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24 líneas por segundo: Raúl Portal, el último satirista de la TV argentina

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Días atrás murió Raúl Portal, una de los tipos más creativos que recuerde en la televisión argentina y del que era yo muy fanático durante mi adolescencia: no me perdía Robocopia ni Perdona Nuestros Pecados (PNP) en aquel ATC menemista de los 90’s, administrado por Gerardo Sofovich. ¿Pero qué tienen que hablar de Portal en este sitio? dirá usted. Es cierto, no hay vínculo entre el conductor televisivo y el cine, pero sí un detalle que me resulta fundamental y que va más allá de mi fanatismo: el carácter ficcional y humorístico de todo lo que abordaba Portal, algo que hoy parece lejano y perdido en nuestra televisión. Ya desde antes, el conductor formó parte de ciclos como Semanario insólito o La noticia rebelde, donde lo que sobresalía era la parodia, la sátira a las formas de la televisión, algo realmente inusitado por aquellos tiempos en nuestro medio. De hecho Robocopia, cuyo título delataba las intenciones, se armaba con segmentos que eran parodia de otros segmentos conocidos de la televisión, sobresaliendo los almuerzos a la usanza de Mirtha Legrand pero con la presencia de invitados bastante apócrifos. Y Portal llevó más allá el concepto con PNP, que era directamente la televisión mirándose a los ojos y aceptando el descalabro. “Desacralizar” era una palabra que usaba mucho Portal y que me encanta. Lamentablemente el formato PNP fue la piedra basal de un tipo de televisión que terminó confundiendo la idea y se convirtió en lo que hoy tenemos: un medio ombliguista, donde no parece haber vida más allá del lente de la cámara. Un universo autosuficiente que construye sus dioses de cartulina. No recuerdo más allá de Portal un carácter más paródico en la televisión argentina, un espíritu más burlón que diga al oído “está bien, somos importantes, pero no tan importantes”. Pero sería imposible hablar del conductor de PNP sin mencionar a los productos producidos por su hijo Gastón, que en ocasiones eran spin-off de ideas prediseñadas en los programas de Portal padre. Robocopia innovó con la presencia de freaks televisivos, algo que con los años retomaría fuertemente Todo por dos pesos: quién no se acuerda del crítico de cine Quintín o del “columnista”, un hombre pasaba por ahí metido adentro de una columna. Ese universo border se plasmó luego en ficciones como la telenovela Voy a pagar la luz o el policial Poliladron, donde lo camp, lo kitsch y todos los conceptos marginales de la ficción se convertían en regla fundamental. Camarón Bombay, Conchita, Urterina formaban parte de aquella galería de personajes increíbles, que traían hasta nuestra pantalla ese humor absurdo que raramente se practicaba, mucho más cercana nuestra televisión al costumbrismo, e incluso rompiendo con la estética del capocómico, de larga herencia. Seguramente podamos recordar también a Portal por su rol de chupamedias del presidente Carlos Saúl Menem en aquellos años de ATC o su polémica defensa del cura César Grassi, condenado por pedófilo. Son datos ineludibles de una biografía que incluye un rol en la Secretaría de Prensa del Ministerio del Interior desde 1968 a 1978, años de dictaduras y peronismo violento. A favor de Portal, decir que se bancaba su pasado, que se hacía cargo y que podía confrontar con él porque, claro, era un humorista, y como tal podía asimilar sus contradicciones y burlarse de ellas. Más allá de que hacía tiempo que Portal había perdido el centro de la escena, su muerte simboliza el adiós a una posibilidad de la televisión: de ser ficción, de ser humor, sátira y parodia. Para descubrirlo, basta con prender cinco minutos la tele y contemplar la decadencia.

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