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24 líneas por segundo: Diego Batlle, el demócrata menos pensado

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Fue allá por 2018, con el estreno de Rojo, de Benjamín Naishtat, que comenzó lo que por estos días terminó decantando en una serie de acusaciones cruzadas entre críticos de cine, acusaciones que abren una grieta entre los que acusan a otros de pertenecer a la derecha y esos otros, que niegan esas acusaciones y califican a los otros de fascistas. En 2018, con el estreno de Rojo, fue el inefable Diego Batlle el que arrojó la primera piedra y dijo más o menos algo así como que los que apreciaban la película eran progresistas y los que no, conservadores. Así de simple. Porque Batlle tiene el termómetro para medir la construcción cívica de los argentinos, el mismo termómetro con el que agudamente analizaba los problemas del INCAA hasta diciembre de 2019 y que luego se le rompió, casualmente cuando ingresó su hermano a la vicepresidencia y se le terminaron las columnas de opinión al respecto (y miren que hubo problemas en el INCAA entre el año pasado y este…). Ahora tomaron la posta dos de su núcleo cercano, Roger Koza y Diego Lerer, quienes no solo avanzan en el mismo sentido sino que directamente dan nombres y apellidos (casi como en una copia de la “reacción conservadora” de la que hablaban Ingrid Beck y sus amigas de la Gestapo del Cono Sur), como para terminar de cerrar el círculo… que tal vez sea rojo, como aquella película, vaya uno a saber. Como bien señaló Rodrigo Seijas en su columna (ver acá), acusar a alguien de ser derecha en el ambiente del cine argentino no es solo una ingenua identificación partidaria, una mojadita de oreja inocente, es casi una invitación a la puerta de salida. En el mundillo de la crítica argentina, por ejemplo, el que no es progresista se auto-percibe como tal. Y lo que es peor, te baja línea pesada, a veces sin poder sostener un argumento con acciones. O en todo caso, hace como Batlle, que impone las reglas y siempre queda resguardado bajo el paraguas protector: “esta película me gustó y es para progres, si no te gustó ya sabés”. Porque contrariamente a lo que se imagina, en estos tiempos no importa tanto ser uno como decirle al otro lo que es o debe ser. Porque ni Batlle, ni Koza, ni Lerer se definen a sí mismos, pero sí definen a los otros categóricamente. Y para el caso a Quintín le cuesta definirse a sí mismo, pero no duda en calificar a los otros de fascistas adoradores de las purgas. A favor del ex director de El Amante, hay que reconocer que la evidencia condena a aquellos que cometieron la torpeza del acto delator. De todos modos, no dejan de ser divertidas estas polémicas en el mundo de los críticos de cine, que se parecen al final de Hormiguitaz, aquella primigenia película de Dreamworks que revelaba en su último plano que toda aquella enorme aventura que habíamos vivido no era más que un pequeño agujero en una ciudad gigante. Es triste, pero no le importa(mos) a nadie. Ahora bien, qué obsesión que tiene Batlle con la derecha: por estos días regresó con un posteo en ese mismo sentido, sorprendiéndose por cómo a los que él supone la derecha les molesta que los señalen como la derecha. No deja de ser curiosa, en ese sentido, la reflexión de Lerer sobre cómo a algunos críticos les gustaba Clint Eastwood por su ideología y no tanto por sus películas. Obviamente no deja de ser una chicana y, como tal, no merece -ni pide- mayor análisis. Ahora bien, en ese mismo sentido simplificador podemos decir que Batlle escribe hace años en La Nación, que no es el Granma argentino, por si hace falta aclarar. Tampoco deja de ser curioso el progresismo democrático e inclusivo que parece querer representar Batlle. Porque en verdad un par de conductas lo muestran como el chanta que es, y que muchos en los pasillos reconocen que es, pero que solo algunos pocos nos animamos a mencionar públicamente porque algún inútil (como uno) se tiene que sacrificar por la causa (soy pobre: no tengo ni para proteger el canje de una pizzería de barrio). Pasa cada año para el BAFICI o para el Festival de Mar del Plata: Batlle tiene la costumbre de publicar anticipadamente las programaciones enteras en su web antes que los demás sitios, como una suerte de mojada de oreja a todos sus colegas y de demostración de poder. Alguna vez Rodrigo Seijas le preguntó por qué hacía eso, que era claramente la evidencia de un favoritismo en la difusión de información de dos festivales estatales que debe bregar por la igualdad (si las cosas funcionaran más o menos bien, Diego Batlle no debería ser acreditado nunca más a ninguno de estos festivales, hay que decirlo). Su respuesta fue que él hacía periodismo. No vamos a extendernos demasiado ni vamos a ponernos a explicarlo porque está más que claro, eso no es periodismo. Otra actitud de Batlle, un demócrata de pura ley: hace muchos años desde este medio lo hemos invitado a debatir con las mejores intenciones y sin agresiones, y su respuesta fue bloquearnos en redes sociales. Ni una respuesta, ni un “no me interesa debatir con un medio inferior del interior”. Nada. Directamente bloquear al que piensa diferente y nos cuestiona. Hermoso. Una actitud bastante curiosa para un progresista demócrata de la valía de Batlle. Pero bueno, el acto de invisibilizar al otro no está muy lejos al de suscribir a listas que señalan al enemigo. Todo cierra en el círculo rojo de Batlle y sus amigos.

PD: quiero aclarar que en 1999 voté a la Alianza y luego del desencanto he votado a los diversos frentes de izquierda que se han postulado. Lo digo porque en estos tiempos hay que aclarar hasta lo innecesario y antes de que venga algún impresentable a que te ponga una etiqueta que no querés llevar.

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