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You might be the killer

Título original: Idem
Origen: EE.UU.
Dirección: Brett Simmons
Guión: Thomas P. Vitale, Brett Simmons, Covis Berzoyne
Intérpretes: Fran Kranz, Alyson Hannigan, Brittany S. Hall, Jenna Harvey, Bryan Price, Patrick R. Walker, Jack Murillo, Sara Catherine Bellamy, Savannah DesOrmeaux, Carol Jean Wells, Peter Jaymes Jr., Olivia Jaye Brown
Fotografía: Andrew Strahorn
Montaje: Stephen Pfeil
Música: Andrew Morgan Smith
Duración: 92 minutos
Año: 2018


5 puntos


EL HOMBRE DETRÁS DE LA MÁSCARA

Por Marcos Ojea

(@mexfaliero)

En 2017 los escritores Sam Skyes y Chuck Wendig colaboraron en un hilo de Twitter que se volvió viral, donde paso a paso fueron desarmando y explicando los pormenores del slasher, en un fuego cruzado de nombres y referencias que no tardó en convertirse en guion. En 2018 se estrenó You might be the killer, dirigida por Brett Simmons, que pudo verse en la última edición del festival Buenos Aires Rojo Sangre. Probablemente no haga falta contar de qué se trata el slasher, pero por las dudas de que alguien haya entrado recién a la sala, ahí vamos: aunque con algunos antecedentes claros en los 70, e incluso antes, el género como tal fue desarrollado y explotado con gran éxito en los 80, y hasta podríamos arriesgar que también murió en esa década, en un claro ejemplo de agotamiento por acumulación. La fórmula es simple y mayormente efectiva: un asesino casi siempre enmascarado va liquidando una por una a sus víctimas, casi siempre adolescentes aturdidos por el alcohol, el sexo y las drogas, hasta que solo queda una en pie; la heroína impensada, conocida como final girl, que es quien se enfrenta al psicópata de turno y lo vence… Hasta que se estrena una secuela y el monstruo vuelve a la vida. En los 90, con el género puro y duro ya vencido, hizo falta una óptica distinta: ahí tenemos a Scream, donde el slasher miró para adentro y se volvió autoconsciente, estiró su lenguaje hasta volverlo metaficcional, y generó a su vez un sinfín de copias. Los 2000 fueron apuntalados por las remakes de títulos clásicos de la era dorada, y por algunas propuestas que ya no repensaban el género, si no que directamente lo homenajeaban. Entonces llegamos a nuestros días, donde cabe preguntarnos si es posible hacer algo más con el slasher; o mejor, si es posible una versión actual del slasher que vaya más allá de la repetición y la cita.

Podríamos decir que You might be the killer se construye alrededor de esa pregunta, para alcanzar un no como respuesta y como bandera. Es cierto que hay quienes han intentando darle una vuelta de tuerca, atravesarlo con los discursos actuales, pero los resultados nunca lograron alcanzar una forma homogénea y efectiva (como la remake de Black Christmas estrenada en 2019). En el slasher conviven dos elementos que podrían resultar, digamos, contradictorios, si se hace una evaluación desde el feminismo: por un lado, está quien sostiene que en la exhibición de cuerpos femeninos y en el posterior baño de sangre en el que se ven envueltos, no hay otra cosa que una apología del femicidio. Por otro lado, fue el slasher quien de manera temprana puso a una mujer como contracara del mal, y como la única capaz de sobrevivir y derrotarlo. También lo convirtió en norma. Tal vez sea la Halloween de David Gordon Green la que mejor pudo resolver estas tensiones y entregar una película digna, pero no deja de ser una anomalía, y su existencia está inevitablemente ligada a uno de los mitos fundacionales. You might be the killer, en cambio, elige apartarse de las discusiones de época, para entregarse a una celebración del género en su forma más lúdica y elemental.

