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El problema de las expectativas con Puenzo

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Buena parte de la conflictividad actual entre el Presidente del INCAA, Luis Puenzo, y diversos sectores del cine argentino, se explican por la diferencia abismal entre las expectativas y la realidad. Cuando Puenzo asumió la presidencia y convocó a las primeras mesas de diálogo, la euforia y el respaldo hacia su figura eran casi unánimes. Poco más de un año después, la decepción prevalece, lo mismo que las críticas, frente a una gestión que no parece ofrecer mucho más que una continuidad de lo ya visto entre los años 2017 y 2019, cuando la presidencia estaba a cargo de Ralph Haiek. Ahora bien, ¿cuáles eran las bases reales para tamaña esperanza depositada en Puenzo? Esta pregunta tiene cierta relevancia, porque si se hace un repaso, no había un plan claro y concreto presentado por Puenzo y su vicepresidente Nicolás Batlle, más allá de una vaga enunciación de intenciones. A eso había que sumarle que ni Puenzo ni Batlle tenían antecedentes consistentes en lo que refiere a la función pública, la gestión cultural o el diseño de políticas desde el Estado. Sin embargo, desde distintas asociaciones se resaltaba de manera constante la “trayectoria” de Puenzo, como si ser realizador y productor fuera lo mismo que ser funcionario público. Y, para colmo, los recursos económicos con los que contaba el INCAA a principios del 2020 ya eran limitados. ¿Qué podía esperarse entonces de una gestión que desde el comienzo exhibía notorias falencias formativas y políticas frente a un contexto desafiante en lo económico? ¿Acaso alguien sabía qué cine argentino quería Puenzo, cuál era su visión específica para el INCAA y cómo llevarla a cabo? Y todo esto que explicamos era previo a la irrupción de la pandemia del coronavirus, el anuncio de la cuarentena y el extenso tiempo en que los circuitos de producción y exhibición permanecieron cerrados. El COVID-19 lo único que hizo fue explicitar las fallas de origen y acelerar los tiempos, pero los problemas ya estaban antes, a la vista de cualquiera que se esforzara mínimamente por verlos. Pero el problema con las expectativas no solo es de los sectores del cine argentino que se ilusionaron con Puenzo y ahora lo critican decepcionados, sino también del propio Puenzo, que desde el inicio se comportó como si su sola presencia -más algunas mesas de diálogo- fuera a solucionar todos los problemas. Quizás eso explique sus particulares manejos comunicacionales, que oscilan entre las cartas seudo epistolares -donde comenta todo como si le fuera ajeno- y las acusaciones imprecisas sin dar nombres concretos: al fin y al cabo, el choque con la realidad suele ser muy frustrante, aunque un funcionario debería desempeñarse con mayor cintura política. El panorama que enfrentaron y enfrentan el INCAA y el cine argentino es complejo y desafiante, lo cual requiere una planificación precisa y a la vez flexible, objetivos viables y una comunicación permanente y moderada, que maneje de forma equilibrada las demandas y perspectivas. Para todo eso se requiere humildad política, un bien que hasta el momento se muestra muy escaso, y del cual vale la pena ocuparse en una futura nota.

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