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Jerry Maguire – amor y desafío (1996)



LA MEDIDA DEL ÉXITO

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

A partir del fallecimiento de Kelly Preston, muchos han intentado -quizás lógicamente- reivindicar varios de sus trabajos, en algunos casos exagerando un poco: por ejemplo, con su interpretación de la prometida de Tom Cruise en Jerry Maguire – amor y desafío. Ese personaje era un tanto despreciable y de hecho la película la ponía en ese lugar: una mujer que solo estaba con el protagonista mientras era claramente exitoso y que, en cuanto percibía que estaba hundido en una sucesión de derrotas, lo abandonaba tildándolo precisamente de “perdedor”. La actuación de Preston era tan efectiva como breve, en un papel que difícilmente, como afirmó un artículo reciente de Variety, “debería haber abierto más puertas”.

Además, vale recordar que esa película no le abrió más puertas a Preston porque justamente ya les había abierto muchas puertas a varios de los involucrados. Empezando por Cuba Gooding Jr., que se llevó el Oscar al mejor actor de reparto; siguiendo con Renée Zellweger, que aparecía como toda una revelación; y terminando con el guionista y director Cameron Crowe, que venía de dos films pequeños como Digan lo que quieran (1989) y Vida de solteros (1990), pero que pasaría a convertirse en un realizador de primera línea, llegando a la cima de su prestigio con el Oscar al mejor guión original por Casi famosos (2000). Hasta el pequeño Jonathan Lipnicki se ganaba la adoración de todos con un papel hecho para que todos…bueno, lo adoraran.

Es que Jerry Maguire – amor y desafío era de esas películas, por decirlo de algún modo, cálidamente calculadas: todos sus elementos estaban dispuestos para agradar a todo el mundo, hasta el punto de que era difícil cuestionarla, pero balanceados con la dosis justa de espontaneidad. Incluso los detractores de Cruise tenían que admitir que su protagónico llevaba a que miráramos con cariño una profesión fácilmente odiable como la de los representantes deportivos. En todo su relato podíamos intuir la necesidad casi voraz de Crowe de hacerse notar, de mostrar que tenía guardado un arsenal de frases pegadizas (“Show me the money!”, “Help me to help you!”, “You had at hello”), diálogos cautivantes y conocimiento musical, pero también algo de pudor para dejar que se imponga la historia y sus personajes. Ese equilibrado decoro del realizador, que desaparecería rápidamente en Vanilla sky y Casi famosos, era lo que permitía que quedaran en el recuerdo las actuaciones y los grandes momentos antes que algunas sentencias altisonantes, que lo dramático se equilibrara apropiadamente con lo romántico y lo cómico.

Lo llamativo es que, si Jerry Maguire era un personaje luchando por encontrar una nueva identidad y chocando contra un contexto que lo condenaba por apartarse de los rumbos esperados, a varios de los involucrados en la película les pasó algo parecido. Gooding Jr. siguió interpretando personajes gritones y solemnes durante varios años y, cuando agotó ese recurso, pasó a ser protagonista de films de acción de segundo y hasta tercer orden. A Zellweger le costó una enormidad salir del papel de chica querible, incluso cuando procuró parodiarlo desde distintos ángulos y se llevó varios premios en el camino, como en El diario de Bridget Jones, Chicago, Regreso a Cold Mountain y hasta Judy. Crowe se dejaría devorar por su autoindulgencia y ni siquiera en los mejores pasajes de Un zoológico en casa conseguiría recuperar el mismo nivel de humanidad. Ni hablar de Lipnicki, que nunca saldría de papeles menores en cine y televisión, y Preston, que tuvo que morirse para que de repente todos descubrieran que había sido una gran actriz a la que Hollywood nunca le dio la chance que se merecía.

El que realmente completó el camino de Jerry Maguire -aun sin ganar Oscars, como Zellweger- fue, oh casualidad, quien lo interpretó: Cruise fue posiblemente el único que entendió el mensaje (bastante obvio, por cierto) de la película. Su personaje se la pasaba buscando un tipo de éxito que realmente lo satisficiera, y recién sobre el final se daba cuenta que la satisfacción más tangible venía por el lado de lo afectivo, de los seres queridos, de las personas que le eran leales y lo entendían. Cruise se dio cuenta, también justo a tiempo, que el suceso para él implicaba no tanto el prestigio sino más bien la consciencia de que puede hacer cosas que nadie más hace. Convengamos que, a esta altura del partido, cualquiera gana un Oscar, pero nadie, excepto el querido Tom, es capaz de colgarse de un avión despegando, hacer toda clase de acrobacias en un rascacielos o fracturarse y seguir caminando. Quizás sin saberlo, con Jerry Maguire – amor y desafío, Cruise ya estaba filmando su autobiografía.

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