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Shoah (1985)



EL LENGUAJE DE LA CATÁSTROFE

Por Matías Gelpi

(@matiasjgelpi)

El pasado 5 de julio murió Claude Lanzmann, uno de esos autores absolutamente reconocidos por el universo cinematográfico pero no muy popular entre el público no cinéfilo. Fue uno de esos hombres atravesados por su obra de manera fatal. Como no se habla de Proust sin hablar de En busca del tiempo perdido, no se puede hablar de Lanzmann sin relacionarlo con Shoah, que sin duda es su obra fundamental, una increíble y eterna experiencia documental. Casi todo lo que Lanzmann ha dirigido tiene que ver con Israel y la mitad de su filmografía son extractos de lo que quedó fuera del corte final de Shoah: Sobibór, 14 octobre 1943, 16 heures (2001) casi un film de acción relatado; Le rapport Karski (2010) que es la tristeza en estado explosivo; Le dernier des injustes (2013) donde se propone rescatar la memoria de Benjamin Murmelstein del consejo judío del campo de Theresienstadt. En 2017 Lanzmann, con lo que le quedaba de vitalidad, estrenó Napalm, que pudo verse en el Festival Internacional de Mar del Plata: sus últimos 40 minutos son un plano fijo de Lanzmann recordando un affaire juvenil y contando aventuras increíbles en Corea del Norte. Una de las pocas veces donde Lanzmann recupera al hombre que fue antes de entregarse a la misión vital de contar el Holocausto de la manera más completa y descarnada posible.

Shoah es una película política por supuesto, con un fin claro, dar testimonio. Pero un testimonio absoluto, oral, despojado de todo alarde técnico, de todo adorno y fundamentalmente de imágenes de archivo. En Shoah veremos secuencias con trenes de marcha lenta y sostenida, familias de campesinos, gente que va a la iglesia, cielos grises, ruinas de cualquier cosa y Lanzmann sacudiendo un poco la superficie para demostrar que el horror se esconde bajo esa capa débil de cotidianeidad. En la primera secuencia un hombre canta una melodía dulce mientras recorre un río en un bote pequeño, la imagen es tranquila, fría pero poética. A los pocos minutos nos enteraremos de los detalles horrorosos de su infancia en un campo de exterminio nazi. La película no tiene adjetivos y concesiones para nosotros, es un acumulado de testimonios secos a veces increíbles, a veces rutinarios y dolorosos por acumulación.

En su autobiografía, La liebre de la Patagonia (libro recomendadísimo que hasta hace un tiempo se conseguía saldado, es decir muy barato), además de detallar su (demasiado) fascinante vida, Lanzmann deja entrever un poco el proceso de creación de Shoah, detalles de filmación y decisiones de montaje. Pero lo más interesante es lo que cuenta acerca de la reflexión previa sobre la estética de la película: qué debía contar, cómo lo debía contar y qué significaba lo que estaba contando. A grandes rasgos, qué lenguaje debía crearse para contar algo nuevo, vasto e infernal como fue el Holocausto. Porque Shoah es el triunfo de este tipo de reflexión, es un dispositivo perfecto para contar algo inabarcable, distinto e insólito; una convergencia entre filosofía, ética, testimonio y cine que sostiene toda la narrativa.

En mi opinión humilde e incompleta, Shoah no sólo es la mejor película sobre este tema, sino que es la mejor manera de acercarse a una mínima comprensión del fenómeno del Holocausto. Es la creación de un lenguaje específico para un acontecimiento específico y extraordinario que sucede ante nuestros ojos. Un lenguaje que finalmente nos hace entender y al mismo tiempo no vacía de humanidad.

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