos ver en la historia de, por ejemplo, los festivales marplatenses que me tocó analizar para mi trabajo de Especialización. El Festival Internacional de Mar del Plata, desde su vuelta en 1996, fue cambiando visiones y ambiciones: pasó de proponerse como un gran desfile de estrellas al estilo Cannes o Berlín, a adoptar un énfasis en las cinematografías iberoamericanas y latinoamericanas. En los últimos años, buscó resolver tensiones internas y ampliar su espectro estético, intentando interpelar a un abanico importante de públicos y programando una gran variedad de obras. Sin embargo, siempre está condicionado -para bien y para mal- por su condición de festival organizado primariamente desde el INCAA, su interés por solidificarse como evento nacional e internacional, y al mismo tiempo la necesidad de mantener una conexión con ese territorio particular que es Mar del Plata. Por otro lado, el MARFICI arrancó como una versión en clave marplatense del BAFICI, pero eso fue mutando en las ediciones posteriores: pasó a centrarse fuertemente en el género documental, el cine independiente y las producciones de la ciudad. Al mismo tiempo, diseño estrategias para conectarse con estratos de audiencias específicos, como los estudiantes de cine y universitarios. Su estructura siempre fue mediana y privada, casi sin lazos con el Estado municipal y menos aún con el provincial y nacional. En tanto, FUNCINEMA supo armar su perfil desde su recorte genérico: la comedia es su eje distintivo y que le brinda notoriedad, aunque también limitaciones para la elección de películas y la realización de actividades. Además, su escasez de recursos propios llevó a que arme una estructura reducida, con gastos muy controlados y un trabajo de detección de públicos enmarcado en el Museo Mar, aunque también por el gusto por distintas formas de comicidad. Lo que dejan todas estas experiencias es que el perfil artístico es una construcción que está lejos de ser simple e instantánea, que requiere de pruebas y errores, de procesos donde entran en juego múltiples variables. Hay demandas a la que prestar atención, ofertas que se pueden hacer, ideas viables, recortes inevitables, márgenes de acción, limitaciones de contexto. Por eso no se trata solo de deseos o sueños, sino también de una mirada equilibrada y abarcativa, que detecte oportunidades y obstáculos. La propuesta de un festival de cine -cualquiera sea- no puede ser algo estático y permanente. De ahí que la única constante sea el cambio.


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