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Busco mi destino (1969)



EXPLOSIONES DE LA ÉPOCA

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Era 1968 cuando se comenzó a rodar Easy rider (conocida por estos territorios como Busco mi destino) y todo estaba explotando: el Mayo Francés, el asesinato de Robert Kennedy, la Guerra de Vietnam en uno de sus puntos máximos, el movimiento hippie encontrando un punto de encuentro entre lo marginal y lo masivo, y hasta una película como El bebé de Rosemary, con toda su carga demoníaca, estrenándose con un éxito sencillamente infernal. La ópera prima de Dennis Hopper, que era también en buena medida de Peter Fonda, supo capturar toda esa efervescencia y hacerla sistema, convirtiéndose en un paradigma absoluto.

Lo llamativo es que esa sistematización se dio a través de un relato que casi no tenía esqueleto y que en verdad se fue construyendo sobre el camino, representando en buena medida el posicionamiento de la contracultura de la época. En Easy rider hay elementos del western –por ejemplo, desde los nombres de los protagonistas, Wyatt por Wyatt Earp, y Billy por Billy The Kid- pero dentro una narrativa propia de una road-movie, en la que las motocicletas eran el motor para empezar a hacer volar todo por los aires. El caos y la falta de plan específico eran las marcas distintivas de la película, aunque esas decisiones no dejaban de ser una forma de planificación y hasta una muestra de profesionalismo, de compromiso con lo que se estaba haciendo.

La búsqueda era el método de Easy rider y por eso, paradójicamente, el título simplista de la traducción para el público hispanoparlante terminaba siendo acertada. Lo que se proponían Hopper y Fonda –con la ayuda inestimable de gente como Phil Spector y un jovencísimo Jack Nicholson- era ir a buscar los climas, atmósferas y tonalidades propios de ese contexto dinamitado por toda clase de miradas contradictorias colisionando. Esa indagación no se daba en las ciudades más populosas y centrales de Estados Unidos, sino en los caminos ruteros que separaban Los Ángeles de Nueva Orleans, en los pequeños pueblos y aglomeraciones que lejos estaban de abrazar y comprender los movimientos contraculturales. En el Sur profundo de los Estados Unidos estaba otra contracultura, esa que muchas veces no era observada por Hollywood y los artistas de las grandes metrópolis de las costas Este y Oeste, pero que constituía una mayoría –o por lo menos una minoría sumamente numerosa- silenciosa.

El abrupto, trágico y terrible final de Easy rider anticipaba el final de una era, exhibiendo la imposibilidad de un desarrollo fluido de distintas perspectivas y menos aún de una interculturalidad. No había convivencia posible y la violencia marcaba todo. El año en que se estrenó la película, Richard Nixon llegaría al poder, la Familia Manson cometería los asesinatos de Tate-LaBianca, el tour de los Stones terminaría muy mal en el concierto de Altamont e incluso el experimento de Woodstock mostraría los límites a los que se enfrentaba la cultura hippie. Para todos, el otro era una amenaza, la paz era un sueño ilusorio, o los sueños que se preferían vivir eran los del hombre llegando a la Luna.

Después de esa gran aventura trágica que fue Easy rider, también Hopper, Fonda y Nicholson irían alejándose de la carretera. El primero dirigiría otro film de culto como The last movie, alguna película polémica como Vigilantes de la calle y terminaría siendo conocido principalmente por su rol de villano en Máxima velocidad dentro de una filmografía cuando menos despareja; el segundo tendría una carrera irregular, con picos actorales como El oro de Ulises, hasta fallecer recientemente; y el tercero paso a ser un ícono viviente de Hollywood, con tres Oscars y múltiples nominaciones, aunque en este momento esté prácticamente retirado. La energía rupturista y devastadora se había quedado en ese 1969 donde todo estallaba y los sueños quedaban empapados de sangre.

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