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Alucinaciones del pasado (1990)



Por Cristian Ariel Mangini

(@cristian_mangi)

1.Para ser sincero, mi aproximación inicial a Alucinaciones del pasado se produjo por otro formato, el videojuego. No, no hay un videojuego de la película de Adrian Lyne -algo que sería un tanto extraño-, pero uno de los estandartes de las sagas de terror, Silent Hill (1999), había sido influenciado en su aspecto visual y atmósfera, según señalaban algunos críticos. Allá por el 2000 verla resultó una experiencia perturbadora de la cual apenas quedó la superficie. Al buscar el shock, el vértigo y lo más efectista, se me perdían las sutilezas, los personajes y la trama, que me resultó confusa y con algún parecido a Sexto sentido (1999) de M. Night Shyamalan. No podía estar más equivocado al respecto, pero recuerdo que me gustó. Todo este arranque con una experiencia algo sosa con el film de Lyne tiene cierto paralelismo con la impresión inicial que generó su estreno comercial: Alucinaciones del pasado sorprendió a un público que veía en Lyne al director erótico del momento gracias a su trayectoria en los ochentas con películas como Nueve semanas y media (1986) y Atracción fatal (1987), y que quedó algo estupefacto con el tono sombrío y depresivo que la película de Lyne tiene. No porque lo sombrío no haya sido explorado previamente en su filmografía, sino porque esta vez había una puesta en escena onírica y extraña que se vinculaba estrechamente con la Guerra de Vietnam, un tópico que se encontraba en boga en el cine norteamericano con películas como Pelotón (1986) de Oliver Stone, Nacido para matar (1987) de Stanley Kubrik y Pecados de guerra (1989) de Brian de Palma. Pero la película de Lyne no es tampoco un film bélico a pesar de sumergirse en sus horrores, sino que lo utiliza como un móvil para explorar cuestiones más introspectivas como el peso de la memoria, la aceptación y la incertidumbre de la muerte, el horror vacui. Lyne reconoce que muchos de esos elementos se aprecian mejor en un segundo visionado, pero lo cierto es que se intuye a partir de las piezas que va desperdigando a lo largo del barroco relato del film.

2.Alucinaciones del pasado empieza de una forma bastante genérica. Un grupo de soldados bromean en un campamento, aparentemente relajados, a punto de iniciar una misión. El visionado de varios films bélicos lleva a algo que resulta prácticamente una convención: estos momentos son la calma antes de la tormenta. En efecto la tormenta estalla en forma de un aparente ataque químico, frenesí, la huida desesperada de Jacob (Tim Robbins) a través de la selva luego de explosiones y una emboscada que lo lleva a ser atravesado violentamente por un fusil. El shock de lo que está ocurriendo se traslada al espectador cuando haya un brusco cambio de escenario donde se ve al mismo Jacob en un subte solitario. Hay una siniestra tranquilidad en la escena que provoca extrañamiento por el silencio e indiferencia de los pasajeros y la visión de lo que parece un tentáculo saliendo por debajo de la campera de un hombre tirado en un banco. Lo que podría resultar paródico termina resultando efectivo porque: a) no estamos seguros de la percepción de Jacob y b) estos elementos aparecen en cuentagotas, confiando el director en un detalle aislado antes que provocar desde otros elementos como el espacio negativo, la música o posiciones de cámara. De hecho, Lyne rara vez pierde de vista el rostro o la figura de Robbins, que alejado del conflicto bélico transita con ingenuidad e inocencia una Nueva York que le resulta cada vez más extraña. Este descenso gradual en una realidad cotidiana que se le torna poco familiar es paulatino: sabemos de su apasionada vida con Jezzie (Elizabeth Peña) tras un divorcio y la muerte de uno de sus hijos, un trabajo rutinario y sus visitas al quiropráctico (interpretado por el gran Danny Aiello) por los constantes dolores de espalda. Vietnam parece volver en pesadillas, arrojando inquietantes fragmentos de lo que parecen memorias luego de resultar malherido mientras ve detalles inquietantes y deformidades entre las personas que frecuenta. La infame secuencia de una fiesta casera que culmina en una perturbadora orgía, con su novia siendo atravesada por lo que parece un demonio, muestra hasta qué punto el personaje de Jacob está extrañado de lo que sucede a su alrededor.

