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Perdí mi cuerpo

Título original: J’ai perdu mon corps
Origen: Francia
Dirección: Jérémy Clapin
Guión: Jérémy Clapin, Guillaume Laurant, sobre la novela de Laurant
Voces originales: Hakim Faris, Victoire Du Bois, Patrick d’Assumçao, Alfonso Arfi, Hichem Mesbah, Myriam Loucif, Bellamine Abdelmalek, Maud Le Guenedal, Nicole Favart, Quentin Baillot, Céline Ronté
Producción: Lucie Bolze, Marc Du Pontavice, Camille Wiplier
Montaje: Benjamin Massoubre
Música: Dan Levy
Duración: 81 minutos
Año: 2019


7 puntos


DE AMOR Y SOLEDAD

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Esta premiada película francesa de animación (Cannes, Annecy), exhibida internacionalmente a través de Netflix, es una historia de pérdidas, algunas de ellas explícitas y caricaturescas, otras más sutiles y realistas. La primera de ellas es la que convoca la atención del espectador y la que le da el toque fantástico a la historia: un cuerpo ha sufrido una amputación y esa mano, totalmente a la deriva, emprenderá un viaje por una París muy poco turística hasta reencontrarse con el resto del cuerpo. La segunda historia, que en gran parte se relata a través de un flashback, es el seguimiento de la vida de Naoufel, un chico que ha perdido a sus padres en un accidente y que en la adolescencia atraviesa una etapa de absoluta melancolía hasta que conoce a Gabrielle. Ambos segmentos, que avanzan en paralelo, son partes de un relato único que terminará encontrándose hacia el final. Y Perdí mi cuerpo es una película que gana por la sensibilidad de sus criaturas (a veces bordeando lo afectado) y una animación que se balacea entre el realismo y el cómic.

Perdí mi cuerpo es una película bella visualmente, de eso no hay dudas. Jérémy Clapin, su director, sabe cómo usar el recurso según lo que esté contando: así en algunos recuerdos recurre al blanco y negro, mientras que la historia de Naoufel y Gabrielle está retratada desde cierto naturismo poético y en la subtrama de la mano utiliza planos e imágenes que remiten al cine de terror, suspenso y fantasía. Con estos diversos niveles que se aplican a la narración y se mixturan, Perdí mi cuerpo se acerca al concepto de experiencia: lo emocional está en primer plano, también lo lírico (la secuencia en la que el protagonista y Gabrielle se conocen a través de un portero eléctrico, mientras en la calle llueve, es lo mejor de la película) y siempre lo imprevisible, incluso lo misterioso. No tanto porque desconozcamos hasta el final cómo es que Naoufel perdió su mano, sino porque los sentimientos de los personajes son en ocasiones una incógnita. De fondo, se deja ver en Perdí mi mano una reflexión sobre la soledad en las grandes ciudades, la precariedad laboral, cuestiones raciales y sociales que nos distancian. Y, fundamentalmente, la forma en que la infancia es ese territorio que nos construye.

Claro está que hay desde lo estético una imposición de belleza que por momentos nos hace perder la objetividad en torno a lo que se está contando. Porque ese viaje de la mano, cuando uno lo piensa, no es más que un cortometraje algo estirado o, al menos, segmentado de manera tal que atraviese todo el otro relato. Y porque en la historia de Naoufel y Gabrielle hay a veces un recostarse demasiado en el peso de las imágenes; imágenes que por otro lado no siempre nos están diciendo algo por fuera de su pericia técnica. Con su grado de manipulación (hay mucho del efectismo del coguionista Guillaume Laurant, el mismo de Amelie) y sus momentos de belleza real, Perdí mi mano se impone especialmente en el contexto de una producción animada mainstream que parece estar destinada a un único y modelado público. Que algo se distinga del resto no es un valor en sí mismo, pero cuando lo hace con el encanto que por momentos lo hace este film de Clapin bien vale destacarlo.

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