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Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988)


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TEATRO

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Mujeres al borde de un ataque de nervios fue una suerte de síntesis del cine de Pedro Almodóvar hasta ese momento y también su cima, y que además tiene la pertinencia de ser su último film en la década de 1980. Luego vinieron ¡Atame!, Tacones lejanos y Kika, películas igualmente libres y provocadoras, pero donde se comenzaba a ver cómo su mirada trataba de contenerse dentro de un cine más sofisticado y hasta formalmente más convencional. Lo que se empezaba a ver, también, era su necesidad por ser tomado un poco en serio por ámbitos académicos. En Mujeres al borde de un ataque de nervios -un film popular y festivo- quedan relegados sus escarceos con el cine de Berlanga y se trata de definir un estilo: y allí surgen sus temas recurrentes en el contexto de una apuesta visual que extrema el gusto del director por el teleteatro, el bolero, el melodrama y la comedia norteamericana clásica. Seguramente sea Mujeres al borde de un ataque de nervios la película que define el estilo de aquello conocido como lo “almodovariano”.

Son dos las puntas a las que Almodóvar le saca filo en el film. Por un lado su militancia feminista sin hipocresías, retratando un universo femenino en crisis pero en movimiento ante una institucionalidad patriarcal dominada por tipos mentirosos y poco confiables, y estancados en su machismo. Por el otro, la representación: la película es claramente artificial en su puesta en escena, deliberadamente teatral en la escenificación de ese departamento donde vive Pepa y sumergida en colores y encuadres que gritan a los vientos su artificio. Lo que busca el director, en medio de este torbellino deudor de Doulgas Sirk y Ernst Lubitsch, es imprimir con mayor energía los conflictos de su protagonista, que son realistas y tienen que ver con el amor, la pasión y el deseo.

Si a todo esto le sumamos un vestuario barroco y deliberadamente “moderno” y un uso equívoco de la tecnología (la película está llena de aparatos telefónicos que incomunican más que lo que acercan), lo que hace subterráneamente Almodóvar es construir una mirada pesimista sobre el destino de esa sociedad madrileña donde las instituciones y sus intenciones son confusas, y lo único que sobrevive son los sentimientos. Sentimientos vívidos, enérgicos, venales, como los que queman a Pepa y las demás mujeres que aparecen y brillan en la cámara de Almodóvar.

Mujeres al borde de un ataque de nervios resalta porque el director nunca pone el discurso por encima del relato, acierto mayor si observamos que una puesta en escena tan fuerte y presente no atenta contra el ritmo alocado que imprime Almodóvar. Si a todo esto le sumamos unos personajes memorables, que de alguna manera contradicen un imaginario (como ese taxista que es lo ridículo de amable), no es difícil pensar que estamos ante una sátira y una representación. Porque, como sabemos, la vida es puro teatro. Almodóvar lo demuestra como nadie en esta comedia desquiciada y memorable.

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