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Rebeca (1940)



GHOST STORY

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

En 1940 Alfred Hitchcock ya tenía varias obras relevantes en su Inglaterra natal y eso posibilitó que el poderoso productor David O. Selznick se fijara en él para importarlo a la industria norteamericana. Hubo algún proyecto relacionado con el hundimiento del Titanic dando vueltas, pero fue finalmente Rebeca, adaptación de la novela de Daphne Du Maurier (de la que Hitchcock ya había llevado al cine Jamaica Inn), la que terminó cerrando el pacto. El rodaje fue complejo, sobre todo por el control de la obra que ambos deseaban: sin embargo la atención que Selznick tuvo que poner en la complicada producción de Lo que el viento se llevó permitió que el británico tuviera un poco de la libertad creativa que necesitaba y que tenía en su país. La tensión en el detrás de escena es ampliamente conocida y forma parte del anecdotario de la era dorada del cine norteamericano. De hecho el propio Hitchcock nunca terminó de considerar a Rebeca como una película absolutamente suya. Sin embargo todo esto no hace más que desvanecerse ante la evidencia: Rebeca es una obra maestra, tal vez una de las mejores del director. Y una película que sintetiza en amplios sentidos su obra completa, posiblemente como ninguna otra de sus películas lo hiciera. Rebeca es casi una screwball comedy en su primer segmento, para pasar al drama romántico y al thriller de suspenso una vez que Max de Winter y su nueva esposa se mudan a la mansión de Manderley, y finalmente en un policial tribunalicio en un último segmento. Rebeca no solo fluye endemoniadamente, sino que demuestra el talento de Hitchckcok para manejar todos los géneros y registros posibles con enorme inteligencia.

Hay una idea asentada popularmente que representa a Hitchcock como un director de cine de suspenso y terror. Seguramente eso se sostiene en la fuerza iconográfica que han tenido películas como Los pájaros, Psicosis o La ventana indiscreta, que ocupan dentro de su obra el rango de films masivos que funcionan por fuera del círculo cinéfilo: cualquiera reconoce un fotograma de estas películas con solo verlo, incluso si desea mostrarse desinteresado por el cine. En este rango Vértigo es una rareza, ya que representa más allá de la trama de misterio su costado más fervorosamente romántico y es también una película de consenso. Pero Hitchcock era un director que podía volverse ligero y elegante, como una copa de champagne (Para atrapar al ladrón), o cercano al melodrama, como en Rebeca. Y en Rebeca, de hecho, hay algunos de los tópicos que encontramos luego en Vértigo, ambas a su manera dos historias de fantasmas. Porque a la pobre nueva señora de Winter (Joan Fontaine) la acecha y obsesiona la presencia de la fallecida Rebeca de la misma forma que al John “Scottie” Ferguson de James Stewart lo obsesionan las Madeleine y Judy de Kim Novak. La pobre nueva señora de Winter -personaje al que irónicamente la historia le niega un nombre propio- se sentirá entonces atrapada entre aquello que todos desean que sea y lo que ella sabe que nunca podrá ser.

Además de un romántico, Hitchcock era también un director moral y un director social. Claro, sus películas no tenían el aspecto del cine político, era más bien un satirista, pero el asunto de los estratos sociales y la hipocresía de clase se filtraban recurrentemente en sus películas. El arranque de Rebeca trabaja el juego de la comedia romántica atravesado por el desconocimiento de las reglas de la clase alta que ella tiene, y buena parte del misterio posterior se sostiene en cómo una chica sin cultura puede habitar esos espacios refinados. La misma servidumbre la observa atentamente y la ausculta con una lupa de desagrado. Rebeca personaje, desde su espacio off, dictamina lo que está bien y lo que está mal, y representa un imaginario de perfección que todos saludan con beneplácito. Es esa presencia fantasmagórica de la ex mujer muerta la que toma control de esa mansión inabarcable y de la impiadosa señora Danvers, ama de llaves que mantiene el recuerdo vivo de Rebeca como una forma de continuar ciertas reglas sociales del pasado. Contra eso romperá la nueva señora de Winter, pero también Hitchcock, al pensarse como el director acechado por el fantasma mucho más real de Selznick. Al final, hará falta mucho fuego para apagar tanto desprecio. Y sobre esos escombros la posibilidad de reconstrucción. Pero el director prefiere no mostrarnos eso y deja extinguir esta historia entre las llamas que todo lo exorcizan.

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