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24 líneas por segundo: ¿Están premiando una comedia?

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Si bien el año fue demasiado disperso en materia de estrenos y eso -entre otras cosas- atentó con el normal funcionamiento de la temporada de premios, las diversas entidades se van poniendo en regla y entregando sus listas de nominados. Como todos los años aparecen olvidados y sorpresas, también confirmaciones y exageraciones y películas que responden más a la agenda de temas urgentes que a los valores cinematográficos. Obviamente, como amante de la comedia siempre busco a ver qué películas del género aparecen y la pesquisa siempre ofrece resultados decepcionantes: muy pocas comedias son reconocidas. Pero este año apareció una comedia que sorpresivamente (o no, ya lo veremos) se coló entre las preferidas del sindicato de actores, del sindicato de guionistas, incluso del Globo de Oro con tres nominaciones (aunque el Globo de Oro tiene sus nominaciones a comedia), entre otras entidades. Se trata de Borat: Subsequent Moviefilm, la secuela que dirigió Jason Woliner con el clásico personaje interpretado por Sacha Baron Cohen. Digamos que afortunadamente se trata de una comedia, aunque es cierto que no está a la altura de la original (que también había tenido su reconocimiento, incluyendo una nominación al Oscar por su guion) pero pone toda su energía en construir situaciones humorísticas al límite. Además de Baron Cohen, Maria Bakalova es toda una revelación. Ahora bien, la duda que a uno le cabe es saber si lo que se está reconociendo cuando se reconoce esta película es a la película en sí o al gesto. Al gesto, digo, de construir un rabioso panfleto anti Donald Trump en un año donde Hollywood se jugó mucho contra el ex presidente republicano. Seguramente uno no tiene la respuesta porque determinar qué se elige le corresponde, precisamente, a los que eligen. Pero es indudable que hay un tufillo proselitista para instalar esta película por sobre otras comedias que han sido mucho más eficaces y estimulantes durante 2020. Tal vez a Sacha Baron Cohen le termina pasando lo mismo que a muchos personajes irreverentes del mundo del arte: en determinado momento el sistema les toma el tiempo y lo vuelve una herramienta de descarte, solo funcional a un discurso. Y ese destino, al fin de cuentas, termina siendo el peor para una comedia.

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