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Una entrevista con Dios

Título original: An Interview with God
Origen: EE.UU.
Dirección: Perry Lang
Guión: Ken Aguado
Intérpretes: David Strathairn, Brenton Thwaites, Yael Grobglas, Hill Harper, Charlbi Dean Kriek
Fotografía: Frank Prinzi
Montaje: Steve Jacks, Jamie Kirkpatrick
Música: Ian Honeyman
Duración: 97 minutos
Año: 2018


3 puntos


LA ENTREVISTA MÁS PAUTADA

Por Henry Drae

(@henrydrae)

Antes de comenzar a hablar de la película en sí misma, hay que acordar en algo: el cine cristiano es un género (o subgénero) en sí mismo que tiene sus propias convenciones. El consumidor de estas películas tiene la complacencia que presenta todo el que sabe lo que va a ver y no lo discute. Por dar un ejemplo claro, el espectador de películas de la saga de Sharknado no va a quejarse de los paupérrimos efectos de computadora, porque se supone que es parte de la gracia. O los seguidores de la saga de Rápidos y furiosos no se quejarían de las situaciones inverosímiles que desafían las leyes de la física sobre cualquier vehículo en movimiento, ni del reggaeton del soundtrack, ni del exceso de masa muscular de los protagonistas, ni de los planos bajos de las chicas en malla o ropa escasa o ajustada. Viene en el combo y tiene su target que lo aplaude sin cuestionar.

Entonces Una entrevista con Dios no le escapa a las generales de la ley y por ende tiene una fuerte y explícita bajada de línea sobre las bondades de tener una divinidad en la cual creer, sin disimulo. Rostros muy populares como el de David Strathaim (Jason Bourne) o Brenton Thwaites (Piratas del Caribe: la venganza de Salazar) le ponen el cuerpo a la propagación de la palabra divina en un film de propaganda religiosa que no quiere ni intenta disimular su objetivo. Dicho esto, hay que reconocer que el valor del contenido del film es por demás pobre. Lo que algunos guionistas y directores manejan con maestría, como lo son las situaciones en las que los diálogos dominan la escena aunque no exista un montaje frenético que ayude al estilo Oliver Stone (y nos ponemos de pie para mencionar al maestro Aaron Sorkin, por ejemplo), aquí es una obviedad tras otra.

Pero vayamos al planteo de la situación: Paul Asher (Thwaites) vive una situación personal límite luego de regresar de cubrir una guerra como cronista. Su esposa está en crisis y un compañero de expedición requiere de su ayuda por algo similar. En esos momentos, una persona le ofrece una entrevista diciendo que es el mismísimo “Dios”. Asher acude a la cita, que será la primera de tres, con lo que en lugar de obtener respuestas se verá cada vez más presionado y desconcertado por la situación.

El problema, insisto, para quienes no somos consumidores del género, es que la historia resulta sosa y muy poco efectiva en el manejo de las emociones. Strathaim resulta un verdadero desperdicio en esos minutos en los que su carisma intenta cubrir la pantalla. Sus líneas, bien ejecutadas pero escritas casi a reglamento, nos hacen pensar en lo colosal que fue haber tenido a Morgan Freeman en el mismo personaje o, muchos años atrás, al inolvidable George Burns (Oh, Dios) que personificara al altísimo en su faceta más simpática junto al actor/cantante John Denver en un film que hasta tuvo secuela. Pero insisto en que el actor no es el problema, sino sus líneas de diálogo tan obvias y predecibles que por momento exasperan, más incluso que al pobre Asher en la misma situación.

Y esa obviedad se mantiene y acentúa en cada escena, en cada giro “inesperado” de la historia cuyos personajes parecen todos pastores o sabios que aconsejan al periodista sobre lo mejor que puede hacer con su vida, desde su jefe hasta su cuñada, que lejos de renegar de sus propios pecados y tragedias, parecen haberlos dosificado de la mejor manera para tener la palabra correcta. Como si este dios, que parece más retórico que un psicoanalista en sus respuestas, se recostara en la sabiduría de los personajes secundarios para obrar de maneras muy poco misteriosas.

En definitiva, no alcanza el carisma ni renombre de los actores, no suma la corrección de la ejecución de las escenas de manera prolija, ni el uso metafórico de escenarios y locaciones cuando la historia es tan débil en su construcción. Una entrevista con dios ni siquiera es anacrónica, porque es tan pequeña e intrascendente frente a cualquiera que se hubiese producido en los años setenta, que hasta en eso falla.

Si me dan la posibilidad de interrogar a Dios sobre cualquier tema, le preguntaría porqué se prestó a intervenir en esta película. Al fin y al cabo creo que se lo necesita mucho más en otros lugares, por estos días.

Perdónalos, George Burns, no saben lo que hacen.

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