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El sonido del metal

Título original: Sound of metal
Origen: EE.UU.
Dirección: Darius Marder
Guión: Darius Marder, Abraham Marder
Intérpretes: Riz Ahmed, Olivia Cooke, Paul Raci, Lauren Ridloff, Mathieu Amalric, Chelsea Lee, Shaheem Sanchez, Chris Perfetti, Bill Thorpe, Michael Tow, William Xifaras, Rena Maliszewski, Tom Kemp, Jeremy Lee Stone, Hillary Baack
Fotografía: Daniël Bouquet
Montaje: Mikkel E.G. Nielsen
Música: Nicolas Becker, Abraham Marder
Duración: 120 minutos
Año: 2019


8 puntos


AZARES Y DECISIONES

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

La vida de Ruben (Riz Ahmed) va bastante bien: con su novia Lou (Olivia Cooke) tienen una existencia nómade, viajando por diferentes lugares en una casa rodante, parando en distintos puntos para dar conciertos de música heavy-metal. Ella es la voz, él está en la batería, y el vínculo personal funciona tan óptimamente como el profesional. Todo parece relativamente encarrilado, aun con sus altas y bajas, hasta que ese equilibrio se derrumba como un castillo de naipes a partir del momento en que Ruben empieza a quedarse sordo. Ese proceso vertiginoso y hasta brutal de la pérdida de su audición lo termina llevando a una especie de hogar de contención y adaptación para sordos. Y es allí cuando se termina de cimentar el conflicto principal que impulsa a El sonido del metal, que, con seis nominaciones, parece la tapada de la contienda por los Oscars.

La película del debutante Darius Marder -con producción de Derek Cianfrance- tenía todo servido para construir un relato aleccionador y remarcado sobre la autosuperación, de esos que suelen gustar tanto en Hollywood. A eso se le suma el factor adicional de que Ruben es un adicto en recuperación, lo cual allanaba el terreno para que Ahmed despliegue un showcito actoral. Pero no, El sonido del metal, por más que bordee ese territorio, nunca se permite caer en el miserabilismo, sino que se concentra en el aprendizaje desparejo de Ruben, en cómo lidia con su nueva condición, que parece una maldición del azar, aunque finalmente todo se trate de sus propias decisiones. Esa elección de tono, que es de carácter narrativo y estético, pero también ética y moral, queda clara en cuanto entra en escena el otro personaje decisivo del film, que es Joe (Paul Raci), el líder del hogar y mentor de Ruben. Lo de Joe no son las bajadas de línea o las frases altisonantes, sino la interpelación directa ante el desafío que enfrenta el protagonista.

Con una progresión pausada pero firme, además de una utilización poética, pero también narrativa del sonido -a partir de cómo construye los contrastes entre el mundo silencioso que habita Ruben y los ruidos que lo rodean en cada escena-, El sonido del metal traza ese rumbo de (auto) descubrimiento que debe transitar el protagonista. Pero, además, va construyendo, con sutileza y a la vez decisión, esa capa que está en el fondo y es a la vez fundamental para el relato, que es la historia de amor. A Ruben lo impulsa la figura de la mujer que ama, por más que ella esté ausente durante buena parte de su proceso de adaptación. Todas sus decisiones (buenas y malas) están explicadas por ese horizonte romántico que él mismo se dibuja, que incluso conduce a las nuevas amistades y vínculos que va armando. La película no hace de ese componente amoroso una épica, tampoco una tragedia, pero sí una justificación ineludible para todo lo que hace Ruben.

El aprendizaje que consigue Ruben es incompleto e imperfecto, y por eso mismo muy humano. El sonido del metal comprende eso con gran perspicacia y por ende nunca lo juzga, incluso cuando está en sus momentos más bajos. Esa sensibilidad es la que también permite que el film sea el escenario perfecto para un par de actuaciones espléndidas: Ahmed encuentra el equilibrio preciso para no caer en excesos y a la vez utilizar productivamente todos los espectros gestuales, mientras que lo de Raci es superlativo, particularmente en su última escena, donde con un puñado de gestos mínimos conmover hasta las lágrimas. Y es la que también conduce a un final que le escapa a la manipulación y que halla la coherencia que reclamaba el relato. El sonido del metal se hace cargo de los azares que la componen, pero también de las decisiones -racionales e irracionales- de su protagonista, con una honestidad poco habitual.

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