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Sonic: la película

Título original: Sonic the Hedgehog
Origen: EE.UU. / Japón / Canadá
Dirección: Jeff Fowler
Guión: Patrick Casey, Josh Miller, sobre los personajes creados por Yuji Naka, Naoto Ohshima, Hirokazu Yasuhara
Intérpretes: Ben Schwartz, James Marsden, Jim Carrey, Neal McDonough, Tika Sumpter, Adam Pally, Leanne Lapp, Shannon Chan-Kent, Debs Howard, Bailey Skodje, Frank C. Turner, Dean Petriw, Natasha Rothwell, Elfina Luk
Fotografía: Stephen F. Windon
Montaje: Debra Neil-Fisher, Stacey Schroeder
Música: Junkie XL
Duración: 99 minutos
Año: 2020


6 puntos


ALGUNAS ARMAS BUENAS

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

De ET a la fecha, la idea del extraterrestre que llega no para hacer la guerra sino para hacer amigos ha sido explotada una y mil veces y Sonic: la película lo vuelve a hacer con un aire de levedad que se agradece. Sonic, el puercoespín corredor, fue un personaje muy popular de los videojuegos en los 90’s, la época en que la lucha estaba dada entre las compañías Sega y Nintendo, y los videojuegos eran un poco más simples que ahora: de hecho este personaje era una suerte de respuesta de Sega al exitoso Mario Bros de Nintendo. La película que busca revivirlo (un poco tardíamente, hay que decirlo) tiene mucho del cine -y del entretenimiento- de aquellas épocas, donde las cosas no eran ni tan gigantes, ni tan ambiciosas, ni tan bigger than life como en el cine mainstream de estos tiempos. Idea que se traduce, incluso, a la presencia de una estrella en el rol del villano para montar su showcito personal. Digamos que Jim Carrey, como el villano Robotnik, tiene todas las condiciones para hacerlo y, cuando lo sueltan un poco, aporta ese grado de locura que películas tan de fórmula (y tan familiares) como estas necesitan para respirar.

Uno de los aciertos de la película dirigida por Jeff Fowler es tomar del original sólo los elementos característicos, sin intenciones de convertir todo en una experiencia que emule al videojuego. Sonic: la película es entonces una aventura con elementos de road movie y con la comedia como motor principal. Motor que no siempre funciona adecuadamente, pero que siempre está ahí para atravesar los peores momentos con la mejor cara. La voz en off canchera (un recurso que ya comienza a cansar un poco) nos ubica en la aventura, con Sonic escapando del Dr. Robotnik para frenar las acciones y retomar, ahora sí, desde los orígenes: un prólogo ligero que explica cómo Sonic terminó en la Tierra y por qué debe mantenerse escondido sin que nadie lo vea. Claro, algo saldrá mal y el personaje azul se convertirá en el centro de una búsqueda por parte del Gobierno que tiene a Robotnik como principal cazador. Y es a partir del Tom de Michael Marsden, un policía de un pequeño pueblo que desea irse a trabajar a una gran ciudad, que la película pone en juego valores como la amistad, el aquerenciarse con el lugar y la familia, todo de manera bastante rudimentaria. Lo que importa en el film de Fowler (y en un personaje como Sonic) es el movimiento, que permite que todo adquiera una lógica más cercana al dibujo animado con su humor slapstick y su suspensión de cierto verosímil: la película no hace nada por ocultar el carácter artificial del personaje, el realismo (graciadió) no es una meta aquí.

A diferencia de proyectos similares como Detective Pikachu, Sonic: la película no se cree a sí misma tan inteligente. Y desde ese espíritu rudimentario es que avanza un poco desvergonzadamente sobre terreno conocido. Claro que así como el puercoespín azul y su energía son una suerte de arma poderosa, el recuperado Jim Carrey es esa arma potente que la película tiene para exhibir y hacer volar todo por los aires. Si su presencia es la más lógica como villano para perseguir a un dibujo animado, el comediante hace gala de su capacidad para absorber el centro de la escena en cada participación, incluyendo una secuencia física tan inexplicable, como divertida, en su camión-laboratorio. Precisamente esa ha sido una de las virtudes de Carrey desde siempre, volver anormal cualquier situación de aparente tranquilidad. Su Robotnik es eso, un tipo decididamente poco confiable al que, por algún motivo que desconocemos, el Gobierno le da un poder inusitado. Esa capacidad de Carrey para sobresalir, que en ocasiones puede generar cortocircuitos en narraciones más orgánicas, aquí se vive como algo vital. Esa locura, esa anomalía, es lo que vuelve mínimamente interesante a un film rutinario, aunque intelectualmente honesto como este.

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