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Cobra Kai – Temporadas 1 y 2

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Dentro de la ola nostálgica por los ochenta que se viene dando en los últimos años (y de la que Stranger things es posiblemente el ejemplo más exitoso), Cobra Kai es de las que mejor supo conectar elementos de ese pasado con la contemporaneidad. Lo consiguió en base a una estrategia simple y a la vez compleja: estableciendo un diálogo, una interpelación mutua entre épocas y generaciones, donde se procura responder si todavía es posible aplicar los preceptos que guiaron a la saga de Karate kid. Esa operación se da mediante una vuelta de tuerca sumamente interesante que serie explota muy bien: el verdadero protagonista es Johnny Lawrence (notable William Zabka), el joven villano de la primera parte de la franquicia cinematográfica, que ya de adulto busca salir de su pozo económico y existencial reabriendo el Dojo Cobra Kai. Con ese acto, revive esa bella filosofía que enuncia “Golpea primero. Golpea fuerte. Sin piedad”, pero también aquella vieja rivalidad con Daniel LaRusso (muy efectivo lo de Ralph Macchio), quien a su vez decide revivir el Dojo Miyagi. La lucha entre “buenos” y “malos” vuelve a activarse, pero reconfigurada y pasando a ser un antagonismo donde las fronteras son mucho más difusas: no solo porque Johnny está lejos de ser un mal tipo -por más que apele a métodos muchas veces crueles-, sino también porque Daniel lejos está de ser perfecto. Ambos son sujetos que miran al pasado con una gran melancolía y que procuran reacomodarse a un presente que muchas veces les es esquivo. Las diferencias surgen desde las formas en que contemplan y operan en sus contextos, además de ciertas dosis de suerte: Johnny pagó muy caro sus errores, mientras que Daniel siempre supo estar en el momento y lugar indicados. Y si el primero quiere revancha -en las artes marciales y también en la vida-, el segundo desea mostrarse a sí mismo que puede volver a ganar, en lo deportivo y en lo espiritual. Desde estos dos polos (no tan) opuestos, la serie va armando una galería de personajes donde circulan intereses románticos, hijos y alumnos -que en algunos casos son casi hijos adoptivos- que van conformando tramas casi telenovelescas pero cimentadas desde la dosis justa de autoconsciencia. Y claro, las figuras que evocan al pasado: el despiadado maestro John Kreese -que en la segunda temporada cumple un rol directamente maquiavélico-; el fantasma siempre presente que es el Maestro Miyagi; y hasta la chance latente de la vuelta de Ali (¿retornará Elizabeth Shue?). Con sus episodios de media hora a los que casi nunca le sobra minutos, Cobra Kai va consolidando sus ejes dramáticos sin resignar nunca la comedia -de hecho, Zakba muestra ser un estupendo comediante- y mostrando un gran cariño por todos sus protagonistas, incluso en los pasajes más desparejos. Y de paso nos revela que el universo de Karate kid, que parecía haber quedado anclado en un pasado quizás demasiado idealizado, todavía tiene cosas para dar en un presente que necesita de menos cinismo y más épica marcial.

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