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Beware the Slenderman

Título original: Idem
Origen: EE.UU.
Dirección: Irene Taylor Brodsky
Guión: Irene Taylor Brodsky
Testimonios: Morgan Geyser, Anissa Weier, Angie Geyser, Bill Weier, Michael O. Bohren, Michelle Trussoni, Kristi Weier, Payton Leutner, Trevor J. Blank, Brad Kim, Richard Dawkins, Jack Zipes, Tom Haynes
Fotografía: Nick Midwig
Montaje: Gladys Murphy
Música: Benoît Charest
Duración: 2016
Año: 114 minutos


8 puntos


MONSTRUOS DEMASIADO REALES

Por Cristian Ariel Mangini

(@cristian_mangi)

El 31 de mayo del 2014 dos niñas de 12 años ejecutan un plan que venían gestando desde hacía semanas: asesinar a su amiga para, de esa forma, poder acceder a la mansión del Slenderman en el Parque Nacional Nicolet en el estado de Wisconsin. Lo que a priori suena como un delirio es el disparador de este documental que indaga en los motivos que pudieron llevar a las jóvenes Morgan Geyser y Anissa Weier a cometer semejante aberración contra Peyton Leutner, que apenas sobrevivió al brutal ataque. Es bueno empezar esta reseña centrándonos en los hechos, porque es muy posible que todo lo que rodea a la figura mítica que es el “Slenderman”, su difusión en Internet y las consecuencias no sean un terreno familiar para todo el mundo. Pero el intento de asesinato de dos niñas hacia una tercera, que además era una amiga, por órdenes de una criatura imaginaria, ciertamente es algo que despertará la curiosidad y las preguntas de quienes vean este documental de la talentosa Irene Taylor Brodsky. Beware the Slenderman se abstiene de responder estas preguntas con facilidad, a menudo ofreciendo indicios de una respuesta, pero manteniendo la sutileza como una herramienta para ir ligando partes de un rompecabezas que en verdad es otra gran pregunta sobre los alcances de Internet en la sociedad moderna.

Brodsky nos introduce la tétrica figura de Slenderman de forma prematura en el documental, a menudo integrando en el montaje elementos del cine de terror (en particular a través del sonido) con el archivo de imágenes y videos generados como fanfics en la web. Es aquí que el relato se torna denso porque la introducción del monstruo se hace un tanto extensa tras la fría presentación descriptiva del caso, una escena pesadillesca de sangre y supervivencia que se relata en off a través de registros periodísticos del momento. El relato está obsesionado con el monstruo en esta primera parte: un tipo enorme, flaco y delgado de piel pálida que se viste de forma elegante y que no tiene rostro. Más allá de su extraña apariencia, lo que asusta es su capacidad de llegar a cualquier parte donde se proponga, su capacidad para provocar amnesia y paranoia, los tentáculos que salen de su espalda y tienen la función de estrangular o someter a sus víctimas y su poco amistoso hábito de mostrar los cuerpos de sus víctimas colgados o clavados en árboles.

Se podría decir que esta figura nace de un concurso de Photoshop que desafiaba a poner una figura ficticia en fotos reales para que parezca lo más natural posible, algo que llevó a generar una especie de mito sobre esta figura que podía ser un asesino salvaje, pero que también protegía a los niños. El “podría” es porque como bien se rastrea en el documental, este tipo de figuras forman parte de los horrores del inconsciente colectivo desde hace siglos a través del foklore, aunque haga hincapié en el cuento del flautista de Hammelin -más específicamente, la versión de los Hemanos Grimm-. Pero por qué esta figura que nace de los Creepypasta tras un concurso de Photoshop actúa como el disparador para que dos niñas intenten matar a una amiga en común es una incógnita que se devela sin que haya una respuesta fácil. La directora proporciona material de archivo y se sumerge en el testimonio de los familiares de las atacantes para rastrear como un detective los indicios que pudieron llevar a las niñas a cometer semejante aberración. Los padres de ambas partes aparecen destrozados, intentando explicar motivos en pequeños indicios (la madre de Morgan incluso recuerda la reacción de su hija al ver la muerte de la madre de Bambi, como una suerte de premonición) que muchas veces indican la impotencia en la búsqueda de una respuesta que no llega. Pero si bien no llega una salida fácil, sí que hay indicios de las consecuencias del bullying (en particular en el caso de Anissa), el aislamiento y la falta de supervisión o desconocimiento de una psicopatología como la esquizofrenia que, más allá de ser un factor en el caso de Geyser, está tratada con una notable profundidad a través del testimonio de su padre, que también padece la enfermedad. Es incluso doloroso cuando a cámara plantea que su hija aún quiere a la niña que prácticamente asesinó a puñaladas, o cuando plantea el tormento que implica saber lo que está padeciendo su hija al no identificar aquello que es real, porque lo vivió en carne propia. Todo esto se contrapone a la frialdad de las imágenes de archivos de las niñas que, tras confesar su crimen, indican minuciosamente cómo pensaban hacerlo y cómo una de las razones era que el Slenderman mataría a todas su familia de no hacerlo, algo que puede impresionar.

Hay una ausencia adrede del testimonio de los padres de la víctima y la víctima, que sólo sabemos que se ha recuperado exitosamente pero que, si tienen curiosidad por fuera del contenido del documental, sabrán que actualmente ha superado del todo lo que sucedió. En su lugar el relato de Brodsky parece focalizado en las preguntas de cómo se gestaron los victimarios y cómo este recorte social ha entregado la crudeza de esta noticia, algo que logra con solvencia, a veces incluso a través de planos que ponen en evidencia un sistema legal brutal que trata a niños como si fueran adultos (los planos detalles de las niñas esposadas son tan perturbadores como el hecho en sí). Audaz y sutil, Brodsky logra un documento que, como toda buena obra de arte, sólo entrega preguntas sobre nuestra contemporaneidad.

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