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Toy Story (1995)



EL COMIENZO DE TODO

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Supongo que todos tenemos, en mayor o menor medida, un cierto complejo de inferioridad frente a épocas pasadas que no vivimos y nos cuentan de modo selectivo, encontrando lo épico y romántico incluso en las instancias más terribles. Siempre el pasado parece ser más que el presente: más hermoso, más idealista, más terrible, más represivo, más disfrutable, más sufrido. Eso lo terminamos aplicando también a nuestro propio pasado, especialmente el infantil y adolescente, donde todo pareciera ser hiperbólico. Pero a veces ese pasado nos hace trampa a nuestra propia trampa, porque se actualiza de manera constante, está siempre a disposición para ser revisado e incluso nunca se resigna a dejar de ser presente.

Eso es lo que pasa con Pixar: sus películas siempre están ahí, a disposición para ser vistas nuevamente, pero encima el estudio ha conservado una enorme vigencia en el campo de la animación, a pesar de que ya transcurrió casi un cuarto de siglo desde su primera incursión cinematográfica. El ejemplo mayor de la solidez de esa presencia del estudio en el firmamento cinematográfico es la saga de Toy Story: con ella arrancó Pixar, y con ella continúa, quizás porque sus personajes representan el mejor vehículo para seguir hablando sobre esa materialidad inasible pero decisiva que es el tiempo.

Si se evalúa con algo de distancia la trama del film de John Lasseter, nos daremos cuenta que el conflicto es mínimo: los celos de un juguete cuando su liderazgo y centralidad se ven amenazados por la llegada de otro juguete. Del mismo modo, el mundo que se retrata es reducido: apenas algunas cuadras a la redonda de un típico suburbio estadounidense, donde tiene lugar una aventura chiquita y compacta. Se podrá decir que el disparador –la posibilidad de que los juguetes tengan vida y pensamientos propios- es extraordinario y totalmente fuera de lo común, y algo de eso es cierto. Sin embargo, es apenas un disparador, una excusa casi argumental que sirve para que el relato avance: el film, sus protagonistas y espectadores naturalizan casi enseguida que los juguetes tienen vida pero lo ocultan a los humanos, y ni siquiera se ve en la necesidad de explicar una razón para eso.

¿Entonces dónde es que Toy Story hizo la diferencia, qué la llevó a destacarse por encima de la media y allanar el camino para que Pixar comenzara a ser lo que es en la actualidad? La respuesta no es –como algunos quisieron resaltar en su momento- la calidad de su animación, que a mitad de los noventa era sumamente innovadora. No, la respuesta pasaba por los personajes y cómo portaban conflictos universales, sumamente humanos, que servían como trampolín para ir insinuando la interacción de micro-universos con contextos mucho mayores. El principal, obviamente, era –y continúa siendo- Woody, como eje de los dilemas afectivos, sociales y hasta éticos. La frase “¡Eres-un-juguete!” que le tira exasperado a Buzz Lightyear  dice mucho sobre sus miedos y su urgencia por que todo vuelva a ser como antes, de acuerdo al orden establecido que lo tiene en el lugar de cómodo referente. Esa historia de celos mal resueltos no es más que una reflexión sobre el apego y cómo este afecta nuestro punto de vista, cómo achica nuestro mundo y nos aleja de todo lo que nos rodea.

Ese contexto que envuelve a Woody, ese afuera que espera y que él procura ignorar involucra también la posibilidad de la aventura, el riesgo y lo lúdico. En Toy Story, no hay mayor acto de arrojo que dejarse llevar por lo lúdico, jugar con el otro y con el equipo. En la simplicidad de su planteo, en su narración sabiamente concentrada, el film dejaba ver otras tonalidades y potencialidades. Con su galería de personajes entrañables, que exhibían múltiples capas en apenas algo más de 80 minutos, Toy Story constituía un semillero de ideas y concepciones que la iban a poner por encima de franquicias similares como La era de hielo o Mi villano favorito. Más que una película, era un punto de partida, una declaración de principios sobre lo que podía representar el cine animado. Desde ahí no hubo vuelta atrás y todavía hoy -a pesar de la salida de Lasseter- podemos decir que vivimos en los tiempos de Pixar, ese gigantesco conglomerado creativo que marca la vida de millones.

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