Todo comienza donde la mayoría de los slasher suelen terminar. En un campamento a orillas de un lago, el aparente último sobreviviente de una masacre se encierra en una de las cabañas. Sam (Fran Kranz) está cubierto de sangre, aterrado y desesperado, y en un intento por seguir con vida, llama por teléfono a su mejor amiga. Chuck (Alyson Hannigan) trabaja en un videoclub y es una experta en cine de terror, y dadas las circunstancias, parece ser la única capaz de guiar a Sam en su confusión. Porque Sam no solo está asustado y ensangrentado, sino que tampoco recuerda con claridad qué fue lo que pasó. A través de la reconstrucción de los eventos de esa noche, ambos llegan a una conclusión escalofriante: considerando todas las pistas, Sam bien podría ser el asesino.

La premisa pone rápidamente en marcha el juego de referencias, que por supuesto convoca a los clásicos del género, aunque el peso principal cae sobre la saga Viernes 13. El asesino es básicamente una copia de Jason, pero con una máscara de madera con el aspecto de Groot y (se verá más adelante) un funcionamiento similar al de aquella que envalentonaba a Jim Carrey en, justamente, La máscara. Claro que con una inclinación homicida. Un montaje veloz da cuenta de los eventos que antecedieron a esa fatídica noche, y la narración va y vuelve sobre sus pasos para develarnos los quiénes y los porqué. Por supuesto, la película se hace cargo de algo que el slasher aceptó como parte necesaria en su tramo más crepuscular: el humor. You might be the killer es, esencialmente, una comedia, o mejor: una película que pretende utilizar el humor como vehículo para pensar el género en todo su espectro, desde la brutalidad hasta la ridiculez. Y es ahí donde empiezan los problemas.

Cargado de buenas intenciones, el film de Simmons naufraga porque no logra su primer cometido, que es el de ser gracioso. Los chistes están desde los primeros minutos, pero la falta de carisma de sus protagonistas resulta indisimulable. Existe un proceso a través del cual el slasher fue incorporando el humor de manera activa, y que tiene que ver con haberlo incorporado antes a su pesar. Cuando la risa reemplazó al miedo, el género asumió que los tiempos estaban cambiando, y comenzó a trabajar desde ese nuevo lugar. Los guionistas y el director de You might be the killer conocen toda esta cuestión, pero por alguna razón eligen un camino que nunca encuentra el tono humorístico adecuado a su propuesta. Lo mismo sucede con las vueltas innecesariamente confusas del guion, y una carga sobre explicativa que, a pesar de ser consciente (en una escena, Sam le dice a Chuck que tiene una tendencia a explicar demasiado), no deja de ser molesta. En cambio, cuando de terror se trata, la película se vuelve efectiva y visceral, con muertes creativas y (ja) bien ejecutadas, pero sin regodeos morbosos. Recordemos que el slasher vino antes del torture porn, que para quien escribe es un subgénero que nunca fue necesario, pero quién es uno.

Hacia el final, You might be the killer intenta sin éxito darle una vuelta al género, y en un punto ese fracaso le hace justicia a una película que desde el vamos se propuso echar por tierra cualquier ánimo de revisión crítica. Sí, podríamos decir que intentó pensar al slasher dentro de sus propios términos: existe cierta ambición en la propuesta, un afán por construir un artefacto donde convivan el amor por el género, el saber enciclopédico del tema y la seguridad de los límites. Un recinto donde disfrutar las puñaladas y cierta exhibición de cuerpos sin culpas ni juicios. La bandera que defiende You might be the killer termina por ser doblada y entregada al espectador, que entiende que el slasher como tal ya dejó de respirar. Que los espectadores ya no quieren asesinos enmascarados, adolescentes mutilados y canciones de Alice Cooper, si no que buscan estilización, comentario social explícito y ese plus que eleve a la película por sobre la media, para que no sea simplemente una película de terror. You might be the killer es una carta de amor a la generación VHS y a los amantes del slasher, que como ya dijimos, está pensada desde las buenas intenciones. Lástima que no esté muy bien escrita.

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