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The jerk (1979)



DÍAS DEL FUTURO PASADO DE LA COMEDIA

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Cuando a mediados de los 90’s vi por primera vez The jerk me pareció una película graciosa, aunque lejos estuvo de maravillarme. Seguramente mi cabeza no estaba preparada para el desconcierto que me generó esa serie de anécdotas demasiado arbitrarias o la sutileza con la que el humor podía convertirse en un gag o tan simplemente en un aire que despeinaba hasta la deformidad cada rincón de la película. Yo buscaba el chiste en el centro del plano y The jerk se me iba por los márgenes, como un barrilete cómico. Es posible que mi idea de lo que una comedia debía ser estuviera demasiado estructurada (también, que fuera el típico adolescente estúpido y pretencioso). O también que mi amor por Steve Martin (mi comediante favorito en los albores de la videocasetera en la casa de los Faliero, allá por 1991) estuviera relacionado con comedias más clásicas, como muchas de las que hizo en los 80’s. Pero The jerk era otra cosa. Lo comprendí después, luego de verla varias veces y con mayor aprendizaje en el terreno de la comedia. Y ahora que se nos fue Carl Reiner, no tengo dudas en afirmar que The jerk es una de las mejores comedias de todos los tiempos. Volver a verla es descubrirla cada vez y darse cuenta que nunca envejece, que su humor absurdo es siempre actual.

Steve Martin era toda una celebridad allá por los 70’s, llenaba estadios con su show de stand-up y estallaba en la televisión. Pero ansiaba llegar al cine. The jerk fue su primer protagónico en la gran pantalla, una película que es además una de las más felices transposiciones cinematográficas del universo de un comediante. De hecho The jerk nació a partir de una rutina que el propio Martin practicaba en el teatro, aquello de “no siempre fue fácil para mí: nací como un pobre chico negro”. Navin R. Johnson es quien dice eso en la primera escena de la película, todo harapiento y junto a un grupo de vagabundos que duerme en un callejón. Vale decir: Navin es blanco, tan blanco como Steve Martin lo puede ser, incluso con pelo entrecano. Ese prólogo, con el protagonista descubriendo que no es hijo biológico de esa familia negra con la que vive es un anticipo del absurdo y sinsentido que atravesará toda la película (¿cómo tomarían hoy este chiste los censores de la buena onda?). Pero volvamos a esa secuencia de arranque. Lo primero que vemos en verdad es una marquesina luminosa y gente saliendo de un cine, pero el traveling nos termina llevando hasta el callejón donde están los vagabundos. Está claro, lo que vamos a ver es algo marginal que ni siquiera debería estar adentro de un cine. ¡Es una comedia! Y una comedia bastarda, por si hiciera falta más. El film de Reiner abreva en la corporalidad de Jerry Lewis, lleva hasta lo introspectivo la comedia autorreferencial que practicaba Mel Brooks (¡el propio Reiner haciéndole juicio al protagonista por dejarlo bizco con un invento!), anticipaba el absurdo visual de la comedia de los 80’s y se construía en base a un protagonista que era tan soñador como ingenuo, algo que Adam Sandler o Will Ferrell utilizarían como característica principal de sus personajes dos décadas después. El Navin R. Johnson de Martin podría ser un tío lejano del Bobby Boucher de El aguador o del Steve Butabi de A night at the Roxbury. Incluso el universo festivo y de invención constante de Hot Rod, con Andy Samberg, se le parece bastante al de esta película. Incluso la influencia de esta película en la comedia norteamericana actual me lleva a una escena de Freaks and geeks de la que me hizo acordar Matías Gelpi. En la inolvidable serie creada por Paul Feig, que era atravesada por toda la comedia norteamericana de fines de los 70’s y comienzos de los 80’s, el pequeño Sam Weir (John Francis Daley) lograba ir al cine con su amor platónico. Van a ver The jerk y mientras él ríe a cada rato, a la chica (que era la más linda del colegio, aclaremos) no se le mueve un músculo. Obviamente Sam hace lo que toda la gente de bien haría: finalmente se olvida de la piba que nunca rió con The jerk.

