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Puenzo no está solo

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Entre el 2015 y el 2019, los sucesivos presidentes que tuvo el INCAA, Alejandro Cacetta y Ralph Haiek, recibieron cuestionamientos muy duros por parte de buena parte de la comunidad del cine argentino. Ahora bien, uno leía los comunicados de distintas asociaciones o declaraciones de diferentes representantes, y había un denominador común: Cacetta o Haiek no eran los únicos que caían en la volteada. Las objeciones -con mayor o menor validez- partían de un análisis donde las acciones del Instituto estaban enmarcadas dentro de un conjunto de políticas ejercidas por un gobierno y un proyecto político determinados. Por eso también los señalamientos iban hacia el Ministro de Cultura de esos años, Pablo Avelluto, y del Presidente de ese período, Mauricio Macri. De hecho, se hablaba incluso del “ajuste macrista”. Ese análisis donde lo micro y lo macro se combinaban no solo era válido, sino también acertado. Uno podía estar de acuerdo o no con la valoración que hacían de las gestiones de Cacetta o Haiek, pero era innegable que había que juzgar sus desempeños como funcionarios que formaban parte de una estructura que los incluía y trascendía. No actuaban solos: cumplían órdenes o de mínima tomaban decisiones que tenían el aval de sus jefes políticos. Si se mantenían en sus cargos -particularmente Haiek, que estuvo desde abril del 2017 hasta diciembre del 2019- era por algo, porque había autoridades superiores que los respaldaban, incluso frente a los cuestionamientos. Ahora bien, desde finales del año pasado, el vínculo entre la actual gestión del INCAA y amplios sectores del cine argentino -con asociaciones como el Colectivo de Cineastas y RAFMA- viene deteriorándose a pasos agigantados. Los reclamos -válidos, por cierto- son variados, pero lo que sorprende principalmente es la dureza de los comunicados, que hacen recordar a los momentos más complejos de la era macrista. Más aún porque hace menos de un año, estos mismos sectores respaldaban de manera homogénea al actual Presidente del Instituto, Luis Puenzo. Da para pensar cómo hizo Puenzo para perder todo ese apoyo en unos meses, aun con las dificultades y errores de su gestión, aunque eso es material para otra nota. Lo que llama la atención es esa dureza, incluso esa furia, que hasta ha llevado a que RAFMA declarara personas no gratas a Puenzo y su vicepresidente, Nicolás Batlle. Pero quizás esa virulencia se explique porque está dirigida a Puenzo, y solamente a Puenzo, con Batlle apenas como nombre adicional en determinados comunicados. No aparecen otros nombres, como si Puenzo actuara solo y en un marco totalmente aislado. ¿Acaso Puenzo no cumple órdenes o rinde cuentas a un Ministro de Cultura? ¿No fue ese Ministro designado por un Presidente? ¿No están las acciones de Puenzo inscriptas en una mirada sobre la cultura que lo incluye y lo trasciende? ¿Esa visión sobre la cultura no forma parte de un sostén ideológico de un proyecto político determinado? Es más, con la cantidad y variedad de cuestionamientos que recibe Puenzo, ¿por qué permanece en su cargo y ni se habla de la posibilidad de que renuncie o que lo echen? ¿Quién lo avala y respalda, arriesgándose a pagar costos políticos (y justo en año electoral) por ello? Muchas de estas preguntas son fáciles de responder y no estaría mal aplicar la misma cadena de razonamientos que se utilizaba entre el 2015 y el 2019, por más incómodo que sea. Puenzo no actúa solo. Y no está solo. Quizás es el momento de empezar a pronunciar otros nombres.

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