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The way back

Título original: Idem
Origen: EE.UU.
Dirección: Gavin O’Connor
Guión: Brad Ingelsby
Intérpretes: Ben Affleck, Al Madrigal, Janina Gavankar, Michaela Watkins, Brandon Wilson, Will Ropp, Fernando Luis Vega, Charles Lott Jr., Melvin Gregg, Ben Irving, Jeremy Radin, John Aylward, Da’Vinchi
Fotografía: Eduard Grau
Montaje: David Rosenbloom
Música: Rob Simonsen
Duración: 108 minutos
Año: 2020


5 puntos


BÁSQUET Y CERVEZA, DOLOR DE CABEZA

Por Marcos Ojea

(@OjeaMarcos)

En principio hay un hombre alcohólico que trabaja en la construcción. Lo vemos levantarse y agarrar una lata de cerveza, seguir tomando mientras está en la ducha, tomar café mezclado con alguna bebida en el trabajo, salir y depositarse en el bar, tomar hasta cegarse y volver a su casa arrastrado por algún amigo. Es el retrato de un hombre derrumbado, al que Ben Affleck interpreta de manera monolítica, aprovechando esa expresión de eterna tristeza que parece haberse apropiado de su rostro desde hace algún tiempo, digamos, de Batman v Superman para acá. Desde la música hasta el retrato de la clase trabajadora en unos pocos planos, todo lo que sucede en la pantalla nos remite inmediatamente (para quienes buscábamos esa reminiscencia, cabe decir) a La última pelea, aquel otro film del director Gavin O’Connor sobre dos hermanos que terminan compitiendo en un torneo de artes marciales mixtas. Podríamos pensar que existe una búsqueda por relacionar ambas películas: tanto en La última pelea como en The way back tenemos una exploración sobre los vínculos familiares, personajes marginales a la deriva, tragedias y adicciones, y sobre todo, el deporte como vehículo para superarse y alcanzar algún tipo de redención.

En el caso de The way back, ese deporte es el básquet, que se introduce en la historia de una manera poco novedosa y gastada, pero que podría ser efectiva: el personaje de Affleck fue, en sus años escolares, una estrella del deporte, y ahora es convocado por las autoridades de la misma institución para entrenar al equipo de básquet, conformado por un grupo de chicos entre alicaídos y rebeldes.

Pese a su premisa básica y a su ejecución cargada de estereotipos y lugares comunes, La última pelea fue un film que funcionó por una combinación de nervio, sangre y honestidad. En lo personal, tenía la esperanza de que la vuelta del director al ámbito deportivo nos brindara otra película con resultados similares, y si bien hasta la mitad las cosas parecían ir encajando, una decisión terriblemente mala leche del guión hace que todo se atasque y deje de avanzar. Se impone la necesidad de cuestionar lo ya visto, y sucede lo peor: los personajes y sus historias dejan de importarnos, porque ya no es posible creerles. Pese a lo que muchos directores parecen creer, la sumatoria de golpes bajos, innecesarios y evidentes en su carácter manipulador, terminan generando el efecto contrario; el espectador se anestesia ante tanto dolor subrayado y la distancia con lo que vemos se vuelve inevitable. Una decisión de guión similar aparece en Manchester junto al mar, donde Casey Affleck también interpreta a un hombre roto por una tragedia familiar, pero todo lo que ofrece la película antes y después de ese flashback polémico logra minimizar el paso en falso, dejándonos una gran película, enorme en su dolor pero manejado con herramientas nobles y sutiles. Al fin y al cabo, Gavin O’Connor no es Kenneth Lonergan.

Esa decisión, también, deja en evidencia otro de los problemas del film: su incapacidad para integrar las historias que quiere contar. En un punto, es difícil determinar de qué quiere hablar The way back: si de alcoholismo, de cáncer infantil o de un grupo de adolescentes que juegan al básquet en la secundaria. Las potencialidades de esta última premisa quedan anuladas por un trazo mínimo en el desarrollo de los jugadores, que se convierten en un adorno para contar las miserias del entrenador-protagonista que interpreta Affleck. Si la película escogiera el camino del deporte, como parecía en un principio, las cosas podrían haber salido mejor. Pienso en Juego de honor, de Thomas Carter, o en aquella película notable de Peter Berg que fue Juego de viernes en la noche, y en cómo ambas resuelven la cuestión de crecer y dejar atrás, y en el deporte como sostén y salvación. Ese plano final del entrenador, ya en rehabilitación, jugando solo en una cancha vacía, propone una intimidad que resulta atendible, pero no alcanza para perdonarle al film su absoluta falta de corazón y de épica deportiva. Porque como dijo Matías Gelpi “la épica deportiva es el último refugio del cinismo posmoderno en el que estamos enterrados”, y The way back no solo se aleja de las posibilidades de ese rumbo, si no que insiste con agregar desgracias y, en ese afán, termina por perder el juego.

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