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24 líneas por segundo: Finales, principios, presente, futuro

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

¿Cómo se da cuenta uno que un director de cine tiene más de 50 largos? Fácil, las imágenes de sus películas tienen la capacidad de transpirar, incluso de dar señas falsas o molestar; vaya desconsideración con una platea convertida en tribuna romana con el pulgar fácil de la cancelación. Que las imágenes transpiren y molesten no necesariamente hacen buena a una película, pero sí al menos dan motivos para discutirla, enojarse y pelearse con la pantalla. Y con quien esté detrás de cámaras. Miren J’Accuse de Roman Polanski y vean la distancia que hay entre un director cocinado en la vieja escuela y estos jóvenes surgidos de un focus group sobre cómo no ofender a nadie. J’Accuse nos provoca desde el clasicismo más clásico que Polanski se haya permitido nunca. Hace poco se estrenó virtualmente (porque ahora el cine ya no es tanto en el cine, es también en la casa y habrá que ver cómo eso terminó modificando nuestra relación con las películas) un melodrama que se llama Finales, principios. Me tocó escribir la crítica (acá) y mientras avanzaba con el texto, recién hacia el final, descubrí de qué quería hablar realmente, o de qué me hacía hablar la película. Sus protagonistas son Shailene Woodley, Sebastian Stan y Jamie Dornan. Ella se hizo famosa gracias a uno de esos dramas cancerosos que les encantan a estos adolescentes extrañamente morbosos de hoy, pero también protagonizó una saga juvenil de esas que adaptan libros de moda. Stan es un actor popular a partir de su presencia en los films de Marvel y Dornan, a partir de su participación en las adaptaciones de las sombras esas de Grey, el erotismo millennial post Sex and the city. Es decir, son tres íconos generacionales; tres cuerpos/productos elaborados en los laboratorios de Hollywood. Finales, principios es entonces la fuga que los tres encuentran para salirse de los moldes y comprometerse con una película en serio, un drama profundo y complejo sobre temas importantes. Pero la verdad que no, no hay nada que transpire en esa película, ni las escenas de sexo que tienen la osadía de una publicidad de champú. Pienso que está todo mal y a la vez pienso que no todo está tan mal. Finales, principios es una película donde todos garchan con todos y se engañan, pero al final nadie se enoja demasiado ni se pone mal porque una cosa que está mal vista hoy por hoy es enojarse. Y estas películas no quieren que nadie se enoje, ni siquiera los personajes. Y pienso, digo, que al final tal vez no esté todo mal porque en definitiva Finales, principios es una película deudora de su tiempo, que apuesta por un público determinado, que es el de hoy, el de esa generación un poco castradora que necesita aprobación y representatividad constante. Por eso estas películas, para demostrarles que el mundo es como ellos desean y está todo en orden. Pienso también que mi padre odiaría las películas que yo veía en los 80’s, que bajo ningún punto de vista eran superiores a los westerns y a las de guerra que vio en su juventud. Y descubro que el mundo no desbarranca, si no que este presente horrible será en el futuro un pasado glorioso en fricción con otro presente horrible. Y ahí estarán los pibes de hoy convertidos en abuelos del mañana diciendo que Principios, finales era un peliculón, no como ese drama espantoso protagonizado por el bisnieto de Michael Douglas que se estrenará en 2050. En mis oídos resuena como siempre el abuelo Simpson diciendo aquello que “yo sí estaba en onda, pero luego cambiaron la onda. Ahora la onda que traigo no es onda y la onda de ahora me parece muy mala onda… ¡Y te va a pasar a ti!”.

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