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La misma sangre

Título original: Idem
Origen: Argentina / Chile
Dirección: Miguel Cohan
Guión: Ana Cohan, Miguel Cohan
Intérpretes: Oscar Martínez, Dolores Fonzi, Paulina García, Luis Gnecco, Diego Velázquez, Malena Sánchez, Norman Briski, Emilio Vodanovich
Fotografía: Julián Apezteguía
Montaje: Soledad Salfate
Música: Luca D’Alberto
Duración: 113 minutos
Año: 2019


6 puntos


LA FAMILIA, ESE MISTERIO

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Es curioso el mainstream argentino -o su intento de- y deja en evidencia no sólo la mirada algo retorcida que tiene la sociedad sobre sí misma (o sobre la clase social que estas películas representan, habitualmente clase media o media-alta), sino también qué tipo de público es el que lo consume. En su mayoría las películas diseñadas para un público mayoritario son policiales y están centradas en oscuras historias familiares, con protagonistas adultos como Ricardo Darín, Oscar Martínez o Guillermo Francella. No son films particularmente espectaculares y se trata de un prototipo de película que raramente en otro país se piense como el sostén de la industria. Sin embargo, aquí funcionan y son claves como termómetro del rendimiento comercial del cine argentino en el año. La misma sangre se aplica a esta variable sin problemas, aunque sí con una novedad: el director es Miguel Cohan, alguien con experiencia en el género y cierta solvencia para resolver estos conflictos que suelen ser argumentativos por la vía de lo puramente cinematográfico. Si bien todavía le falta la gran película, se nota que hay conocimiento y artesanía en su mirada: el excelente prólogo es una muestra de su talento.

La misma sangre tiene como protagonista a un tipo medio patético (Martínez), un pequeño empresario que se tuvo que hacer cargo del campo de su padre y que mantiene un vínculo incómodo con su esposa mientras quiere ser más de lo que realmente puede ser. El giro que convierte a la película en un policial, o en un film de misterio, es precisamente la muerte de la mujer, calificada como un accidente por la policía pero sobre la que hay algunas sospechas. En la primera parte del relato, hasta que se resuelve el misterio central, la película funciona con gran precisión sobre la base de un interesante juego narrativo: los hechos se narran bajo la óptica de uno de los personajes (el yerno que interpreta notablemente Diego Velázquez), para volver luego sobre sus pasos y retomar las mismas acciones desde otro punto de vista. Lo lúdico que propone Cohan es interesante, porque el personaje de Velázquez opera como el ojo del espectador, que duda y sospecha, y quiere saber más. Y la película acompaña revelando información de manera progresiva y sin apurarse. En la confrontación tácita del yerno con el suegro, un juego de miradas tensas muy bien trabajado por ambos intérpretes, se va cocinando el interesante subtexto que ofrece la película sobre miserias familiares que se van heredando y dejando bajo la alfombra.

La misma sangre le exige fe al espectador en un tipo de relato que prescinde de la acción como verbo y construye su misterio al desarrollar la psicología de sus personajes (un tipo de policial, también, propio del cine industrial argentino). Desde qué lugar se construyen las dudas y las certezas, y cuándo se nos permite dudar o aseverar, es parte del interesante trabajo del guión de Miguel y Ana Cohan: es atractivo que las dudas se den entre familiares y las instituciones aparezcan lejos de resolver cualquier situación o directamente en un espacio off. También es cierto que cuando la película suelta aquella estructura, empieza a flaquear, sobre todo porque desaparece del centro el personaje de Velázquez y con él el misterio y la sospecha, combustible fundamental del relato. Luego, los cabos sueltos de La misma sangre se irán atando por la vía de las relaciones familiares, especialmente en la hija que interpreta Dolores Fonzi (hay otra hija, interpretada por Malena Sánchez, pero que queda muy marginada por el relato) con su padre. Y en una secuencia final donde se amontonan demasiadas resoluciones y se las nota un poco a las apuradas.

Pero hay un largo epílogo posterior al cierre de la historia central donde La misma sangre crece por el peso simbólico de silencios atroces. Allí, a la par de rituales religiosos y sociales, la familia mantiene el misterio, construyendo una tensión que se acumula en un objeto que aprieta el nieto entre sus dedos. El mal del que habla la película no es un mal supremo, sino ese de los seres mediocres incapaces de escapar a su destino. Continuidades, herencias, círculos viciosos de los que parece imposible huir.

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