Por Cristian Ariel Mangini
Chef’s table representa como serie el summum de la cultura qualité en torno a la gastronomía. Hay un lineamiento estético a lo largo de sus seis temporadas que se sostiene en el refinado aspecto de la fotografía gastronómica, a veces con rasgos de bodegón y otros resultando de línea publicitaria. El artificio es una máscara que sin embargo encuentra en la dirección y narración de cada chef un espacio de libertad creativa que tiene puntos altos y bajos pero se abre de la homogeneidad estética que busca David Gelb, su creador. La narración es una fórmula que en muchos aspectos emula el camino del héroe: la búsqueda de un estilo propio y un nombre lleva a construir una épica gastronómica, con momentos de reflexión sobre la naturaleza del éxito, la búsqueda introspectiva de las raíces y momentos de oscuridad y adversidades que amenazan al protagonista de cada entrega. Esta fórmula entrega capítulos memorables como el del chef italiano Massimo Bottura (temporada 1, episodio 1) o el estadounidense Grant Achatz (temporada 2, episodio 1), pero también logra matices cuando da espacio para comprender que tener mil estrellas Michelin, tener tu restaurante en la lista de “eater” o “bon appetit”, o ser consagrado por la televisión no son necesariamente la única forma de realización: los capítulos de Cristina Martínez (temporada 5, episodio 1) o Jeong Kwan (temporada 3, episodio 1) resultan una bocanada de aire fresco en este sentido. Esta misma fórmula también resulta un tanto forzada y da como resultado figuras completamente desdibujadas o que generan antipatía como el de Tim Raue (temporada 3, episodio 5). Esto no necesariamente ilustra como es Raue sino que, como todo documental, la clave está en el montaje y la selección de secuencias que construyen un relato sobre el personaje. Es importante comprender esto a la hora de ver Chef’s table, no se trata solamente de chefs sino del relato que se construye en torno a esos chefs. Estructuralmente los episodios pueden tornarse un tanto repetitivos tras seis temporadas, y en particular tiene en la cuarta un punto bajo en su conjunto porque no consigue esa cuota de drama a pesar de la ejecución magistral de los capítulos de Jordi Roca (episodio 3) y Will Goldfarb (episodio 4). Irónicamente, esta temporada que se focaliza en la pastelería y los postres es quizá la más atractiva visualmente: es donde el segmento que muestra en todo su esplendor los platos insignia de cada chef más brilla por el relato y belleza que construye cada plato. Sin embargo, narrativamente la serie alcanza momentos de deja vú porque la fórmula que construye se agota y llegando a esta sexta temporada ya resulta reiterativa a pesar de la excelencia estética. Independientemente de esto, es una puerta de entrada al mundo de la gastronomía que no defrauda y resulta tan vitalizante como sentarse a disfrutar de un buen plato y reflexionar sobre la naturaleza del gusto, la experiencia culinaria y cómo cada receta tiene un relato y una historia para ser gestada o transformada.
-Las seis temporadas se pueden ver por Netflix.