The jerk es una excusa para poner en movimiento las ideas de Steve Martin y de ese estilista maravilloso que era Reiner, primer paso de una colaboración entre ambos que trajo maravillas como Cliente muerto no paga, El hombre con dos cerebros o Hay una chica en mi cuerpo. Narrativamente la película es una excusa, es una road movie pero sin ruta. O sin demasiada ruta, ya que Navin sí se traslada, aunque “hasta el final de esta valla”, como le anticipa un camionero que lo levanta haciendo dedo en la puerta de la casa familiar para hacerlo bajar a los pocos metros (si la miramos bien, The jerk es una parodia de Forrest Gump estrenada 15 años antes). De esas ideas tontas, de esa literalidad absoluta para volver tangible el relato oral y convertirlo en un objeto ridículo, la película está llena. Si el objetivo, como cuenta la leyenda, era que el guion tuviera un chiste por página, Martin (guionista junto a Carl Gottlieb y Michael Elias) lo logra con un nivel de efectividad envidiable. The jerk es la historia de Navin, que cuenta su salida del hogar para conocer el mundo y volverse millonario, hasta terminar como vagabundo en el callejón del prólogo. En el medio hay una estancia del personaje trabajando en una estación de servicio, su partida hacia una feria donde tiene una amante motoquera y bastante ruda, su éxito empresarial que lo vuelve asquerosamente rico (en un epílogo que tiene una referencia burlona a El ciudadano) y su posterior caída en desgracia. Cada uno de estos segmentos está pautado por una reinterpretación del universo que habita el protagonista, volviéndolo territorio fértil para el humor, como si Navin interviniera todo lo que transita con su existencia absurda. Martin juega con el espacio, como Buster Keaton, y hace cosas increíbles con el cuerpo, al igual que Jerry Lewis, como cuando sale desnudo de su casa tapándose sus partes con dos perros. The jerk sabe que hereda una tradición, pero tiene la inteligencia y el ingenio para volverse moderna y reinventar los códigos del género. Mientras Hollywood en los 70’s se volvía político y paranoico, esta película dejaba sentado que no había que tomarse nada demasiado en serio.

El film de Reiner, claro, tiene una particularidad que es la que vuelve indispensable a toda comedia: su imprevisibilidad. Sus chistes no surgen como el evidente remate de una situación que se anticipa, sino como una profundización del absurdo, que es llevado a otro nivel, mucho más ridículo aún. Por ejemplo la alegría de Navin por aparecer en la guía telefónica se ve limitada con la aparición de un asesino de víctimas aleatorias, que lo toma como objetivo al encontrarlo precisamente en la guía, pero que finalmente sufre una reconversión tan sorprendente como increíble. Es como si Reiner y Martin entendieran que siempre hay una vuelta más en la comedia. De estos detalles, el que más me gusta es aquel que muestra a Martin y Bernadette Peters cantando en la playa. No solo porque los personajes aparecen de la nada en esa situación, con Navin tocando un ukelele, sino también porque la canción (Tonight you belong to me) es bellísima y la interpretación de ambos es de lo más dulce. Pero además, porque el remate con un solo de trompeta de Peters es sencillamente uno de los gags más perfectos que recuerde. The jerk no es solo increíble porque nos provee una felicidad inconmensurable cada vez que la vemos, sino porque además no sabemos explicar del todo por qué nos genera esa felicidad. Pero al menos, a diferencia del que fui a mediados de los 90’s, ahora puedo reírme sin culpas a que los bobos de la solemnidad me miren de reojo.

Ver The jerk es todo lo que necesito. Menos el cenicero, el control remoto, la paleta, esta revista y la silla…

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