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Los diez mandamientos (1956)



¡POR EL AMOR DE JEHOVÁ!

Por Nicolás Pratto

(@Malditavocal)

Soy de la generación que conoció el cine clásico durante las sobremesas. Tengo 23 años, no disfruté aquella época dorada de la tv, donde Canal 11 o Canal 13 te pasaban un Mago de Oz o Intriga internacional. Para cuando tuve concepción de la programación televisiva, los canales adoptaron esa idea de que el cine se inició de los 80’s para acá. Alguna rareza puede ocurrir en TCM o Space, durante la madrugada, pero nada de prime time.

En las sobremesas conocí los nombres de John Ford y John Wayne, Hitchcok, Fellini… Algún estreno también, pero como suele ocurrir cuando se envejece, se llora más seguido los tangos de ayer. Así que, heme aquí con tanto nombre e imposibilitado de verlos, el videoclub de mi barrio no tenía dichos títulos, y yo con 11 años no tenía idea de la existencia de los cineclubes. Pero como ha ocurrido con la mayoría de mi educación en cine, la recibí gracias al dúo dinámico de Peña-Manes, en Filmoteca. Un viernes a la noche, en la oscuridad y silencio del living, unas trompetas irrumpieron, dando inicio a la película que invoco: ¡LOS DIEZ MANDAMIENTOS!

La película no solo es imponente desde su cast, se atreve a tener de segunda guitarra a Edgar G. Robinson y a Vincent Price, sumado a eso, está hecha con un hermoso Vista Vision y por favor, ¡el Technicholor! Los colores tienen vida. Estamos hablando de una obra de proporciones épicas, un juego que propuso el adelantado de Selznick, en 1939 con Lo que el viento se llevó. Y ningún estudio se podía quedar atrás: Quo Vadis (Metro Goldwyn Meyer), Alejandro Magno (20th Century Fox), Land of the pharaons (Warner). Y hasta United Artist, con The Vikings. Historia que se repite, ahora con cada estudio intentando formar su universo cinematográfico.

Así como ocurre que, tras el Mundial, los demás equipos siguen la fórmula del campeón Los diez mandamientos no iba a ser la excepción. Moisés y Scarlett O’Hara son personajes similares, ambos desde su elevada posición, no tienen noción del mundo que los rodea. Hasta que este, por las malas, se presenta y son arrancados de su status. Scarlett, por la Guerra Civil, y Moisés, al conocer su pasado hebreo y asumir su herencia. La paleta de colores alegres y el vestuario, representando su vida acomodada, se va oscureciendo en su nuevo camino de humildad y sacrificio. Los dos terminan retornando de su lugar, ambos con Dios como testigo. Para que ella recupere sus tierras, y él, libere al pueblo divino y se dirija a tierra prometida.

No fue terreno ignoto a la hora de dirigir para Cecil B. DeMille. Tenía en su haber a: Rey de Reyes, Sansón y Dalila, El signo de la cruz. Alguien acostumbrado a adaptar relatos bíblicos. Las buenas interpretaciones de Charlton Heston y Yul Brynner, sobre todo de Brynner como Rey de Egipto. Su postura, caminar y mirada altanera. A diferencia de la humildad y modos de Moisés. No me quiero olvidar de la fantástica banda de sonido de Elmer Bernstein. Siguiendo los pasos de Max Steiner en Lo que el viento se llevó, ambas tienen una composición similar, con una fuerte presencia de instrumentos de viento en los momentos épicos. Con el detalle de que Elmer tuvo que componer desde cero. No se conocía música egipcia de dicha época, se ha ido perdiendo al ser una cultura de siglos y siglos, incorporando nuevos sonidos y el intercambio cultural. Se basó en los jeroglíficos y en los instrumentos que estaban tallados, para realizarlo y dejar tomas para futuras películas con la misma ambientación.

Mientras la miraba aquella primera vez, entendí en parte a qué se referían en las charlas de mesa. Sabía que estaba viendo una película importante, algo que trascendió su época. Y me sigue ocurriendo cada vez que vuelvo a verla. Una obra de la que se continúa hablando, e incluso haciendo parodias: gracias Mel Brooks por aquella escena en La loca historia del mundo. Y por su comentario en Locura en el oeste: “Ha matado más gente que Cecil B. DeMille”.

Que la duración de esta película no asuste, ya te estoy viendo. Una vez reproducida, se pierde la noción del tiempo. Siendo testigo del poder de Jehová, o del cine, cada quien elige sus santos.

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