3.La realidad fragmentaria de Jacob adquiere otro nivel cuando lo veamos viviendo con la que creíamos era su ex esposa Sarah (Patricia Kalember), ahora en feliz matrimonio y con su hijo, al que creíamos fallecido, rondando por la casa (Gabriel, interpretado por Macaulay Culkin a apenas meses del estreno de Mi pobre angelito). La sorpresa de Jacob es la misma que la del espectador: no sabemos qué está sucediendo, pero temerosamente continúa avanzando a través de esa realidad que se disocia con la vida que tenía con Jezzie, mientras en paralelo intenta comprender lo que está sucediendo. Esto lo lleva a lo que resulta el gran McGuffin del film: la “escalera”, una droga experimental que aparentemente se habría usado en la Guerra de Vietnam y que provoca actitudes violentas e imprevisibles en quienes son afectados. Cuando uno de sus ex compañeros de pelotón muere sospechosamente, se contacta con sus antiguos compañeros para desentrañar lo que parece el uso ilegal de armas químicas por parte del propio ejército. Toda esta subtrama se desvanece cuando encuentre que sus compañeros ya no quieren ser parte de la denuncia. Esta necesidad de aferrarse a una explicación de lo que le sucede lo sumerge en momentos cada vez más extraños y terroríficos, como la célebre secuencia del hospital. La realidad de Jacob amenaza con desplomarse a cada momento mientras intenta mantener su vínculo con Jezzie o Sarah.

4.La forma en que Lyne da a su película un clima de misterio y ambigüedad es uno de los mayores logros para narrar visualmente el guion de Bruce Joel Rubin (guionista de la archi conocida Ghost). La banda sonora de Maurice Jarre, que se debate en el contrapunto entre pasajes melancólicos y perturbadores, resume la esencia del film, que desde su inicio con los helicópteros a la distancia en un cielo anaranjado anuncia el tono elegíaco del relato. Hay desde la puesta en escena momentos muy creativos, en particular con el uso del plano supino: el primero cuando se encuentra completamente vulnerable en la camilla al ser trasladado por el helicóptero (un sonido en off que no casualmente escucharemos durante toda la película) y el segundo, prácticamente un espejo, que se sitúa en las galerías del hospital abandonado, sujeto a la camilla viendo un pandemonio a su alrededor. Lo terrorífico está sujeto al término “body horror”, que tiene en David Cronenberg a uno de sus mayores exponentes. Lyne lo toma como un recurso para trasladar visualmente el horror de la guerra en un contexto poco familiar, resignificándolo, mostrando sujetos deformes y partes de cuerpos y vísceras desperdigadas por el suelo entre salas que se ven decadentes y abandonadas. Uno de los elementos más memorables del film es el extrañamiento que provoca el visionado de algunos rostros que se agitan frenéticamente sin que se puedan adivinar sus facciones. Esto está claramente influenciado por el trabajo pictórico de Francis Bacon que, más allá del resultado perturbador, tiene como finalidad mostrar lo inasible que le resulta a Jacob su realidad. Hay en estos detalles una notable efectividad en como lo terrorífico también resulta sin embargo alienante y de una enorme tristeza, que es en definitiva la sensación que envuelve el film.

5.La actuación de Robbins merecía un párrafo aparte: lejos de los momentos de sobreactuación que se pueden ver en su oscarizada actuación de la gran Río Místico (2003, Clint Eastwood), hay en Alucinaciones del pasado una vulnerabilidad y un sobrecogimiento que atraviesa toda la película de una forma natural, sin explosiones. En el Jacob de Robbins se sospecha la tragedia, pero uno quiere acompañar al personaje en su proceso de negarla. Los momentos de llanto son silenciosos, inesperados, fluyen por un recuerdo ocasional o una afirmación desesperada. El momento en que murmura “Estoy vivo” en la camilla es doloroso porque, así como Jacob, el espectador quiere creer esa certeza a pesar de que todos los indicios parezcan indicar lo contrario. La Jezzie de Elizabeth Peña es también una figura que maneja la sutileza con solvencia: sabemos que esta fogosa mujer quiere a Jacob alejado de sus recuerdos dolorosos y, lo más importante, de la verdad que lo atraviesa. Su presencia tiene elementos sobrenaturales pero esta información se va dosificando porque el subrayado hubiera hecho de su personaje una caricatura.

El film de Lyne es una pequeña rareza en su filmografía, cuyos principales títulos son Atracción fatal, Propuesta indecente (1993) o la más reciente Infidelidad (2002). Pero con Alucinaciones del pasado logró un título consagratorio que ha trascendido a su estatus de culto en función de su esponjosa ambigüedad, montaje críptico y, sin embargo, una sensibilidad profunda y genuina.

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