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Funcinema

Adiós entusiasmo

Título original: Idem
Origen: Argentina / Colombia
Dirección: Vladimir Durán
Guión: Vladimir Durán, Sacha Amaral
Intérpretes: Camilo Castiglione, Laila Maltz, Mariel Fernández, Martina Juncadella, Verónica Llinás, Rosario Bléfari, Valeria Valente, Vladimir Durán, Lucas Besasso
Fotografía: Julián Ledesma
Montaje: Ana Godoy, Laura Bierbrauer
Dirección de arte: Mariana Casariego
Duración: 79 minutos
Año: 2017


7 puntos


UNA DERIVA FELIZ

Por Juan Cruz Bergondi

(@funcinemamdq)

Quizá llegue el día en que se pueda confeccionar una Historia de la Apatía a partir del último cine argentino -si uno está dispuesto a aceptar que exista tal cine-. O al revés: desde hace más o menos veinte años a esta parte, podría pensarse la Historia Nacional signada por este estado. Y por más que la ópera prima de Vladimir Durán sea una coproducción con Colombia, lleva esta marca metida adentro. No sería extraño oír que alguien correlaciona este hecho con la situación social, política y económica que se respira por estas latitudes. Pero vaya uno a saber, porque también, por otra parte, es tan fácil como ingenuo sostener que a la realidad las artes le responden de manera directa: el camino es siempre sinuoso, lleno de recovecos y callejones sin salida.

Margarita tiene cuatro hijos -tres mujeres y un varón, el más chico de la familia-, vive encerrada sin salir de su habitación y pretende festejar su cumpleaños por adelantado. Desde luego, en su situación -nadie sabe, aunque uno guarda sus sospechas, por qué está ahí sin relacionarse con los demás- y en su insistencia por anticipar la fiesta, está cifrada la intención de la película: naturalizar el corrimiento de los significados, romper algunos moldes. Es como si Bernarda Alba se hubiese desmaterializado, quedara sólo la voz de su conciencia atormentando a sus hijas y se pretendiera hacer una versión así del clásico de Lorca. Los hijos deambulan, cantan, bailan y se disfrazan en una atmósfera de caótica sencillez, tenuemente iluminada, perfumada por la hegemonía del sexo femenino -el único hombre del núcleo duro familiar es un niño; los otros hombres que andan por ahí habitan el margen, y sus movimientos tienen bien delimitada la frontera que se les impuso-.

La puesta en escena fragmenta los cuerpos y multiplica tanto los cuadros al interior del plano -marcos y bordes de las ventanas; vidrios, rejas y vitraux- como los sonidos. Hay un hincapié -lección aprendida de Lucrecia Martel, cuyos primeros trabajos sobrevuelan en particular el clima- en el fuera de campo, y la importancia de una correcta elaboración de la banda sonora: tanto es así que la noción se literaliza en el personaje de la madre. Para cuando la película se dirige irremediable a darse de frente con el paredón del desencanto -al que se llega, claro está, después de tomar la falta de movimiento como ruta- llega Verónica Llinás, con un personaje que mide su frescura. Ya se había asentado el desinterés adolescente y de pronto su espontaneidad -interpreta a la hermana de Margarita- remueve el avispero. Las cosas empiezan a moverse, aparece el humor, la tensión sexual y los recuerdos, y hasta la cámara ensaya travellings y posiciones que antes habían permanecido ausentes. Hay una misma pulsión -verbalizada también en el relato- que une a la tía con su sobrino menor, quien si hasta el momento se movía mucho pero sin ningún punto fijo al final permite el salto de cualidad, mutar a otro estado. Se palpa el cine en la mano de Vladimir Durán, que regala escenas como la de la comida en el baño -ambiente que, por compartir pared con la habitación de Margarita, eligen como punto de reunión-, donde lo absurdo, lejos de sentirse forzado, transpira naturalidad, o la secuencia que inicia con la alusión a viejas glorias de Hollywood y termina por asociar París a la figura de una hormiga. Adiós entusiasmo es en definitiva un gran punto de partida.

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