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Primer grado en tres países

Título original: Idem
Origen: Argentina
Dirección: Mariana Lifschitz 
Guión: Mariana Lifschitz 
Animaciones: Leandro Piccarreta  
Fotografía: Pablo López 
Montaje: Mariana Lifschitz 
Producción ejecutiva: Daniel Guzmán 
Duración: 92 minutos
Año: 2017


6 puntos


UNA VOZ NECESARIA

Por Juan Cruz Bergondi

(@funcinemamdq)

La famosa y vieja conocida crisis de la educación en Argentina es un tema tan complejo que, en el cine, de querer tratarse, como mínimo, supone un desafío. Primer grado en tres países expone un estado de situación –y a la vez su vida-, comparando, a través de las madres –la propia realizadora y dos colegas suyas-, la experiencia de tres niños que cursan al mismo tiempo primer grado en distintos lugares del globo: Gero, su hijo, en Argentina; Julia en Finlandia; y Leo en Francia. ¿Es posible, al pensar una película, aislar su contexto de producción? Si bien opta por un modelo expositivo, en la película de Mariana Lifschitz subyace la ansiedad por participar en el debate –aunque decir “abrir” sería quizá más apropiado, porque para participar el debate debería al menos existir-, el deseo de que una chispa atraviese la pantalla y se arme un fogón entre el público. Justo viene a estrenarse cuando los prejuicios sobre el tema están en boca de todos, cuando las mentiras se reparten en datos incomprobables y títulos de noticias que venden más de lo que informan –y en realidad, si hay que decir cómo son las cosas, esta batería de procedimientos se repite cada mes de marzo.

La escuela, en su rol normalizador, tiene por objetivo modelar a los ciudadanos del mañana. Es la dulzura del aprendizaje pero también es parte de un proyecto político y un sistema de control a pequeña escala. Hablar de la escuela no sólo es hablar de la escuela. Y como Argentina siempre miró hacia el otro lado del Atlántico, idealizando el Occidente del Progreso (que es también el de las masacres), la historia se repite una y otra vez. Más que el juego de las diferencias, uno tendría que pensar a qué mundo corresponde cada escena: está claro que un país no es igual a otro, pero parecieran ser de distintos planetas. La elección de Francia y Finlandia es elocuente y viene a darle entidad terrenal a lo que se vende como el paraíso. No se le puede pedir a la gente que profundice en cada tema que la televisión le mete por las narices; sin embargo que haya una advertencia: las evaluaciones Pisa –que calificaron como el mejor al sistema educativo de Finlandia en 2003- no las redacta Dios. Es decir, como en cualquier evaluación, tiene intereses por detrás y un fin hacia delante. ¿Es necesario medir a nuestros niños que, en muchos casos, van a la escuela para comer –y no comen hasta el otro día en la misma escuela- y sólo una vez satisfecho el hambre pueden ponerse a estudiar, con los niños higiénicos y ordenados de Finlandia? ¿Es justo hablar de la crisis de la educación enfatizando en los pobres números que arroja el ingreso a la universidad en Argentina, cuando, por un lado, Argentina no es sólo la Capital Federal, y en la Capital Federal no todos los barrios son lo mismo –porque no vive lo mismo un niño de la Villa 31 que el niño de Recoleta por más que los separen poquitos kilómetros de distancia- y cuando por otra parte la culpa de la desigualdad no reside en los hombros del docente sino en la total ausencia de amor de un sistema socioeconómico que alienta a los de arriba para que devoren a los de abajo? Violencia es también manipular la información, desviar la atención y simplificar un problema cuyo cauce desbordó y arrastra en el fondo un sinfín de motivos.

Primer grado en tres países está narrada en primera persona y los momentos más conmovedores coinciden con las instancias en que el descubrir de la infancia se encuentra con lo cotidiano y la maternidad. Tiene una primera parte en que Mariana debe elegir la institución donde Gero estudiará y una segunda parte, mucho más dinámica, que se basa en la comparación de los tres modelos de educación, registrando las actividades dentro de las escuelas y en especial las charlas que las mamás mantienen por computadora. Resulta curioso ver cómo según la latitud cambia por completo, entre otras cosas, la relación entre los padres y la escuela, y entre los niños y las familias. Hay que decir también que la intención de la película se lleva por delante la forma, literalizando las escenas, enseñando en la imagen lo que habla la voz. Lo verbal somete al montaje pero es entendible: hay tanto para decir –y que lo oigan todos. El film recoge también testimonios de otros padres que pasaron por la mismas inquietudes al momento de buscar escuela, lo que ofrece un abanico de propuestas, yendo de las escuelas modernas públicas o privadas hasta modelos alternativos más cercanos a lo que se conoció como Escuela Nueva. Lo que desean los padres, lo que desean los directivos, lo que desean los docentes: los agentes que intervienen en la experiencia educativa siempre están presentes mientras que quienes tienen la posibilidad de determinar las condiciones –los políticos- ocultan sus rostros tras la sombra. La película evade el problema de los sindicatos y el gobierno, las paritarias, el ausentismo y el bombardeo mediático, y se centra en lo que importa: los niños. ¿Por qué decayó la educación en el país? Aunque uno podría suponer que el rol de la escuela estaba pensado para una sociedad muy distinta a la de hoy –y no estaba pensada la posibilidad de que todos lleguen a la universidad, de que vayan más allá de la alfabetización- la película no da respuestas: prefiere tirar pistas cuando entrevista a docentes de la carrera de Sociología de la Educación y en el Ministerio. La propuesta se centra en una familia para pintar el mundo: el problema es que el mundo, en este caso, tiene mil versiones de aldeas diferentes y la que que sirve aquí de modelo es bastante ejemplar. El acierto es dejar picando una pregunta: ¿por qué querríamos ser Finlandia o Francia? ¿Acaso nos gustaría que el gobierno –por poner el caso del primer país- controle hasta las calorías de lo que comemos? Con respecto a Francia, nadie desconoce los problemas de la nación que, al tiempo en que porta Libertad, Igualdad y Fraternidad como bandera, está llena de intolerancia religiosa y jóvenes prendiendo fuego las calles.

Primer grado en tres países es un hermoso retrato de cómo tres madres se preocupan por la educación de sus hijos –y cómo una madre se preocupa por el futuro de su país. Se inscribe dentro de un diálogo que por ahora sólo mantienen los sordos, los mudos y los ciegos que no quieren ver lo obvio: aquellos que tienen el poder de cambiar las cosas están hablando en realidad de otro tema.

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