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Funcinema

La lavandería

Título original: The Laundromat
Origen: EE.UU.
Dirección: Steven Soderbergh
Guión: Scott Z. Burns, sbore el libro de Jake Bernstein
Intérpretes: Meryl Streep, Gary Oldman, Antonio Banderas, David Schwimmer, Will Forte, James Cromwell, Matthias Schoenaerts, Robert Patrick, Jeffrey Wright, Chris Parnell
Fotografía: Steven Soderbergh
Montaje: Steven Soderbergh
Música: David Holmes
Duración: 95 minutos
Año: 2019


6 puntos


LA ODISEA DE LOS MANSOS

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Con su espíritu demócrata habitual y su estilo narrativo ligeramente radical, Steven Soderbergh parecía ser el director indicado para abordar desde la perspectiva de la sátira el tema de los Panamá Papers, aquel caso que arrancó como una filtración de información sobre lavado de dinero y paraísos fiscales a nivel global y que terminó hasta con la renuncia de algún presidente. En Argentina el caso tocó incluso la figura del presidente Mauricio Macri pero, bueno… ya sabemos del vínculo cínico entre nuestros funcionarios políticos, nuestra sociedad y la corrupción: no pasó a mayores. El tema es que La lavandería, distribuida por Netflix, es una típica película Soderbergh, con elenco multitudinario plagado de figuras (Meryl Streep, Gary Oldman, Antonio Banderas, David Schwimmer, Will Forte, James Cromwell, Matthias Schoenaerts, Robert Patrick, Jeffrey Wright, Chris Parnell), un relato fragmentario, cierta pericia narrativa y un ligero aire de libertad que se queda a mitad de camino con los cuestionamientos. Aunque, tal vez, el mayor problema de La lavandería es que apuesta por la sátira y la comedia sin ser demasiado graciosa.

La lavandería arranca con un accidente marítimo que termina en tragedia. Y con varios muertos que no serán cubiertos por ninguna aseguradora debido a una serie de maniobras fraudulentas. La esposa de una de esas víctimas es el personaje interpretado por Streep, un típico caso de ciudadano norteamericano medio (“los mansos”, como los califica la película), quien comenzará a investigar desde su ingenuidad y encontrará la punta de ese ovillo siniestro de empresas offshore. Pero esta será tan sólo una de las subtramas que integran la película, y que intentan ejemplificar cómo es la trama del lavado de dinero: la película va de Asia al Caribe y de allí a Estados Unidos, cruza personajes y diversas historias de gente poderosa y otra que no tanto. Lo novedoso (aunque ya veremos…) en la película de Soderbergh es que el relato es llevado adelante por Jürgen Mossack (Oldman) y Ramón Fonseca (Banderas), dos personajes reales, titulares de un buffet experimentado en aconsejar sobre lavado: que el punto de vista del relato sea el de ellos, con su inmoralidad y su cinismo, dos personajes caricaturescos que se justifican desde la lógica del capitalismo más extremo, es una de las pistas fundamentales para entender a La lavandería como un sátira. Mossack y Fonseca rompen la cuarta pared, participan de ingeniosas transiciones, aportan el costado didáctico sobre el funcionamiento del sistema, aunque estos recursos parezcan tomados de La gran apuesta de Adam McKay, incluso en su tono cómico, y ahí se pierde un poco lo novedoso.

El guión de La lavandería es de Scott Z. Burns, quien ya había trabajado con Soderbergh en la muy superior El desinformante. Aquí, como se apuntó, hay también un intento de ironía como ocurría en aquel film con Matt Damon, pero ya sea porque el tema no hace sistema con el humor o porque no se acierta en el tono, las cosas se quedan en una medianía irrelevante. Más efectiva es tal vez la crítica sobre el sistema, la cual se vuelve explícita en los últimos minutos donde el artificio da paso a la denuncia, se caen las máscaras y la Streep (una de las voces demócratas más fuertes en Hollywood) dice a cámara, y sin medias tintas, que los ciudadanos, los mansos, deben estar más atentos a las cosas que pasan a su alrededor. Tal vez ese final luzca un poco extemporáneo respecto de la ligereza previa, pero se acerca más a la fuerza del cine político que Soderbergh pretendió hacer aquí. También hay que decir que ese discurso final es bastante previsible y cercano al espíritu del director, incluso en su liviandad.

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